Cultura

Versos con fiebre de jazz

  • La antología 'Fruta extraña' de la Fundación José Manuel Lara revisa la relación entre la poesía española y uno de los géneros musicales más representativos del XX

Ramón Gómez de la Serna nos da, entre tantas otras cosas, el testimonio más claro del entusiasmo que el jazz, que tiene en los años 20 su periodo de afianzamiento en España, generó en gran parte de los escritores y artistas del momento. El madrileño fue el presentador en el Cineclub Español, en enero de 1929, de la primera película sonora de la Historia, El cantor de jazz. En su intervención afirmaba que "en el jazz sentimos el abrazo de dos civilizaciones, la negra de la época en la que éramos sapos aguanosos y la época de las grandes vías y los sorprendentes escaparates". Pocos meses después, Federico García Lorca llegaba a Nueva York para vivir algunas experiencias sorprendentes y escribir un libro deslumbrante. Allí le esperaban los negros, el árbol de muñones que no canta y los clubes de jazz de Harlem: "Es allí donde sueñan los torsos bajo la gula de la hierba. / Allí los corales empapan la desesperación de la tinta...". La relación entre la poesía española y este género musical nacido en Estados Unidos a comienzos del siglo XX es el argumento de Fruta extraña, una antología coordinada por Juan Ignacio Guijarro para la colección Vandalia de la Fundación José Manuel Lara que recoge versos de más de 100 poetas en los que palpita la fiebre jazzística. Antonio Rivero Taravillo y Manuel Ferrand presentaron la obra el pasado martes en el Casino de la Exposición de Sevilla.

"Se ha hecho un especial esfuerzo por ofrecer un abanico lo más amplio posible de épocas, generaciones, estéticas y procedencias geográficas", indica el experto, profesor titular de Literatura Inglesa y Norteamericana de la Universidad de Sevilla, en el texto introductorio. En los primeros poemas seleccionados, de Juan Larrea, Xavier Bóveda, Lucía Sánchez Saornil o el egabrense Tomás Luque, el jazz "aparece como un elemento más de esa modernidad urbana que tanto fascinó a los escritores de vanguardia". Una circunstancia que destaca en estos años iniciales es "el elevado porcentaje de autoras que escriben sobre jazz", una "prueba elocuente del papel que la mujer desempeña en la sociedad y en la cultura españolas de los años 20".

"El jazz me tenía cautivado", escribió Buñuel en sus memorias. No fue el único de su generación en quedar atrapado en el misterio y las vibrantes y sensuales redes de un género musical que se extendía por Europa. Guijarro incluye a siete representantes del 27, Cernuda, Salinas, Guillén, Aleixandre, Moreno Villa, Hinojosa y Lorca, en quien Nueva York despertó sentimientos enfrentados de "asombro" y "angustia" y que "en seguida siente gran empatía" por la comunidad afroamericana, la creadora del género, "cuya marginación no le cuesta equiparar a la que padecen los gitanos en España".

Vienen después los "solos de posguerra", con Salvador Espriu, Josep Palau i Fabre y "tres voces proclives a la libertad creadora": Carlos Edmundo de Ory, Juan Eduardo Cirlot ("Oigo piezas de jazz. Hay algo denso / en su misión obscura, no sinfónica") y Miguel Labordeta. Y aparece un poemario dedicado casi íntegramente al jazz, Música de baile de Gabriel Celaya ("Estoy tan solo, amigos, como ese clarinete").

Los ejemplos de los 50 son más abundantes, con Francisco Brines (que subraya el poder evocador de la trompeta y describe un club de jazz moderno), Jaime Gil de Biedma, José Ángel Valente. Ángel González, José María Fonollosa o Antonio Gamoneda, que escribe "un libro de innegables reminiscencias afroamericanas", Blues castellano: "La memoria es mortal. Algunas tardes, Billie Holiday pone su rosa enferma en mis oídos". Por otra parte, con poemas como West End Blues en la noche del cordobés Manuel Álvarez Ortega "la presencia del jazz en la poesía española adquiere una nueva dimensión, ya que se cita un tema concreto del repertorio jazzístico"; en este caso, de Louis Armstrong.

Pero el mayor impulso, el enamoramiento radical, lo protagonizan los novísimos entre finales de los 60 y los 70. Una "mitología del jazz" va cuajando en las letras españolas. Fruta extraña convoca a Pere Gimferrer (con uno de sus poemas más célebres: Canción para Billie Holiday), José María Álvarez, Antonio Martínez Sarrión, Guillermo Carnero y Vázquez Montalbán. Y, de la misma generación, Luis Alberto de Cuenca y Luis Antonio de Villena, entre otros.

Llega la democracia, se multiplican los festivales, las antologías, las ilusiones. Y el jazz empapa versos de escritores tan distintos como Felipe Benítez Reyes, Luis Artigue, Joaquín Pérez Azaústre, Rafael Calero Palma, Ángeles Mora o Antonio Lucas, que se sumerge demoradamente en Chet Baker.

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