Concierto en el Gran Teatro Falla

Todos los trenes de Riki Rivera

  • El guitarrista y compositor gaditano abre las puertas de su ‘Estación Khandwa’ para sus paisanos en una noche inolvidable

El músico y compositor gaditano Riki Rivera, durante la presentación de 'Estación Khandwa' en el Gran Teatro Falla.

El músico y compositor gaditano Riki Rivera, durante la presentación de 'Estación Khandwa' en el Gran Teatro Falla. / Jesús Marín

Esto, la vida, no va de andar descamisado, cansado y sin aliento para subirse en el primer tren que pase. Esto, la vida, va de aprender a calibrar cuál es la hora justa y el momento adecuado para tomar la maleta y embarcarse en un viaje, el viaje, tu viaje. Por eso, no es mala idea construirse una estación. Sí, sí, una estación, donde pararse a mirar los trenes, a escrutar los vagones, a saludarlos de lejos, a verlos venir y, cuando se tercie, cuando la maleta esté bien reventona de ideas, proyectos y amor, mucho amor, escoger el asiento adecuado. Y volar. Riki Rivera así nos los ha descubierto, a nosotros, sus paisanos, en una noche de Falla inolvidable donde el músico y compositor abrió las puertas de su propia estación en la que tuvimos la suerte de ver (y escuchar) todos sus trenes, la Estación Khandwa.

Esto, la vida, va de la familia, de los amigos y va de la pasión. Ninguno de los tres puntales faltaron en esta construcción sólida y hermosa que supone el primer proyecto en solitario de un artista al que no le faltan alas ni raíces. Porque con él, en esta presentación para Cádiz de su disco, estuvieron su hermana, la cantaora Anabel Rivera, su cuñado, el comparsista Fali Figuier y su grupo (el de Martínez Ares), sus amigos (músicos como el dúo Makarines, como Javier Ktumba, como Ale Romero, como la bailaora María Moreno...) y, cómo no, su guitarra. Esa compañera vital inseparable a la que habla y acaricia como si fuera su amante.

Esto, la vida, va de aceptar el Laberinto (y si es por bulerías, mejor); y de no olvidar ciertos días, algunas fechas (15 de agosto), que se meten en la piel como la cadencia por tangos. Esto, la vida, como diría García Márquez, va de vivir para contarla, a la manera de uno, la de Riki, Te lo cuento con las manos; y de nunca, nunca jamás, olvidar de dónde vienes sin que el pasado sea un lastre para el futuro, por eso Lobo es un pasodoble de ‘Calabazas’, sí, pero también puede ser un bolero, ¿por qué no?

Esto, la vida, va de ser el pasajero que sabe mirar por la ventana y admirar el paisaje. Y Riki Rivera pintó, ¡qué te digo!, la Noche estrellada de Van Gogh para aligerar un viaje, el de un concierto con la guitarra flamenca como protagonista, que, a priori, es más apto para viajeros que para turistas. Sin embargo, el inteligente cicerone lo hizo asequible para todos los públicos.

Y es que sin menoscabo de la profundidad musical de su propuesta, de la voluptuosa exposición del amplio abanico de técnicas y habilidades de la que el gaditano es poseedor con su amante entre las manos, de la calidad y complejidad de cada una de las composiciones que dan vida a su primer trabajo, Rivera no tuvo problemas en remangarse, bajar a la tierra y trufar su concierto de anécdotas (monólogos que viajaron de lo humorístico a lo emocionante), de referencias para todos los públicos (del tema principal de la serie Narcos a cantar la presentación de ‘Los carnívales’ con los comparsistas, pasando por entonar en solitario al piano Vencer al amor, la canción que escribió para India Martínez) y de reservar un hueco especial no sólo para el Carnaval (acordándose de Antonio El Piojo) sino para su queridísimo flamenco por alegrías, con su “alma gemela”, su hermana, de la mano, como por bulerías en ese fin de fiesta de dulce y dejando explayarse tanto a ese dúo de miel, casi místico en la sevillana, que forman Los Makarines, como a María Moreno por guajiras que hace magia con su cuerpo y con el mantón.

Porque esto, la vida, va de eso. De hacer y de dejar hacer. De irse, de regresar y de compartir lo aprendido. La vida va de perseguir una pasión, y no desfallecer. Esto, la vida, va de sacudir los dedos, como hace Riki segundos antes de empezar a tocar, de estar preparado para cogerla, abrazarla y no soltarla. ¿Destino final? ¡Qué sé yo!

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