Cómics

Relato de iniciación

  • La nueva edición de 'El Playboy' llega con un montaje diferente, limpio y minimalista, y un epílogo que incluye las anotaciones del autor.

EL PLAYBOY. Chester Brown. La Cúpula. 236 páginas. 14 euros.

Si no me equivoco, El Playboy fue lo primero de Chester Brown (Montreal, 1960) que se publicó en nuestro país. Salió a mediados de la década de los noventa, en dos cuadernillos de la extinta colección Brut Comix de La Cúpula, que también nos trajo virguerías como La ciudad de cristal, Como un guante de seda forjado en hierro, Mundo idiota, Agujero negro, Juego de manos, Art & Beauty, Locas o Río veneno, es decir, los trabajos de luminarias del calibre de David Mazzucchelli, Daniel Clowes, Peter Bagge, Charles Burns, Jason Lutes, Robert Crumb, Jaime Hernandez y su hermano Beto. El hecho de que se publicaran en formato cómic book (eso sí, con gruesa cartulina de cubierta y papel de mayor gramaje que lo habitual) me hace pensar que la línea Brut iba dirigida a un público formado mayormente entre superhéroes, ese al que pertenece mi generación y que, por edad, estaba deseoso de probar nuevas sensaciones, mensajes más sofisticados, contenidos menos adolescentes. Los hallazgos del panorama independiente estadounidense, que es lo que nos ocupa, habían ido llegando hasta entonces con cuentagotas y, de repente, La Cúpula abrió el grifo. Por fortuna, no ha vuelto a cerrarse.

Confieso que aquel trabajo seminal de Brown, posterior solo a las historietas primerizas recopiladas en los volúmenes Ed the Happy Clown y El hombrecito, me resultó entretenido, y poco más. De hecho, cuando compré Nunca me has gustado, que descubrí en una mesa de saldos, ya se habían publicado (con él) otros tres álbumes del canadiense y no les había prestado la más mínima atención. Craso error. Tras devorar Nunca me has gustado, corrí en busca del resto y lo devoré igualmente. Varias veces he releído El Playboy desde entonces, y siempre ha habido algo en este libro que me parecía incorrecto, un defecto de forma ausente en sus otras exploraciones biográficas (Louis Riel) o autobiográficas (Pagando por ello y Nunca me hasgustado) que poseen una asombrosa pulcritud narrativa. Con todo, este crudo retrato de la relación de Brown con la revista erótica por excelencia, "fascinante relato de iniciación y casi un thriller en torno a la vergüenza, la culpa y la obsesión" (tomando prestadas las palabras de la contraportada) no dejaba de resultarme encomiable.

Hubo al fin una edición en tomo, la de Ponent Mon, con la composición de página alterada por el autor, que solo he ojeado; y ahora llega esta nueva propuesta de lectura, con un montaje diferente, limpio y minimalista, y un jugoso epílogo que incluye las anotaciones del autor. Observado otra vez, atentamente, con el ritmo que impone la presente versión, me parece que El Playboy disipa todas las dudas y alcanza mayor vuelo, como una canción deliciosa que goza al fin de la producción adecuada. Es por eso que lo recomiendo igualmente a los que no lo conozcan y a los que ya lo hayan leído en anteriores formatos. Estoy convencido de que a unos y otros les resultará sorprendente este retrato valiente, íntimo y complejo de uno de los autores más aventajados del medio.

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