Fue hace unos días en el Teatro del Títere cuando Jesús Rubio Gamo escuchó un mensaje que lo conmovió profundamente: “No intentéis hacernos a vuestra imagen y semejanza”. Así finalizaba la propuesta Escrito en el aire de Cesc Gelaber y el creador madrileño, que ha podido disfrutar de principio a fin del XVIII Cádiz en Danza que se encarga de cerrar hoy sábado con su Gran Bolero, no podía estar más de acuerdo con el concepto parapetado tras esta sentencia que dispara directamente hacia nosotros, hacia el espectador, empeñado en comprender esta manifestación artística con las mismas herramientas con las que desciframos la narrativa.
“Para ver danza hay que activar otros mecanismos de decodificación diferentes”, recomienda este hombre que cuando niño se enamoró del movimiento de un cuerpo que se deslizaba en patines sobre el hielo, que se conformó en rodar sobre pista y que, finalmente, abandonó las ruedas para entregarse al movimiento puro, al movimiento duro, el de la danza, primero como intérprete, lo que le causó “cierta frustración”, más tarde, como coreógrafo, donde consiguió sentirse “completo” y le ayudó “a crecer” como bailarín.
Jesús Rubio habla con honestidad y con profundidad –feliz y extraño combinado hoy día– sobre su trabajo, sobre su vida y sobre los puntales que sostienen su pasión por la danza. Confiesa que hubo un momento que se agotó, que pensó “en abandonar”, que le costaba “encontrar sentido” a lo que hacía y que se sintió dentro “de un agujero oscuro”. Fue en ese impás entre el éxito de sus primeras propuestas tras venir de Londres (The Place) y este ahora glorioso que está paladeando. “Y creo que Bolero y Gran Bolero sólo han podido existir porque he pasado por eso, porque ahora sí he entendido la potencia que tiene la danza, he asumido que podía dejar aparte otras narrativas y formas de expresar y centrarme en la relación del cuerpo con el tiempo y el espacio, en este caso, a través de la música”.
Por eso Gran Bolero, hijo de su dúo Bolero (2016), tiene algo de tabla de “salvación”, dice; de esperanza, digo; del placer y del esfuerzo que conlleva la resistencia, decimos. Un trabajo que es “un viaje” para el espectador pero, también, para el coreógrafo. “Para mí ha sido importante entender que la danza me da una amplitud grandísima de posibilidades para expresar algo pero, a la vez, es limitada en su posibilidad. La danza, al estar trabajando con cuerpos, con espacio y con tiempo, lo que sí te permite es hablar de la energía, del contacto entre los cuerpos, de los deseos individuales en relación a los del grupo, del deseo que tiene el que decide organizar una coreografía con más cuerpos...”
¿Y queremos comprender toda esta información desde el mismo lugar que otra producción audiovisual? “Sí que siento que vas a ver danza y que nadie está preparado porque los códigos son tan diferentes a los que solemos ver... Siento que cuesta un rato poder entrar pero una vez que se entra es una experiencia tan bonita y tan diferente de las que solemos tener que merece la pena relacionarte y empatizar con lo que estás viendo desde otro lugar que no entiendes”, reflexiona el madrileño de 37 años que, medio en broma, medio en serio, hace notar la paradoja de que el espectador no termine de entender ciertas propuestas de danza y sin embargo tenga “una capacidad increíble para ver Juego de Tronos y entender toda la trama” que a él le exige “un esfuerzo increíble”, ríe.
“No sé hasta qué punto la gente siente que la danza les habla a ellos”, duda el creador que, sin embargo, se esfuerza por “comunicar” y por sacar “ese algo de trascendente, de salir de lo corpóreo y apelar a la espiritualidad” que conlleva la danza desde el principio de los tiempos.
Rubio Gamo, desde luego, comunica toda ese potencial comunicativo de la danza en su último trabajo, el de mayor formato, a través de los doce bailarines (seis de Madrid y seis de Barcelona) que bailan el Bolero de Ravel “estirado y amplificado” para la ocasión por el compositor José Pablo Polo.
“En 2016 hice la coreografía con el Bolero que bailaron Alberto Alonso y Clara Pampyn, que también bailan en esta versión, y surgió en ese momento que estaba con tantas dudas y del que me costaba salir, un momento donde, por un lado, dudaba de si me gustaba la danza y, por otro, recordaba perfectamente lo mucho que me gustaba bailar y ver bailar de pequeño, y necesitaba recuperar ese por qué elegí bailar frente a otras posibilidades. Fue en ese momento cuando escuché la pieza de Ravel y sentí que era como un tren hacia delante y que era algo que, en ese momento de estancamiento y de reflexión, si lo cogía justo iba a propulsarme, sacarme, salvarme”, rememora el coreógrafo que tras cosechar un gran éxito con este dúo se le ocurrió “hacer una audición” para confeccionar un segundo elenco para cumplir con todos los compromisos.
“Pero cuando yo me vi en una sala con 20 bailarines aprendiendo el material de movimiento con la música del Bolero pensé, ¡madre mía, qué maravilla!, no pude concentrarme en nadie en particular, sólo veía la belleza de la composición y las posibilidades que tenía”, decidió el artista sobre un lienzo que le permitía profundizar en la filosofía de su primera pieza (“sobre el persistir”, “sobre cómo amamos bailar, nos cansamos de bailar y de dónde sacamos las fuerzas para seguir bailando”) y, además, poder alargarla (la pieza original sólo dura 15 minutos).
Así, Gran Bolero es la reafirmación de un camino, el de Jesús Rubio Gamo, el niño que amaba la danza, el hombre que lo olvidó y el creador que lo recordó.
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