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Cultura

"Puedo hacer lo que me dé la gana: estoy en la posteridad"

  • La Historia marcó el devenir de la trayectoria vital del intelectual, que analiza desde la República hasta las pretensiones nacionalistas de la España del siglo XXI

Ayala y su esposa, Carolyn Richmond, acuden a la puerta y franquean la entrada a los periodistas. La mano que tiende el escritor es firme; su cordialidad, sincera. Habitan un discreto piso en el centro de la capital donde la claridad del día invernal penetra por las ventanas con una rara generosidad y todo lo ilumina. Son contados los libros y los objetos que hay en las paredes o repartidos en las mesas y veladores. Ayala y Carolyn: dos sonrisas y un mundo compartido.

En el salón contiguo a la entrada hay un tresillo que ocupan ahora los anfitriones y los visitantes. La conversación empieza con naturalidad y así se prolonga durante dos horas o más. Es imposible precisar en qué momento terminan los saludos y empieza la entrevista. Y a partir de qué frase o comentario el diálogo que recoge la grabadora es ya una conversación íntima, un intercambio de guiños, palabras y opiniones que sólo tiene una trascendencia llana y amistosa.

La oportunidad de conversar con Francisco Ayala supone dos privilegios: la satisfacción intelectual de interrogar a uno de los pensadores más insignes del siglo XX y la extraña emoción que suscita la compañía de un hombre que ha logrado la hazaña, más azarosa, de vivir más de cien años. En Ayala, además, ambas facetas se superponen. Sus reflexiones -casi siempre precisas como epigramas, cortantes como cuchillos- son las de un hombre que juzga su larga vida como una circunstancia divertida que le permite observar el mundo, dice, como un antepasado. Un ascendiente ilustre en el que predominan la clarividencia y un juvenil sentido de la ironía.

-Con lo discreto que es usted, ¿no siente pudor de cumplir cien años?

-Lo que siento es que he pasado ya al otro lado; es decir, que estoy en la posteridad. Y me doy cuenta de que la gente me mira también como un hombre de otro tiempo. Ya lo soy. Tuve unas enfermedades de las que salí casi milagrosamente y, al volver a otro mundo, al mundo que está cambiando tan rápidamente, tan velozmente, me he encontrado con que soy un antepasado. Me veo yo mismo como un antepasado y la gente también, todos ustedes, me ven de ese mismo modo. Bueno, pues muy bien. Yo, conforme con la experiencia de la vida.

-Una experiencia poco habitual…

-Una experiencia muy rara porque hay muy poca gente que pueda tenerla en condiciones normales. Así que lo acepto. Y lo acepto con gratitud y felicidad. Estos últimos años de mi vida están siendo particularmente felices porque estoy en un ambiente doméstico muy grato, muy bien cuidado, muy bien atendido, respetado (que ya es mucho hoy en día…). Me siento a gusto. Ya estoy en esa especie de jubilación del mundo.... Ya estoy jubilado del mundo. Puedo hacer lo que me dé la gana.

-Hay personas mucho más jóvenes que son absolutamente anacrónicas. Pero usted es contemporáneo…

-Bueno, yo trato de serlo, pero no lo soy del todo. Porque, por ejemplo, mi trato con los medios mecánicos de comunicación es difícil. Y es que ya no estoy en las mismas condiciones que antes. Mire, cuando era niño escribía a máquina para ganarme unas pesetillas en aquel principio de siglo… He escrito a través de los medios que había entonces y he escrito hasta el final. Pero ahora ya no puedo. No puedo escribir a máquina, no puedo escribir casi a mano tampoco. Y tengo la suerte de que mi mujer, con una bondad infinita, me hace todo lo que necesito y me ayuda a vivir. A vivir y a estar en relación con el mundo. Con los recursos técnicos que tiene este mundo tan complejo y tan abominable. Porque cada día cambia todo.

-El siglo XX ha sido, particularmente, un siglo de inventos. No hace tanto que se vivía, por ejemplo, en un mundo sin televisión...

