Cultura

Lección de pureza fotográfica

Últimamente la fotografía está adoptando muchos rumbos inesperados. Algunas de estas rutas que ciertos autores escogen sólo sirven para manifestar las infinitas posibilidades de los materiales mecánicos, sus poderosas funcionalidades y sus fáciles objetivos. Esto, artísticamente, tiene escaso valor, aunque algunos se empeñen en demostrarlo con exposiciones en lugares de trascendencia, con catálogos costosísimos -pagados de sus bolsillos o por financiaciones espurias- y con mucha parafernalia mediática. La repercusión artística será, cuando exista, de lo más efímera; servirá para potenciar egos, pero poco más. Otras veces, la fotografía patentiza adscripciones a modas injustificadas. Tampoco esto dará para mucho. Me interesa, sobre todo, la fotografía con comprometidas argumentaciones, con exigencias plásticas, estéticas y significativas, con intereses variados y que sean la simple captación mecánica. Además, ahora, que no existe el laboratorio, o ha sido, reducido, a lo mínimo, todo queda supeditado a los parámetros materiales y a su uso solvente. Por eso, hay que estar ojo avizor porque no siempre lo que se presenta está sustentado por un meridiano aval de calidad.

La exposición de Alicia Núñez emociona por muchas cosas. Se trata de una verdadera lección antropológica, un tratado de historia étnica, el testimonio sociográfico de una determinada y máxima realidad social, pero, también, es un claro posicionamiento a favor de la belleza fotográfica, una exaltación visual suprema, un desarrollo colorista de espléndidas consecuencias plásticas y, además, toda una lección de historia natural, social, humana, física y, como hemos dicho, antropológica.

Después de realizar varios viajes por África, continente por el que la artista parece sentirse especialmente atraída, se ha centrado en la etnia surma, un pueblo nómada localizado en el sudoeste de Etiopía hasta donde es tremendamente acceder - de hecho hizo un primer intento de llegar y no lo consiguió-, lo que supone la conservación intacta de su forma de vida y de sus ancestrales costumbres.

La fotógrafa onubense afincada en Granada convivió con las tribus surmas y pudo captar, de primerísima mano, la realidad de un pueblo que sorprende por su atractivo, por su belleza natural, por sus extremas actitudes, por el colorido de sus atuendos y por sus juegos emocionantes y de bárbara ejecución.

Alicia Núñez nos permite adentrarnos en una cultura de máxima belleza. Su fotografía no es impostada, ni acude a los efectismos que distorsionan la realidad; sólo plantea los esquemas visuales que ésta desencadena. Su formación psicológica le sirve para adentrarse en dimensiones más humanas, menos circunstanciales, buscando el lado antropológico de una existencia que, además, es tremendamente atractiva.

La belleza física de los surmas, los platillos labiales de sus mujeres -sobre todo de las más jóvenes- con objeto de enmascarar un poco la extrema belleza y que hagan renunciar a posibles agresores, los cuerpos pintados, los bellísimos colores azules de una suprema pureza, los juegos cruentos a la búsqueda de una más clara posición social, son positivados con la máxima naturalidad, consiguiendo la positivación perfecta entre un continente, de máxima expresividad y un contenido de absoluta rigurosidad social.

Estamos ante una gran exposición de fotografía. Alicia Núñez no ha dejado ningún resquicio para que se pueda dudar de un trabajo bello, exacto y trascendente. Gran fotografía donde fondo y forma están perfectamente conjugados.

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