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Negro sobre negro

“Euskandinavia es ideal para situar novela negra”

  • El autor vasco Ibon Martín presenta su nueva obra, ‘La hora de las gaviotas’, avalada por el éxito de público y crítica de su anterior entrega

Ibon Martín posa con su novela ‘La hora de las gaviotas’ ante un faro en la costa de Euskadi.

Ibon Martín posa con su novela ‘La hora de las gaviotas’ ante un faro en la costa de Euskadi.

La novela negra cuenta en los últimos años con algunos de sus mejores exponentes en el País Vasco. Desde allí han llegado sagas celebérrimas que incluso han sido llevadas a la gran pantalla y una nueva hornada de escritores del género vienen pegando fuerte. Uno de ellos, que ya alcanzó un gran éxito de crítica y público con La danza de los tulipanes, es Ibon Martín. El sello Plaza&Janes acaba de publicar su nueva novela: La hora de las gaviotas. Esta semana hemos hablado con él para conocerlo más en profundidad.

—Después del éxito de La danza de los tulipanes, ¿ha sentido más vértigo, más responsabilidad al escribir La hora de las gaviotas?

—Creo que es algo que ocurre con cada novela. Cuando empiezas a escribirla te surgen dudas, obviamente, porque cuando la anterior ha funcionado tienes esa sensación de cómo hacerlo para estar a la altura. Luego te das cuenta que sí, que incluso supera a la anterior, pero es verdad que ese vertigo está presente. Hasta que la lee alguien y te dice: oye pues muy bien… Pero hay presión de querer no defraudar.

—En pleno siglo XXI, ¿cómo es posibe que el fanatismo impida a las mujeres participar en algunas de las fiestas más tradicionales de su tierra?

—Pues es curioso pero, además, hay situaciones, como la del Alarde de Hondarribia, donde cada vez están más enconadas las posturas. Hace ya 25 años que la mujer participa en las fiestas con ese desfile alternativo, porque ni siquiera desde el ayuntamiento se fomenta que formen parte del desfile tradicional, pero cada año son más los incidentes y cada año son más las historias de boicot y de enfrentamientos sociales.

—¿Cómo surge la idea de situar ese crimen con el que se inicia la novela en el Alarde de Hondarribia?

—Siempre busco un escenario para localizar la novela porque voy a estar mucho tiempo sumergido en ese escenario y quiero que el lector lo disfrute, por eso necesito estar cautivado con el lugar. Ya luego busco la trama. En el caso de Hondarribia estaba en el Alarde de 2019 como público y me sentí tan mal, sentí que aquello era tan desagradable que desde ese mismo momento tuve claro que el Alarde tenía que ser el inicio de la novela. Esta vez no he tenido que buscar el escenario sino que me cayó del cielo, el escenario podría decirse que me buscó a mí.

—¿Es la mitología y la geografía de Euskadi un lugar ideal para ambientar novela negra? ¿Podría decirse que el País Vasco es algo así como la Escandinavia del Sur de Europa?

—Yo creo que sí. Yo he acuñado ese término Euskandinavo con el que defino a mis novelas porque, como pasa con las novelas nórdicas, tiene mucho que ver el propio clima, los conflictos sociales, el paisaje, son novelas rurales, y se dan la mano. Existen otros muchos escritores de mi tierra que tienen muchísimo éxito. El propio paisaje vasco, el clima, incluso la manera de ser, bastante cerrada de los vascos, ha ayudado a generar esa corriente de una Escandinavia en el norte de España.

—Y cada vez hay más autores vascos decantándose por la novela negra. ¿Se está produciendo un efecto llamada quizás?

—Creo que en su día leíamos novela escandinava y nos gustaba. Yo empecé a escribir novela escandinava localizada en el País Vasco, y como yo otros muchos. Pero hemos llegado a un punto en el que ya no leemos tanta novela escandinava y sí vasca de estilo escandinavo. Eso genera un efecto llamada como todas las cosas que nos gustan.

“El paisaje vasco, el clima, la manera de ser, ayuda a crear esa Escandinavia en España”

—La suboficial Ane Cestero es la gran protagonista de esta novela. ¿Cómo nace y cómo crece su personaje?