-Pero es algo que hoy ya no se puede ni imaginar. ¡Cómo es posible! ¡Cómo se puede vivir sin televisión!

-Y sin cine…

-El cine ha sido para mí la experiencia de mi vida. Porque el primer libro sobre cine que se llegó a publicar en España es un libro que hice yo. Con eso ya está dicho todo. Siempre he estado pendiente. El cine es el eje de la experiencia estética del siglo XX. Es un nuevo medio, un nuevo recurso y, sobre todo, imprescindible porque estaba en relación con todo el mundo. El cine, en todos sus grados, en todas sus categorías de calidad, desde las cosas más excelentes que se han hecho artísticamente hasta las cosas más triviales y el entretenimiento. Yo no desdeño ni mucho menos los niveles inferiores de la expresión estética, creo que hay que reconocerlos y tenerlos en cuenta. Creo que es magnífico que haya un medio capaz de cubrir todos los grados.

-¿En la Granada de su juventud había ya algún cine?

-Sí, recuerdo una escena de la primera vez que fui al cine. Está en mi libro Recuerdos y Olvidos, pero lo voy a repetir ahora… Siendo muy niño, me llevó mi madre al cine. Era una película de una actriz muy famosa italiana... ¿Cómo se llamaba? El hecho es que la película se titulaba La bestia humana, que es en realidad La bête humaine con argumento de la novela de (Emile) Zola. Bueno, aparece en la pantalla esa estatua enorme… No son un hombre ni una mujer de una estatura normal, son muy grandes. Entonces yo dije '¡Mamá, mamá! ¿Ésta es la bestia humana? Y ella me dijo 'Calla estúpido'. Y yo me quedé... Pues esa fue mi impresión del cine. Desde entonces en adelante hasta hoy, hasta mañana, estoy mirando películas, las nuevas también. Me interesan los nuevos directores, las nuevas experiencias cinematográficas. Todas me siguen interesando.

-Todos los aficionados al cine son algo mitómanos, ¿usted lo ha sido también?

-No tanto porque soy bastante ecléctico en el sentido de que reconozco la calidad diversa y no soy fanático de un actor…

-¿Le interesa el cine español actual?

-Lo bueno, claro. En el cine español, lo bueno es muy bueno, muy bueno. Y lo malo, soportable. No hay cosas realmente ofensivas, que yo sepa…

-¿Todavía va al cine?

-Lo veo aquí en casa, tengo una pantalla muy buena. A mi edad, yo estoy aquí muy a gusto con mi butaca, sin salir de casa.

-El siglo XX ha sido un siglo de fascinación pero también de horror. ¿Qué ha primado desde su punto de vista con una visión general? ¿Qué le ha llegado a usted más? ¿A qué se refiere exactamente? Ha sido un siglo de inventos, fascinación y progreso, pero también de dos guerras mundiales, una guerra civil, un exilio…

-Bueno, el siglo XX es un periodo histórico cortado justamente por el momento de la Guerra Civil española y la Guerra Mundial. Antes y después son dos mundos distintos. Distintos totalmente. Ha sido un cambio histórico muy sensacional, de modo que son dos siglos XX. Y mucha gente no ha sabido saltar de una cosa a otra. Mucha gente ha seguido clavada en el pasado. Y eso se ha podido ver en todos los planos: en el plano político, por supuesto, pero también en el plano de los gustos, en el plano de las valoraciones morales... Es que ha sido un cambio total. Y el alcance al nuevo mundo no ha sido fácil, porque el nuevo mundo es el de la gente que ha nacido ahí, que ha abierto los ojos al mundo en esa época. Es un siglo que son dos siglos diferentes con un corte.

-¿Uno mejor y otro peor?

-No, no, en absoluto. Eso de mejor y peor es muy difícil de plantear, porque según el qué. Por ejemplo, en la técnica: cómo se va a comparar, esto es fantástico. ¿En las valoraciones morales? Pues sí, realmente es mucho peor. En el nivel de cultura general, lo mismo digo...

