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Manifestación de lectores (7)

  • La rebelión tiene una fuerza imparable, insuperable. Las autoridades amenazan con disparar sobre los libros.

LA librería es una antigua casa de vecinos en la que los anaqueles han sustituido retratos de familiares antiguos y niñas vestidas de comunión. Donde había sofás ahora hay un señor que te informa dónde está el corazón del hombre, donde había una cuna ahora hay un señor que te informa dónde está el crimen y el castigo, donde había una gramola ahora hay un señor que te informa dónde Borges relata las infamias. Los señores de estas esquinas llevan una camiseta negra en la que se lee 'pregúntame'. Me dirijo a uno de ellos: busco un libro que me haga libre. ¿Ensayo?, pregunta el señor al que hay que preguntar. No, no ensayo, jamás ensayo nada, contesto. ¿Bromea?, sigue preguntando. En absoluto, respondo, yo sólo pregunto, como indica su camiseta, por un libro que me haga libre. ¿Cree que existe un libro que le haga libre? Me siento interrogado y declaro la verdad: nunca he leído un libro. ¿Entra en una librería sin haber leído nunca un libro? ¿Por qué? El interrogador tiene perilla y gafas redondas, pero yo no puedo apartar la vista de su mensaje en la camiseta: pregúntame. Contesto de nuevo: desperté tarde, inquieto, sentí necesidad de ser feliz. Había oído que ser feliz es ser libre y pensé en probar con un libro. ¿Autoayuda? Si eso sirve... ¿Cree que existe un libro de autoayuda que haga feliz? ¿No cree que debería probar con los mensajes de los azucarillos? De esos ya he leído muchos y como yo no sé nada de libros... ¿Te gustaría unirte a nosotros entonces? La mirada del señor al que hay que preguntar se vuelve muy firme, directa, clavada en mí. Y yo no quiero unirme a nadie. Quiero desunirme, quiero leer. Pero le digo que sí. ¿No cree que debería seguirme? Sigo al señor al que creo que no le he preguntado nada por unos pasadizos que llevan a una puerta trasera. Allí me aturde un gentío que levanta páginas de libros que aletean como mariposas en un tarro de mermelada. ¿Está dispuesto a todo?, me pregunta el señor. Me encojo de hombros y digo que estoy dispuesto a todo. El señor me entrega un libro que se titula Cómo aprender a decir no y me pregunta: ¿Sabe cómo utilizarlo? Miento y le digo que sí. Avanzo con la multitud hacia la entrada de un edificio público y comparto el murmullo. Desde un altavoz nos dicen las autoridades que no avancemos más o dispararán sobre nuestros libros. Pero el señor que me ha reclutado grita por un megáfono: ¿Ahora nos vamos a detener? Y no nos detenemos. Somos una fuerza insuperable. Hemos vencido. Me abraza una joven que agita un libro de poemas de amor como si fuera una bandera y grita: la verdad nos hará libres. Siento pánico.


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