Una nueva edición de Escena Rock toca a su fin mostrando la faz más prístina del folk norteamericano independiente. Atrás han quedado la melancolía de la maravillosa voz de Laetitia Sadier, los pies desnudos e incansables de las Vivian Girls o el apabullante directo de Lonely Drifter Karen. Sólo queda agradecer a la Concejalía de Cultura de El Puerto de Santa María el magnífico trabajo realizado durante esta edición, al que no se le puede poner ni un solo pero.

Sam Amidon (cuyo verdadero nombre es Samuel Tear) constituye uno de esos prototipos existenciales que son difíciles de concebir fuera de una pantalla o una novela. Nació en Brattleboro, Vermont, en el seno de una familia de artistas que se ganaban la vida tocando folk de raíces irlandesas y apalaches. Así que a los tres años ya tocaba violín y se pateaba los escenarios de los pueblos de la región.

Pronto montó su primer grupo, Assembly, y a su pericia con el violín unió el manejo de la guitarra y el banjo. Tras trabajar con diversas formaciones se trasladó definitivamente a los alrededores de Nueva York, donde emprendió su carrera en solitario y donde continuó colaborando con distintas bandas.

Con cuatro discos a sus espaldas (sólo tiene treinta años), Sam Amidon se ha convertido en la gran esperanza del folk norteamericano. Si Bill Callahan y Will Oldham son los indiscutibles herederos de Johnny Cash, parece que el de Vermont es, por derecho propio, el heredero de los dos grandes genios del folk contemporáneo, con los que guarda no pocas similitudes.

Su último trabajo, I See The Sign (Bedroom Comunity, 2010), ha sido producido por el islandés Valgeir Sigurdsson (quien ha trabajo con Björk o Will Oldham), y supone la confirmación de un universo estético propio que se caracteriza por la melancolía, el intimismo, los arreglos preciosistas y un tono reflexivo que recuerda en muchas ocasiones al malogrado genio de Nick Drake.