-¿Peor también?

-Sí, peor.

-¿Cree entonces que vamos hacia atrás en el plano del pensamiento, de los valores?

-No sé si hacia atrás. ¿Hay progreso realmente? ¿En qué? ¿Progreso en la técnica? No hay duda, un progreso fabuloso, pero en lo demás no creo que haya progreso. Y en la condición humana tampoco. Porque la bondad y la maldad del ser humano se ha manifestado en la Historia desde siempre, en todos los niveles. Desde Adán y Eva, Caín y Abel… Ahí tenemos realmente la primera guerra civil: en Caín y Abel…

-En su caso, ¿cómo ha afrontado el paso entre esos dos siglos XX? ¿Cómo abrió usted los ojos al nuevo siglo?

-Bueno, yo lo he vivido con las circunstancias personales… Como me he visto forzado a exiliarme después de la Guerra Civil, ha habido un corte en la continuidad de mi existencia que me ha permitido abrir los ojos hacia una nueva realidad; no como a otra gente que no los ha podido abrir y que se han quedado en el pasado. Inclusive los propios exiliados. Se ha producido el caso de gente que quería volver y quería encontrarse el mundo que había dejado. Pero no. ¡Cómo se va a encontrar lo que había dejado, se encontró una cosa totalmente diferente!

-¿Alguna vez ha pensado qué hubiera sido de su vida si hubiera aceptado la propuesta de su padrino para quedarse en Granada y no viajar a Madrid en aquellos años 20?

-Eso fue importante para mí. El salto fue muy importante. La alternativa era quedarme dentro de un ambiente retrasado y un ambiente de 'comodonería' económica. En cambio, por las circunstancias particulares de mi familia, me vi obligado a un cambio en ese sentido bastante importante. Es decir, ponerme a trabajar en condiciones económicas muy malas. Tuve la suerte de que las cosas cayeron de tal modo que yo al final tuve una época de bastante prosperidad personal. Pero la verdad es que sí…

-¿No sería el mismo Francisco Ayala que es hoy? ¿Sería diferente?

-Sería diferente o no. No lo sé. Lo importante en cada caso, pienso yo, es la personalidad de cada uno: el que tiene un impulso hacia el crecimiento en un sentido u otro, pues lo va a cumplir. El que se aguanta, pues… yo lo he visto: amigos, compañeros que por razones de encogimiento doméstico han tenido que renunciar a hacer lo que hubieran podido hacer. Pero, bueno, es una 'falla' de las personalidades individuales. Quien tiene una personalidad muy poderosa, pues rompe con todo y, de un modo u otro, sale adelante.

-Usted llegó a Madrid en un momento de una vitalidad tremenda.

-Tremenda. Una época muy bonita. Una época brillante de España, en la cultura y en la transformación social que empezaba. Y bueno, eso quedó cortado por la Guerra y vino un paso atrás, caer en los años (¡los decenios!) de la postguerra... Fue tremendo. Cambió. El país fue otro país, ya no tenía nada que ver con el anterior. Cuando yo volví del exilio era el momento en el que todo empezaba a resurgir. Y resurgir de otro modo, como es natural. No era la recuperación del pasado, sino la apertura de un porvenir, un porvenir que podía ser bueno, malo… Pero porvenir.

-¿La República fue el periodo donde prosperó más esa vitalidad intelectual, esa curiosidad?

-No, no, no. La República fue un corte de la continuidad, un momento de revuelta. Se hablaba de la República idealizándola, pero la realidad no era esa.

-¿Los años previos fueron entonces mucho más ricos?

-La República fue el fruto de esos años previos, pero un fruto malogrado.

-¿No se supo gestionar? ¿No se aprovecharon las oportunidades?

-No, se perdieron porque la gente joven que quería renovación lo hizo de un modo equivocado. Equivocado porque el ambiente general era lo que ofrecía en aquel entonces. Dentro de la gente que se rebeló contra la República había un grupo de jóvenes que quería acceder a algo nuevo, pero eso nuevo no tenía modelo. Los modelos que había eran Mussolini y Hitler y, en seguida, Stalin. Eran movimientos muy diferentes uno de otro, pero movimientos para tratar de salir de una situación.

