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música Crónica del ciclo Campus Rock

The Fleshtones desatan la locura en el Campus Rock de la UCA

  • Excelente y divertido concierto de los neoyorkinos, que terminaron dejando sus instrumentos a los espectadores que se dieron cita en el Edificio Constitución 1812

Como todos somos ya muy postmodernos y basamos nuestra concepción del mundo en la ausencia parcial o total de memoria, olvidamos rápidamente nuestras raíces, los ritos que siempre han labrado nuestro carácter. Un concierto se concibe en la Europa moderna como un campo de juego estético dividido por la infranqueable distancia que separa al intérprete del público: allí, sobre el escenario, Madonna, U2 o quien se tercie; aquí, de este lado, el espectador arrobado, el tallo con ojos que echa raíces del lado del aplauso o el bostezo y la cerveza.

Pero nuestros orígenes se basan precisamente en lo contrario. No voy a meterme en honduras de orden metafísico, porque ni es necesario ni es el objeto de esta crónica, pero ya Nietzsche advirtió que la decadencia de la estética, de la música y de la palabra moderna surgió en el preciso instante en el que los dramaturgos trágicos griegos separaron a los intérpretes del público.

En el arte total, no existe una distancia real entre obra y mundo. Y nosotros lo sabemos bien gracias a los Carnavales (qué oportuno). Las actuaciones en el Falla pueden ser tremendas, relevantes, e incluso esenciales; pero el espíritu de los Carnavales se encuentra en la calle, cuando pueblo y chirigotas se mezclan en un frenesí de máscaras y trastornos.

Esta forma tan mediterránea de comprender el arte y el mundo te sorprende de vez en cuando en otro tipo de actuaciones que nada tienen que ver ni con los griegos ni con la tragedia ni con los Carnavales. Pero, precisamente por ello, te hacen creer en el posible carácter universal del arte total.

En su concierto del lunes en el Antiguo Aulario la Bomba, los integrantes de The Fleshtones pasaron casi la mitad del concierto realizando ingeniosas, desmadradas e hilarantes incursiones en el habitualmente vedado terreno del espectador. Unos norteamericanos que practican 'Super Rock', criados en Brooklyn (como se encargaron de recordarnos), echaban mano de sus raíces negras para hacer un espectáculo total irresistible, lleno de energía y buenas intenciones que cautivó a todos los presentes.

La estampa más inolvidable del recital fue la siguiente: el escenario prácticamente vacío con un chico de unos diez años tocando el bajo mientras tres integrantes de la banda se hacían un sitio entre el público para realizar flexiones con su colección de arrugas y su cuidada delgadez.

En realidad, todo esto se veía venir desde el primer acorde del concierto, cuando Keith Streng se subió al escenario, empuñó su guitarra brillante y diamantina, tocó una única nota y volvió a irse al backstage improvisado tras el escenario. La nota funcionó como una suerte de corneta y atrajo a todos los fumadores que se agolpaban a la entrada del edificio esperando a que comenzase el concierto. Muy sabio, el señor Streng.

Una vez reunido el público, The Fleshtones entraron en tropel mientras tocaban la primera canción, practicando brincos osados y situándose justo sobre esa línea física (y sobre todo mental) que separa el escenario del foso donde un nutrido público (buena entrada, sí señor) no sabía si aplaudir, agacharse o sumarse a la fiesta.

Hitsburg USA!, primera pieza del set, resumió en buena medida el sonido de todo el concierto: rhythm & blues de toda la vida inflado con incorregible espíritu garaje y punk que nos devolvía a los mejores tiempos de los Ramones. Sobre el escenario, Ken Fox, el entrañable Peter Zaremba y Keith Streng permutaban posiciones y realizaban coreografías que se basaban mayormente en girar como peonzas al compás de la batería de Bill Milhizer.

Ya a la tercera canción (una gran revisión de Feels Good To Feel), el espectacular guitarrista de The Fleshtones realizó sus primeras avanzadillas entre el público, que aún no se atrevía a pedir prestados los instrumentos o a tocarse un riff.

Llamó muchísimo la atención la capacidad vocal de todos los integrantes de la banda, que en ocasiones recordaban a The Shangri-Las, a pesar de las incursiones del bueno de Keith Streng en unos registros que sonaban al mismísimo Bon Scott de AC/DC. Una caja de sorpresas, estos 'chicos' de Nueva York que intercambiaban micros y posiciones como si toda la actuación respondiese a un preciso plan urdido por la lógica de Tristan Tzara.

Asimismo, destacaron Serious, una genial versión del Day Tripper de The Beatles y, sobre todo, Remember The Ramones, con la que Zaremba recordó a todos los presentes la valía de The Fleshtones, "que estuvieron allí con ellos".

Tras una hora dejándose las rodillas entre brincos y posturas inverosímiles, prestando sus instrumentos al respetable y haciendo flexiones, los cuatro intrépidos músicos de Brooklyn se despidieron para volver con un último tema de quince minutos en el que los chascarrillos se perdían entre bases que recordaban a The Stooges con menos punk y más espíritu negro.

A la hora y media, un público entregado solicitó un nuevo bis; pero aquello ya era pura crueldad. No se podía pedir más ni a The Fleshtones ni a este primer concierto del Campus Rock de la UCA en su edición de 2012, que ha desatado pasiones y nos ha dejado una actuación de ésas que difícilmente se olvidan.

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