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Cultura

Saldando cuentas

La verdadera justicia no emana ni de hombres ni de dioses, sino del tiempo, que sujeta las alas de las mariposas para colocar todo en su lugar, cerrando un círculo perfecto. Cuarenta años, apenas un parpadeo en el universo, esperaron esta película los mosqueteros de Alcances, y ya no estaba Quiñones D´Artagnan. En apenas 35 minutos, Álvarez retrata con sobriedad etnográfica una comunidad que por entonces ya llevaba casi diez años en guerra, pero que convertía el "odio en energía", como rezaba en los cartelones que interrumpían las imágenes mudas en blanco y negro, sólo adornadas por una banda sonora de rasgos orientales. Ojos de almendra y sonrisas que trabajan como el chiste fácil que imaginan, donde la sombra del conflicto se intuye en cascos militares aquí y allá desperdigados. De repente, la música se torna dramática y los desastres de la guerra se ceban con los que siempre la pierden. ¿Qué temían los censores? ¿Que el público viera a los estadounidenses -los pueblos siempre demuestran ser mejores que sus gobernantes- protestando en la calle contra la guerra? ¿O a los robustos soldados americanos con la resignación de Goliat ante David? ¿Fue el texto de Martí sobre los anamitas, publicado en La edad de oro (1889) -periódico para niños y adolescentes- preludio y epílogo del documental, casi única concesión a la palabra en todo el trabajo? ¿El juego de imágenes que vislumbraba un cierto estilo de video-creación? ¿O es que todavía resonaban los cantos de mayo que no iban precisamente Con flores a María? Cuarenta años después, aunque la sombra de Vietnam es alargada, parece que no hemos aprendido nada. Pero tiene que ser así: cada generación debe conquistar, a su manera, el sueño de "Libertad, Igualdad, Fraternidad". Y seguramente, el ojo que nos miraba ayer desde la caracola de Alcances era el de Fernando. Y sonreía.

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