-Es curioso cómo en ese momento coinciden unas vanguardias en las que están presentes poetas, escritores declaradamente de izquierdas, pero también se convive con una estética vanguardista fomentada por personas como Ernesto Giménez Caballero…

-Bueno, Giménez Caballero era un personaje muy singular, muy interesante y muy raro. Hay que decir la verdad. Yo fui amigo de él en el sentido de compañero, de buen entendimiento. Justamente estaba mirando hace poco un libro que trata de Giménez Caballero y ofrece curiosidad. Es un personaje raro, renovador, sin duda. Él fue el soporte económico de un sector de la vanguardia porque el padre era un gran impresor, tenía un negocio de imprenta muy importante y él utilizó esos recursos a favor de la vanguardia y el grupo éste que estaba ahí… Esa vanguardia que no contaba con la guerra porque propiciaba un ambiente de optimismo bastante frívolo, es decir, que se hacía valor de la frivolidad, como un valor cultural. Eso se tuvo que acabar enseguida.

-Por un lado la vanguardia y, por otro, un pensamiento nuevo profascista.

-Sí, porque en eso había novedad. Lo que no tenía novedad era el tradicionalismo, el carlismo. Todo eso que fue aglutinado alrededor de Franco. Y al principio quisieron incorporar también los renovados, pero no pudieron como lo sabemos bien por quienes estaban exiliados. Los renovados fueron oprimidos hasta hacerlos desaparecer. Fueron saliendo los mejores, algunos personas que han tenido una gran importancia en la renovación.

-¿Cómo cambió su imagen de España con el exilio? ¿Qué perspectiva supuso su estancia en Latinoamérica?

-La idea de los organismos colectivos cambia mucho. Hay que cambiar y hay que darse cuenta de ese cambio. La gente no suele darse cuenta rápidamente. Fíjense si ha cambiado la noción de España tan sólo en el tiempo reciente. Ahora estamos hablando de esas tonterías de las naciones, del Estatut... Y creyéndolas. Bueno, no creyéndolas, sino peleándose por tonterías que no son nada, que no tienen entidad ninguna…

-Además, resulta algo contradictorio el debate que se suscita sobre las naciones en un mundo tan globalizado y que tiende a hacer desaparecer cualquier tipo de fronteras…

-Es contradictorio, absolutamente.

-¿Qué imagen tiene usted de estos movimientos nacionalistas en España?

-Como un residuo, esas cosas residuales… Lo que tiene un efecto contraproducente, destructivo. Son cosas negativas.

-¿Cree que el nacionalismo perjudica a España, al progreso?

-¡Claro! ¡Si es que es absurdo! Es hablar de cosas que pertenecen a un mundo pasado.

-¿Usted cree en el modelo republicano para España?

-El modelo republicano no es tal modelo. ¿Qué es el modelo republicano? La monarquía y la república son prácticamente lo mismo dentro de una entidad colectiva que, con un gobierno democrático será una cosa y, si no, lo será otra.

-Para un intelectual como usted debió ser duro el exilio. ¿Le ha marcado el hecho de haber perdido en varias ocasiones su biblioteca?

-Bueno, eso depende de la personalidad de cada cual. Yo no he sido muy escolar en el sentido de necesitar una biblioteca como tal, tener tales libros, atenerme a una tradición. Mi espíritu ha sido más bien libre. Por ejemplo, leo un libro, ese libro hace un efecto sobre mí. Luego lo vuelvo a leer dentro de un año, tres días o diez años, y es otro libro completamente distinto. Es decir, que mi contacto con la realidad es un contacto práctico, sensible.

-¿No es fetichista?

-Nada, absolutamente nada. Yo no guardo cosas, no conservo nada y eso me hace sentir libre después de todo. Si se guardan cosas en esta casa es mi mujer quien lo hace. Yo no, no guardo nada. ¡Hasta los papeles! No colecciono papeles, la edad en ese sentido me quita toda la ilusión… ¡Para qué!

