Crítica de Cine

Regreso a la trilogía solo a medias logrado

Jason bourne

Thriller, EEUU, 2016, 123 min. Dirección: Paul Greengrass. Intérpretes: Matt Damon, Alicia Vikander, Julia Stiles, Tommy Lee Jones, Vincent Cassel. Cines: El Centro, Bahía de Cádiz, El Puerto Bahía Mar, San Fernando Plaza, Sanlúcar Al Andalús, Las Salinas, Victora Rota, Yelmo, Odeón.

En 1980 Robert Ludlum publicó El caso Bourne. Le siguieron El mito de Bourne en 1988 y El ultimátum de Bourne en 1990. En 1988 la trilogía inspiró una miniserie televisiva de lujoso reparto -Peter Vaughan, Denholm Elliott, Anthony Quayle- en la que Richard Chamberlain interpretaba a Bourne. Y ahí quedó la cosa, recluida en la televisión y sin interesar al cine, al contrario que otras novelas de Ludlum que conocieron populares adaptaciones, como Clave Omega de Peckinpah (1983) y El pacto de Berlín de Frankenheimer (1985). Tras la muerte de Ludlum en 2001 Eric Van Lustbader tomó el relevo publicando diez novelas protagonizadas por el agente. La razón de esta prolongación era simple: Ludlum falleció un año antes de que se estrenara la primera entrega de la saga dedicada al agente amnésico, alcanzando tan extraordinario éxito que se juzgó buen negocio editorial y cinematográfico prolongar sus aventuras.

La mayor gloria cinematográfica de Ludlum fue, pues, póstuma. Porque las películas del agente Bourne han supuesto la renovación del género y el fenómeno más importante desde la irrupción de James Bond allá por el lejano 1962. Doug Liman definió el modelo desde la primera entrega: una historia de traición y búsqueda llena de fuerza, un protagonista tan invulnerable -es una máquina programada para matar y sobrevivir en circunstancias extremas- como vulnerable -ha olvidado quién es e ignora por qué quieren asesinarlo- perfectamente interpretado por Matt Damon, unos secundarios muy cuidados e interpretados por actores de primera fila y una puesta en imágenes que fragmenta el ritmo vertiginoso de la narración en brevísimos planos las más de las veces filmados por una cámara inestable.

La mezcla de un ritmo frenético que no sacrifica la solidez de la historia al espectáculo fue la clave. Paul Greengrass tomó el relevo dirigiendo El mito de Bourne y El ultimátum de Bourne en 2004 y 2007. Mantuvieron el nivel. El cambio de director y el alejamiento de Matt Damon perjudicaron a la siguiente El legado de Bourne, dirigida por Tony Gilroy en 2012. El mal resultado ha obligado a rectificar: Greengrass y Damon vuelven a tomar las riendas. Pero el resultado, siendo superior a la anterior entrega, no alcanza la casi perfección de la trilogía. Y es un caso extraño porque las filmografías tanto de Doug Liman como de Paul Greengrass son bastante mediocres fuera de sus títulos Bourne. A lo mejor (o a lo peor) Bourne es también heredero de Bond en esto: los mejores Bond del canon conneryano fueron las más brillantes obras de realizadores -como Terence Young, Guy Hamilton y Lewis Gilbert- más bien mediocres.

Jason Bourne, en su regreso a un nuevo mundo de conspiraciones y filtraciones pos-WikiLeaks, rompe el equilibrio que fue la clave a la vez de su éxito comercial y de su interés cinematográfico.

La acción puede al clima, la espectacularidad prima sobre la tensión, el dramatismo un poco kafkiano del amnésico que se busca a sí mismo a la vez que es perseguido a muerte ha desaparecido, alguna escena de acción (como la persecución en Atenas) se eterniza y otra (Las Vegas) es muy espectacular, ciertamente, pero acerca a Bourne al cine de efectos alejándolo de su esencia. Cuando Damon, como intérprete y productor, y Greengrass, como guionista y director, regresan con las riendas bien sujetas, la película se desmanda. Bourne ahora, aunque conserve parte de su atractivo, es más de lo mismo; no aquel personaje que hizo historia dando nuevos aires al cine de espías.

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