Cultura

Éxito grande de la Filarmónica de Pilsen

Cuando esté en la calle esta reseña, el Festival Internacional de Música Manuel de Falla 2008 ya habrá finalizado. Ha acabado una edición en la que se han presentado nueve espectáculos, muchos de gran nivel. Sólo pudimos asistir a cuatro de ellos, así que nos pronunciamos por lo que vimos y escuchamos, además por lo que otros compañeros dijeron en estas mismas páginas. El público no asistió como hubiera sido lo propio dada la programación que se le proponía. ¡Esta señorita del mar...!

No abundan las veces en que escribir una crítica resulta un placer, en la que no es necesario andarse con demasiadas consideraciones y detalles. El concierto de la Orquesta Filarmónica de Pilsen da ocasión a ello. Ya de entrada contemplar una orquesta de setenta u ochenta músicos sobre un escenario, es una de las visiones más agradables que puede recibir un aficionado. Si, además, hay un director como Jaroslav Krcek que demuestra serlo de talla, capaz de plantear versiones con visión global y, al mismo tiempo, cuidar los detalles haciendo sonar al conjunto orquestal de la manera espléndida que él lo hizo, entonces no hay más que decir. Los fortes y los pianos respondieron a sus nombres. Las cuerdas sonaron con redondez. Se lucieron las maderas y los metales hicieron valer su empastada hondura. La obertura de El barbero de Sevilla, obra rutilante y marca de la casa, es página que predispone al encantamiento. El ingenio de Rossini en la orquestación de esa obra, jugando don los timbres como un pintor con sus colores, no ha dejado de entusiasmar desde el día de su estreno. ¿Obra para abrir boca? Y más, muchísimo más que eso.

De los cinco conciertos para violín que escribió Mozart en 1775, escuchamos el viernes el KV 219 en la mayor, el mismo que el gran violinista Antonio Brunetti desechó por considerar su Adagio demasiado "estudiado". A la versión que le escuchamos a Stepan Prazak, aunque correcta, le faltó un punto de gracia y brillo, cualidades que han hecho de este concierto uno de los más interpretados de los de Mozart.

En la inconmensurable Sinfonía nº 7 de Beethoven todo transcurrió maravillosamente bien. Indiscutiblemente la fuerza a esta obra se la da el ritmo, en forma de impetuosos e inesperados contrastes dinámicos. Se ha querido ver en ella algunos rasgos comunes con la Quinta Sinfonía, e incluso con la técnica tomada de Haydn consistente en la fragmentación de las partículas de los motivos, haciéndolas aparecer y desaparecer a modo de leit-motiv. Obra en todo caso para el lucimiento o para el fracaso. Los resultados en la versión de la Pilsen superaron con creces las exigencias más extremadas. La propina de un bellísimo arreglo de un coral de Bach puso fin al concierto.

Parece que no ha sentado bien que se cubra con un telón de fondo, precioso por cierto, la caja acústica del teatro. Se nos pidió que lo dijéramos, y dicho queda.

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