—Pues es una ertzaintza joven, que a mí en un momento dado se me ocurre como personaje secundario de una novela anterior, que se titulaba El faro del silencio, donde tenía lugar un crimen y aparecía esta agente como alguien que empezaba. Cobró fuerza pero me di cuenta que tenía que ser el centro de una nueva serie de novelas que nace con La danza de los tulipanes y sigue ahora con La hora de las gaviotas. Y seguirá, porque creo que tiene recorrido todavía. Esa manera de ser que tiene de poner por delante la resolución de los casos a su propio trabajo muchas veces hace que sea una mujer de la que se enamora el lector fácilmente.

—No vamos a destripar su novela, pero, dígame, ¿desde el principio tenía claro que debía haber mucho de crítica social y de alerta contra problemas como la trata de mujeres o surgió conforme avanzaba la trama?

—Es verdad que cuando comienzo la novela la arranco con la trama del Alarde, y luego van surgiendo otras historias secundarias que son las que me preocupan a mí, como ciudadano, como persona que vive en la España del siglo XXI. Y esos problemas van surgiendo de manera recurrente en diferentes novelas mías, porque son problemas a los que se enfrenta nuesta sociedad y a los que tenemos que dar altavoz. Cuando pensamos por ejemplo en el maltrato o en la trata de blancas, a veces, aunque pueden ser casos que abren los informativos, en seguida caen en el olvido. Sin embargo cuando escribimos una novela y podemos hacerlo desde el punto de vista de la víctima, de alguna manera por lo menos contribuimos a que ese tema no se quede en el tintero y que lo asumamos como una cuestión que hay que solucionar cuanto antes.

—¿Cuándo surge su afición por el género, por la novela negra?

—Yo era un lector empedernido de novela histórica. Había tenido alguna incursión en la novela negra pero sobre todo española o americana. No me atraía especialmente, hasta que descubrí con la saga Millenium, con Stieg Larsson, la literatura escandinava y me fascinó. La manera como abordan problema sociales y como todo tiene lugar en entornos bastante cerrados y no precisamente oscuros, nos mostró que tras cualquier familia, en cualquier pueblo que parece encantador, se puede esconder el mal más absoluto, y eso es lo que más me gustó de la novela nórdica. Ahí es cuando empecé a leer de manera casi compulsiva a todos los autores escandinavos y me dije que iba a intentar escribir mi propia novela escandinava, pero localizada en la costa vasca que tanto tiene que ver con esa zona.

—¿Tiene algún autor en especial que le haya servido de referente?

—Pues todos me sirven de referente, de todos voy cogiendo un poco de aquí o de allá, podía hablar de Indriðason, que es un islandés, de Mankell, el gran maestro, me gusta mucho Camilla Lakberg, y luego a nivel español tenemos por ejemplo a Domingo Villar que hace novela negra magnífica en Galicia o a Mikel Santiago, sin salirnos del País Vasco.

“El personaje de Ane Cestero ha ido creciendo y todavía tiene mucho recorrido”

—¿Qué piensa de los que opinan que la sobre abundancia de novela negra no le hace ningún favor al género?

—Bueno, la sobre abundancia no es buena de nada, pero tampoco estoy de acuerdo. Hay mucha novela negra pero porque hay mucha demanda. Todo lo que funciona genera llamada y claro que hay cosas mediocres, pero también hay muy buena novela negra. Y además se escribe tanta que se puede elegir. La abundancia de algo no es mala, sobre todo de lo que nos habla es de que hay un interés.

—Por último, al final de su novela deja entrever que el crimen del Alarde no será el último caso al que la Unidad Especial de Homicidios de Impacto deberá enfrentarse.

—Pues estoy trabajando en él e incluso me he traído el ordenador en Andalucía y bajo los calores sevillanos estoy soñando con el chirimiri que cae en el País Vasco. Pero sí que estoy en ello y volverá Ane Cestero en 2022 con un asesinato que, en este caso, se aleja de la costa vasca, que es un poco mi zona de confort, y nos vamos al caserío, al interior, a la mitología de los pastores, nos quedamos en Euskadi pero en otro tipo de ámbito.

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