Cultura

Sam Amidon o la irrupción de un genio

  • El músico de Vermont clausuró el Escena Rock demostrando por qué su folk está llamado a marcar una época

El nacimiento de los mitos de la música folk como Bob Dylan o Woody Guthrie vino aderezado por fanfarrias, comunicados políticos y grandes festivales, además de movimientos literarios y filosóficos. Digamos que el ambiente cultural acompañaba.

Actualmente, genios como Will Oldham o Bill Callahan viven apartados en sus ranchos al margen de la industria y presentan sus discos en pequeñas librerías o en eventos minoritarios celebrados al amparo de tres cipreses y cinco amigos.

Traigo esto a colación porque se me hace difícil imaginar, a día de hoy, un músico con más talento y con menos capacidad para generar ruido mediático que Sam Amidon, lo que me lleva a preguntarme dónde ha quedado aquel fastuoso ambiente cultural de antaño y por qué ha sido sustituido.

En cualquier caso, tras su concierto en el Teatro Pedro Muñoz Seca, creo que Sam Amidon es ya, a día de hoy, un músico genial que con sólo treinta años mira de tú a tú a las vacas sagradas del género.

El de Vermont es capaz de dejarse los dedos en el banjo tocando bluegrass para plantarse en el neo-folk de corte Nick Drake a mitad de canción. Puede sonar cuando le apetece como José González o Sufjan Stevens, pero siempre tiene algo más que decir, siempre va más allá con unas historias y una interpretación que te dejan sin aliento.

La noche del miércoles comenzó con un dudoso "hola" de acento indescifrable y arrancó con I See The Sign, que da título a su nuevo álbum, acompañado por el magnífico percusionista Chris Vataralo ("un tipo sabio"). El tema fue una declaración de intenciones: guitarra acústica y voz preciosa que forzaba inopinadamente al ritmo sincopado de la batería (muy al estilo Nina Nastasia - Jim White).

Tras las pertinentes ovaciones que llenaron la sala repleta, Sam Amidon pasó a presentar a su banjo ("hello, banjo"), con el que retrocedió un siglo en el tiempo para marcarse un tema acelerado de folk clásico en el que describe una noche de vino y apariciones en mitad del bosque nevado. Para sorpresa de todos los presentes, la voz del artista de Vermont sufrió una metamorfosis y calcó los acentos de la américa más profunda.

Tras un interludio en el que se quedó con el personal con una pieza de jazz acompañada por extraños gestos ("para tocar jazz sólo hay que poner la cara adecuada"), Rain And Snow oscureció la sala con una melancolía preciosista que recordó inevitablemente a Nick Drake y a José González.

Sam Amidon también intentó que el público se arrancase con unos coros que sonaron tímidos y abochornados, probablemente porque nuestra formación castiza no da para tanto. Pero la procesión iba por dentro. Eso seguro.

You Better Mind, que describe la relación entre el músico y una montaña que lo persigue a lo largo de sus viajes por los Estados Unidos, supuso el clímax de la actuación y el comienzo de la despedida del de Vermont, que tocaba al día siguiente en Madrid.

Finalmente, la tristísima Climbing High Mountains cerró el concierto del joven genio del folk, quien tras un celebrado bis se despidió de un público que tardó un buen rato de salir de su estado de hipnosis.

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