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Artistas de Cádiz | Pepe Cano

Hacedor de imposibles posibles

  • El linense Pepe Cano es un pintor en quien confiar; un artista que enseña a mirar y a comprender

El pintor linense Pepe Cano trabaja en su taller.

El pintor linense Pepe Cano trabaja en su taller.

Hace de esto muchos años, quizás demasiados porque la ausencia del que protagonizó aquel momento es demasiado notoria y aplastante, llegó hasta los Claustros de Santo Domingo de Jerez una exposición con artistas del Campo de Gibraltar. No tengo que nombrar a quien la llevó hasta el que era viejo refectorio del convento dominico porque es demasiado evidente. Como todo lo que él llevaba entre manos, los artistas que componían aquella exposición eran buenos, algunos sobresalientes. Había un cuadro magnífico que me llamó, rápidamente, la atención, era un personaje leyendo un periódico. Estaba pintado con mucha determinación, sapiencia y con un lenguaje distinto que transcribía una humanidad con unos planteamientos pictóricos diferentes y llenos de particularidad. El autor era Pepe Cano, un pintor de La Línea en posesión de unos de los lenguajes más particulares de la pintura que se hace por esta zona. Desde aquella exposición he asistido al discurrir exitoso de la carrera de Pepe Cano y a una evolución sensata y hacia delante, manteniendo las coordenadas de una pintura felicísima donde tenía cabida una humanidad creada particularmente y con unos postulados únicos donde a la propia naturaleza de los personajes se unía unos breves datos llenos de intensidad pictórica y, al mismo tiempo, de una festiva circunstancia que potenciaba la realidad de lo que el artista representaba.

El autor linense, a lo largo de estos años, nos ha dejado muestras de una pintura llena de sentido, distinta, con los elementos necesarios para que ofrezcan posiciones personales que nunca iban a dejar indiferente. Porque la pintura de Pepe Cano siempre nos ha contado lúcidas historias. De hecho su obra es un conjunto de bellos relatos suscritos con muy pocos registros descriptivos pero los que existen, están llenos de fuerza argumental. En este tiempo hemos asistido a su bella colección de camas y cobertores -una de sus primeras grandes y felices series-; unas camas que, solas o pobladas de una humanidad sencilla y con mínimos esquemas llenos de genialidad ilustrativa, nos hacían partícipes de una iconografía que podíamos llamar a lo Pepe Cano. Más tarde llegaron aquellas poderosas obras sacadas del sabio relato de Gabriel García Márquez, El amor en los tiempos del cólera, o aquellas, para mí, bellísimas y llenas de entusiasmo creativo, que originaron las dos partes tituladas ‘De Locura y Santidad’, sacadas de dos joyas de la hagiografía bizantina de la primera mitad del siglo VII, ‘El Prado’ y ‘Vida de Simeón el Loco’, escritas por Juan Mosco y por el obispo chipriota Leoncio de Neápolis, respectivamente, con las que Pepe Cano componía un santoral mágico, tierno y con la más abierta y exquisita sensibilidad pictórica. Además de todo esto, el artista nos ha dejado escenas de la vida cotidiana, de esa vida extraída desde una mirada festiva, jocosa, libre, irónica, transgresora y llena de los más inquietantes argumentos estéticos.

Porque la pintura de Pepe Cano podrá gustar más o menos, podrá levantar expectación, pero, jamás, va a dejar indiferente, vuelvo a insistir en ello. Pepe Cano nos hace ver una sociedad diferente pero al alcance de la mano; sus personajes están sacados del entorno pero acentúan los parámetros de ese surrealismo reinante que, de tan cercano, muchas veces pasa desapercibido; además recrean un mundo sin complejos, que acentúa los parámetros de una realidad que Pepe Cano materializa en simples gestos, en expresivas miradas, en mínimas referencias de formas que potencian el valor expresivo y abren unas felices perspectivas donde se desarrolla la determinante y contundente figura que caracteriza la obra de este artista.

La obra de Pepe Cano es sencilla, de principio a fin; su concepto no levanta ampollas ni necesita manuales de instrucciones; técnicamente se sustenta con escasos, pero determinantes, recursos plásticos, generadores de actitudes festivas, no exentas de cáustica ironía y que ponen en entredicho a una sociedad compleja pero jocosa; rara pero festiva, amable, sabia, exagerada, surrealista, increíble y creíble, posible e imposible... nuestra. Su pintura atrae por el contenido y por el continente; por lo que dice y por lo que calla; por lo que descubre y por lo que narra; por cómo lo dice, por lo mínimo con que lo hace y por lo máximo que plantea. La pintura de Pepe Cano hace gozar y asumir un arte sin excesivos intelectualismos para provocar cercanos argumentos que atrapan, divierten, hacen feliz y, sobre todo, convencen.

Pepe Cano es uno de esos pintores en quien confiar; un artista que enseña a mirar y a comprender; que narra lo que hay y lo que está, también lo que se adivina y lo que es difícil que ocurra pero que todos sabemos que existe.

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