-Usted ha conocido a prácticamente todos los grandes escritores e intelectuales del siglo XX. ¿Cómo fue, por ejemplo, su relación con Borges?

-Teníamos amistad. Borges mismo, precisamente, se presentó a mí e hicimos una amistad inmediata que se mantuvo siempre.

-Un personaje extraordinario…

-Sí, extraordinario…

-Él era su propia literatura…

-Sí, ¡qué bonita frase! Era su propia literatura. Era crítico respecto al mundo, respecto a los otros escritores de la literatura universal y respecto de sí mismo. Con una modestia fundamental que consiste en no estar engañado. Además, era muy sagaz y, claro, se veía a sí mismo y veía su propia miseria personal. Era extraordinario y, como pasa tantas veces, una persona pública es mal entendida. Probablemente por su propia familia, que era tan buena, tan cariñosa familia, pero él probablemente sentía que no era conocido. Era un desconocido en su casa. Porque para conocerlo había que tener una visión muy profunda y con cierta familiaridad con la personalidad suya.

-Haciendo un poco de autocrítica, ¿el periodismo de ahora es peor?

-El periodismo de ahora puede ser peor en el sentido de que el periodista llega sin saber ni lo que va a hacer. Yo, a veces, he contado una anécdota que creo que vale la pena volver a recordar: llega un hombre a mi casa, llama a la puerta con su máquina de fotografías y tal para hacerme una entrevista. '¿Usted a qué se dedica?', me pregunta. Y lo le digo: 'Mire, salga, averígüelo y luego vuelva'.

-Antes comentaba su afición por el cine y por los nuevos directores, por la vanguardia. ¿Le interesa también la literatura actual? ¿La sigue?

-Por supuesto que sí. Yo estoy recibiendo libros todos los días. Se publican más libros que nunca, más de los que se pueden leer. Yo siempre los abro, leo un poco… Pero a veces me basta con leer el primer párrafo, por no decir el título…

-Es curioso lo que ocurrió en el último Premio Planeta con las palabras tan duras de Juan Marsé. Se están publicando muchísimos libros y es un motivo de satisfacción y de estímulo, pero da la impresión de que también se están publicando muchos malos libros…

-Mucha basura, claro. El episodio de Marsé fue muy penoso realmente, porque se ve que el hombre no pudo más. Sencillamente. Él trató de aguantar, pero no, no pudo.

-Resulta llamativo porque él ha sido jurado del Planeta, un premio rodeado siempre de cierta polémica, precedido de una inversión fortísima. Ha debido de llegar a unos niveles de descrédito terribles...

-Pero hay libros que se encargan y no pasa nada. 'Escríbame un libro de tal manera para un best-seller' y, bueno, muy bien: se pone y lo escribe. Y yo lo admiro. Ese tipo de escritor me produce verdadera admiración.

-¿Usted ha escrito alguna vez por encargo?

-Bueno, autoencargo en el sentido de los artículos periodísticos que uno dice bueno, voy a opinar sobre esto o sobre lo otro. Pero solamente así. Ahora yo podría escribir por encargo, podría hacerlo, por qué no… Pero es una labor que no tiene que ver con la literatura. Es una simulación.

-El proceso sería más bien de lo que podríamos llamar un escritor profesionalizado. Son muchos los escritores que han tenido que recurrir a estas prácticas para vivir.

