Crítica de arte

Palestina-Afganistán, la cruda realidad

  • El fotógrafo Emilio Morenatti expone en su tierra natal una selección de sus espléndidas imágenes, una fotografía desnuda de todo artificio tomada por su mirada comprometida

Una imagen de la exposición.

Una imagen de la exposición. / Emilio Morenatti

Emilio Morenatti es un reconocido fotógrafo de prensa nacido en Jerez y uno de los más significativos reporteros gráficos de nuestro país. Ha cubierto conflictos armados por todo el mundo. Sus reportajes sobre Palestina, especialmente los duros acontecimientos en Jerusalén y en Gaza, con sus eternas y nunca cerradas heridas de pueblos

vecinos, son vivas escenas en la alma de todos. También la sempiterna guerra de Afganistán, con su drama social de un pueblo casi destruido, ha servido de especialísimo tema informativo para la fotografía de este jerezano que ha recibido los principales premios de fotoperiodismo de todo el mundo: el Premio Andalucía de Periodismo, el The Fuji European Press Awards; en cuatro ocasiones ha sido galardonado con The National Headliner Awards; ha sido nombrado fotógrafo del año varias veces en América y ganador absoluto del Editor and Publisher’s Photos. También ha sido primer premio de Fotopress y finalista del Premio Pulitzer por su trabajo durante la guerra de Afganistán. En esta ocasión el fotógrafo jerezano capta, con toda su impactante magnitud, la dura existencia en dos territorios en permanentes y abiertas hostilidades: Palestina y Afganistán. El artista se sitúa en medio de aquella dramática existencia, convive con el drama, es espectador privilegiado, por su cercanía, de lo que allí acontece; es silente observador de la extrema dureza en la que vive la gente de aquellos países y, como periodista que es, a pesar de toda la tragedia que le rodea, sólo intenta captar imágenes de aquellos dramáticos escenarios y de sus personajes; unos personajes que son actores a la fuerza de una realidad que, desgraciadamente, les toca muy de cerca.

En la obra de Morenatti, los enfrentamientos bélicos permanecen latentes, son una especie de decorados donde se desenvuelve una historia social vivida por unos frágiles y casi siempre inocentes protagonistas: los humildes habitantes de aquellos territorios en guerra. Tan descarnada situación no impide a la gente continuar con su cotidiana existencia dentro del drama. Los niños, allí, siguen siendo niños que, también desgraciadamente, viven lo que nunca deberían vivir los niños. Las mujeres realizan sus actividades habituales, en Afganistan, sometidas bajo ese yugo infame del burka. Los hombres son más protagonistas activos de esa dolorosa realidad, sus rostros denuncian el horror, el miedo y la imposibilidad de actuación.

La fotografía se desnuda de todo artificio y sólo muestra la realidad de lo que la mirada comprometida del artista observa tras el visor. Por eso en la exposición nos encontramos escenas cotidianas de una vida vivida al límite; pero, al fin y al cabo, vivida con los rigores que plantea situaciones tan extremas. La gente convive en medio de un caos que huele a muerte; los tanques abandonados forman parte del paisaje y hasta sirven de improvisados columpios para los juegos de los niños; las mujeres palestinas se manifiestan en Gaza portando las fotos de los presos políticos; los funerales, con sus gritos angustiados, se suceden casi cotidianamente; los pequeños enfermos permanecen en medio de carreteras sin que nadie los socorra; la Media Luna Roja –algo parecido a nuestra Cruz Roja– tarda en llegar para curar a un pequeño cerca de Kabul, la capital de Afganistán, que enseña la crueldad del muñón de su pierna; un grupo de niñas afganas miran atónitas el drama que se descubre ante ellas. Son jovencitas que muestran, ya, miradas adultas preñadas de miedo y desesperación.

Es la historia diaria rescatada de una trágica realidad que se nos describe, con toda su agónica posición y que el resto del mundo contempla como algo lejano, ajeno por completo a su cómoda existencia en una feliz sociedad del bienestar.

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