Cultura

Nobleza obliga

Compañía: Compañía Nacional de Teatro Clásico.. Texto: Calderón de la Barca. Intérpretes: Joaquín Notario, David Boceta, Eva Rufo, María Besant, José Luis Santos, David Rebolledo e Isabel Rodes, entre otros. Versión, dirección y espacio sonoro: Eduardo Vasco. Escenografía: Carolina González. Iluminación: Miguel Ángel Camacho. Vestuario: Lorenzo Caprile. Viola de gamba: Alba Fresno Día: 4 de mayo de 2012 Lugar: Teatro Falla.

No se quieren enterar de que a quien mucho se le dio, mucho se le exigirá. La nobleza, en el más amplio sentido del término, ya sea de cuna, de alma o corazón, ganada por oposición o en las urnas, comporta obligaciones y responsabilidades. Por ello, cuando no se actúa como corresponde al cargo, la misión encomendada, el deber o el carácter, hay que aceptar el garrote que nos den, venga de quien venga, como este más bien dado que hoy conocemos como El alcalde de Zalamea.

La Compañía Nacional de Teatro Clásico -con ese título que conlleva una labor de servicio público que pagamos entre todos- ha sabido sopesar un doble compromiso en este montaje, bajo dirección y versión de Eduardo Vasco: de un lado, con la memoria de nuestros clásicos, limpiando, fijando y dando esplendor; de otro, con el público contemporáneo, que al igual que damas, caballeros, mosqueteros o criadas de nuestro siglo catalogado de áureo, va al teatro a entretenerse. Así, se ofrece un montaje al servicio del texto, sustentada en el trabajo actoral, con un verso que suena fresco y espontáneo, matizado de una sinceridad que brota del manantial de una interpretación basada en la naturalidad. Sobre esta buena base, acompañan las canciones, los matices de acento, según territorio o clase social -aunque a veces se pierden en momentos de gran intensidad dramática- así como una cierta comicidad, latente en nuestros clásicos, pero que frecuentemente se ha negado a causa de un tratamiento excesivamente solemne. Por eso, quizás choca ese cierto aire grotesco del final, tal vez con un intencionado matiz de irreverencia que señala que nuestro esperpento cultural -y nacional- se nutre de sólidas raíces. La puesta en escena, por su parte, se ha concebido desde una sobriedad coherente no sólo con tiempos de crisis, sino con una toma de conciencia con la verdadera esencia del teatro, ese espacio vacío delimitado por Brook donde unos cuentan una historia y otros, les observan.

Sin embargo, resulta curioso a priori que se elija un texto del repertorio clásico dentro de la programación de los actos de conmemoración de la Constitución de 1812. Pero si uno se aleja de los árboles y vislumbra el bosque, se reencuentra con el mismo conflicto que siempre le toca interpretar a la estirpe del Cid Campeador. Es decir, a este pueblo de buenos vasallos que nunca encontraron buen señor y que más de una vez tuvo que unirse como Fuente Ovejuna, todos a una, demostrando a lo largo de su Historia que eran mejores que sus gobernantes. Que un día, visto que nadie lo haría por ellos, decidieron por sí mismos -precisamente en Cádiz- proclamarse ciudadanos. Y que hoy, frente a los apocalípticos vientos que corren, se enfrentan al reto de seguir siendo los dueños de sus propios destinos.

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