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  • "El impostor", la reconstrucción de una historia demencial con aspecto de 'fake' pero que es real, arranca las proyecciones de Alcances

Todo es tan imposible en El impostor que por fuerza tiene que ser real. Alcances 2013 arranca hoy sus proyecciones con un desconcertante documental que se adentra en la estrambótica historia de de Frederic Bourdin, un suplantador de personalidades nacido en Nantes en 1974. Su historial es demoledor. La policía española le conoce bien. Tras los atentados de Atocha, Bourdin se convirtió durante meses en Rubén Sánchez Espinoza, hijo, dijo él, de un diplomático alcohólico que le violaba y de una de las víctimas del ataque terrorista. La historia coló hasta que la investigación policial comprobó que una vez más se encontraban ante 'el camaleón', el mismo hombre que en 1997 se hizo pasar por un niño desaparecido en Estados Unidos y que convivió con su familia durante tres meses hasta que se descubrió el engaño. En este último caso, ya llevado al cine por Jean Paul Salomé hace un par de años, se centra Bart Layton, un documentalista de la BBC, en El impostor, una película a la que se asiste con el convencimiento de que nos encontramos ante un fake (un falso documental) con tintes de thriller.

Todo empieza -por dar un golpe rocambolesco desde el primer instante- en una cabina de teléfonos de Linares, en Jaén, en una noche de lluvia. Es el primer contacto de la policía española con Bourdin. A partir de ahí, con su cara traviesa, el propio Bourdin, nos irá narrando con convincente profesionalidad cómo teje la estrategia para transformarse en otra persona. Esa persona, en esta ocasión, va a ser Nicholas Brady, un niño de 14 años desaparecido en 1994 en San Antonio, Tejas. Lo asombroso de todo esto es que Bourdin, siete años mayor que Nicholas, no se parece en nada al niño que suplanta. Ni siquiera es un niño. Pese a ello, la familia lo acoge con entusiasmo porque durante todo el metraje el espectador masculla que algún gato se encierra en la parentela de Nicholas.

Los miembros de la familia de Nicholas Brady, que se interpretan a sí mismos -hay muy poco material real en El impostor, casi todo son reconstrucciones que parecen rodadas chapuceramente a conciencia-, forman parte de una galería de zoquetes. Por ellos sabremos que Nicholas no era ningún santo, sino más bien un niño insoportable. Incrustado en esa fauna, el impostor, Bourdin, va a parecernos casi el más sensato y normal de este hogar desestructurado que dibuja una América profunda muy acorde a la imagen que los europeos tenemos de los tejanos, al menos desde que Tobe Hooper rodó La matanza de Tejas o la familia Bush alcanzó la presidencia de Estados Unidos.

Pero con lo que ya te caes de espaldas, cuando dices no me puedo creer lo que estoy viendo, es con Charlie Parker. ¡Charlie Parker! Charlie Parker, el nombre del genial saxofonista o el del detective que creó James Connolly para su serie de novelas negras plagadas de fantasmas y demonios. Este Charlie Parker parece tener un paralelismo con toda una tradición de investigadores torpes, obesos y sudorosos que nos ha dado el cine. Y este Parker, nuestro antihéroe, que va de listo, encantado de conocerse, va a descubrir que el impostor es un impostor, algo que, por otro lado, salta a la vista, ya que, como se ha dicho, Bourdin y Nicholas se parecen tanto como un pato y una sandía.

El impostor es un festín de contradicciones y de ilógica humana, lo que le da una veracidad muy singular. Pero al mismo tiempo es una historia hipnotizante que Layton maneja con la habilidad de un cineasta de suspense. Lo mágico de El impostor está más en lo que sugiere que en lo que cuenta. Y Bourdin, un tramposo compulsivo, es un hallazgo. Su necesidad de vaciarse de identidad cada cierto tiempo para sumergirse en otra piel, en otro mundo, en otra historia, en otra familia, es conmovedora. El ejercicio, como personas atrapadas en nuestras identidades inm utables, te hace pensar, sobre todo cuando Bourdin entra a compartir las rocosas identidades de una familia tejana encerrada en sus misterios y ocultaciones. Y de ahí no pueden escapar.

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