-Mire, yo siempre he procurado no depender económicamente de la literatura. Y lo he conseguido. De arriba abajo. De modo que nunca me he prostituido en ese sentido. Puede uno escribir de ese modo, pero no es literatura ya. Yo insisto siempre en una cosa que la gente no quiere entender. Yo llamo literatura en sentido propio a lo mismo que a la poesía, es decir, a la creación imaginaria. Eso para mí es la literatura, o sea, la poesía. Y luego uno escribe de todo porque, claro, todos escribimos en el mundo…

-Es el caso, por ejemplo, del precioso prólogo que usted escribió poco después de establecerse en España y visitar su ciudad natal para la guía turística 'Granada en su mano'…

-Mi relación con Granada es interesante porque yo viví en Granada desde que nací hasta los 16 o 17 años y luego dejé de ir a Granada para siempre hasta el año 60, que fue cuando volví. De modo que me encontré con una Granada que fue una sorpresa en cierto modo agradable y en cierto modo penosa porque vi que estaba en el mismo estado en que la había dejado. La misma ciudad que había dejado. Pero el cambio estaba bajo capa y al año siguiente ya empezó a cambiar todo. Así que yo vi esa Granada antigua y luego he visto toda la transformación, que ha sido fabulosa, fabulosa. Las veces que he ido a Granada después ha sido para encontrarme con novedades -algunas horribles como la edificación- y otras muy agradables…

-Usted ha tenido una enorme curiosidad por otras manifestaciones artísticas que no eran literatura. Consta su pasión por el cine, su inclinación hacia la pintura, ¿y la música?

-Bueno, la música me gusta, pero no entiendo. Es decir, mi sensibilidad entiende y distingue lo que es bueno y lo que es barato, pero no tengo un conocimiento que quisiera tener. Reconozco pero no puedo reproducirlo.

-Pero, por el contrario, su estilo es extraordinariamente musical.

-Es que yo estoy muy pendiente de la sonoridad. Muchos cambios los hago por eso, cambiar una palabra de arriba abajo por el sonido.

-Se atrevió incluso con la poesía. ¿Recuerda sus versos escolares, en los retretes de su colegio?

-¡Claro! Yo he escrito mucha poesía de niño, pero, en fin, son de esos vicios de la infancia. Poesía, alguna cosa no tan mal… Pero lo único que publiqué fue un poema. El único que llegó a imprenta de todo lo que yo había hecho.

-Una autoexigencia tremenda, ¿esto le salva de tener una mala relación con la crítica?

-En realidad nunca he tenido ningún encontronazo con la crítica. Lo cierto es que no recuerdo críticas negativas. En cierto modo, es que yo cuido de no publicar cosas que no creo que estén bien. Sí he tenido, en cambio, críticas realmente muy sagaces y muy buenas. Han escrito libros acerca de mi literatura que a mí mismo me ha enseñado a conocer mi propia obra.

-¿Le inquieta todo lo que lo que está significando la celebración de su Centenario?

-Bueno, no me inquieta porque yo creo que ya, a la edad que tengo, que sea lo que quiera. A lo mejor me muero mañana, así que no me preocupo. Tengo la suerte de que está la gente ocupándose de todo y, bueno, a ver si no les defraudo.

-El Ayuntamiento de Granada está regalando a los recién nacidos su libro 'Historia de la libertad'…

-Bueno, ese es un libro de ideas. No es un libro de inspiración lírica. Porque yo he trabajado en ese sector y la Historia de la libertad precisamente la escribí para muchachos en un momento en que había una dictadura en Argentina. Ese libro lo escribí con esa intención. No era una intención literaria, sino que era una intención educativa para que los muchachos vieran y se enteraran un poco cómo era la historia de la libertad.

-Uno de los grandes objetivos del Centenario es que la gente conozca su obra. ¿Le molesta o le preocupa el hecho de no ser un autor popular?

-No, no me molesta, porque yo veo que debe ser así. Debe haber intereses diferentes. Yo no creo que todo el mundo deba interesarse por todo.

-¿Pero no le gustaría que el público conociese más su obra?

-Me gusta cuando la gente la conoce y veo que se ha compenetrado y la ha entendido. Me encanta que sea así. Pero yo no creo en las multitudes que le gustan las cosas. Veo que lo que a la gente le gusta mayoritariamente no es lo mejor.

-Es tal vez una misión también de su Fundación en Granada, permitir que la gente se acerque a su obra, dar la oportunidad para valorarla y comprenderla…

-¡Pero que se acerque quien quiera!

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