DE LA HABANA hA VENIDO UN BARCO...

Emoción cubana

  • Y así, uno a uno, fueron desgranando sus pequeñas historias. Pequeñas pero indelebles en el recuerdo, pues hablaban de momentos únicos.

LA trompeta de Miles Davis les había puesto un poco melancólicos. Sentados en la terraza del parador, disfrutaban de ese momento de la sobremesa en el que las copas ocupan la mesa y animan la conversación. El majestuoso Queen Elizabeth navegaba en esos instantes frente a ellos, sin prisas, dejando la bahía atrás.

Alguien rompió el silencio y comentó como esa música le había hecho revivir la emoción que le produjo el primer beso: una especie de descarga eléctrica que recorre el cuerpo, justo en ese momento en el que, por primera vez en la vida, otros labios se unen a los tuyos, blanditos, húmedos.

Por unos instantes, permanecieron callados, con las miradas fijas en sus copas, aunque ausentes. Sin duda, pretendían rememorar esa emoción, si es que alguna vez la sintieron de esa forma.

Una voz grave, de esas que se describen como radiofónicas, devolvió a Miles David a un segundo plano.

"Sin lugar a dudas", dijo, "ese primer beso es una de las primeras verdaderas emociones que se experimentan en la vida pero, hace tanto tiempo de eso, que apenas puedo recordarlo. Sin embargo," continuó, "ninguna emoción es comparable a esa primera vez en la que uno salta en paracaídas. Justo ese momento en el que el vacío te engulle y ya no hay marcha atrás. Esa mezcla de miedo paralizante y de desafío a las leyes de la naturaleza. Y, sobre todo, esa sensación de haber estado siempre ahí, flotando, como si fuera tu estado natural. Es una emoción que no iguala a ninguna otra. ¡Ni siquiera la mejor experiencia sexual!

Las copas volvieron a llenarse. Quedaron impresionados por el espíritu aventurero del paracaidista aficionado. Desconocían esa parte de su biografía. En realidad, apenas habían tenido ocasión de tratarse entre ellos: coincidían circunstancialmente en algunos congresos y su conocimiento de los otros no iba más allá de su currículum profesional.

"Para emoción, la que se siente cuando nace tu hijo", tomó la palabra una mujer que añadía un par de cubitos de hielo a su copa. "Eso es algo que los hombres nunca podréis experimentar. Sentir como el dolor insoportable del parto culmina con ese momento en el que te ponen a tu hijo sobre tus pechos, lo abrazas y lo miras después de haberlo imaginado tantas veces! ¡Es algo único! ¡Un verdadero regalo de la naturaleza! ¡No hay mayor emoción que esa!".

Otra de las mujeres del grupo asintió, mientras cerraba los ojos en un intento de recuperar ese momento del que, seguramente, no había transcurrido tanto tiempo, pues era aún joven.

Y así, uno a uno, fueron desgranando sus pequeñas historias. Pequeñas pero indelebles en el recuerdo pues hablaban de momentos únicos, vividos necesariamente para ser recordados con nostalgia en el futuro, no importa cuán corta o larga fueran a ser sus vidas, pues nunca volverían a repetirse.

El camarero se acercó a la animada mesa. En la cubitera, un par de cubitos de hielo solitarios pasaban rápidamente al estado líquido. Ninguno deseaba otra copa aunque se oyeron a un par de ellos pedir un café bien cargado. Les esperaba la clausura de las jornadas y les vendría bien algún estimulante.

El de la voz radiofónica volvió a tomar la palabra.

"Bueno, parece que todos nos hemos confesado excepto tú, César. Tan tímido eres o es que allí en Cuba la emoción está reñida con el régimen."

Rieron todos. Ya alguno había comenzado a hacer ademán de irse, pero ante el envite, el amago quedó abortado. Sentían curiosidad.

César había coincidido en un par de congresos con la mayoría de los allí presentes. Era un oftalmólogo de renombre que había rechazado jugosas ofertas para instalarse en otros países con, indudablemente, una posición económica más holgada.

Era un hombre amante de la buena conversación que, a pesar de la evidencia, se resistía a mostrarse crítico con la política castrista. Seguía siendo un idealista a pesar de los años.

En esta sobremesa salpicada de grandes emociones, él no había hecho otra cosa que escuchar atentamente. Cuando surgió el tema al que todos habían ido contribuyendo con experiencias que, en la mayoría de los casos, no dejaban de ser lugares comunes, él se sintió algo avergonzado. No podía compartir su gran emoción vital con ellos. Su imagen de hombre íntegro y consecuente quedaría irremisiblemente dañada.

Ante la insistencia de los demás, decidió caer en los tópicos. ¡Oh, sin duda el feliz nacimiento de mi hijo! ¡No hay nada como eso! ¿No creen?

El grupo se dispersó. Los que lo conocían habían esperado algo más de este gran orador. Se quedaron con la sensación de que no había sido totalmente sincero.

César se dirigió a su habitación. Tenían un par de horas antes de la siguiente cita así que aprovechó para echarse un rato.

Cerró los ojos y, ya sin testigos, consiguió volver a sentir esa gran emoción, irrepetible, única, que no se atrevió a compartir un momento antes.

Salía de Cuba por primera vez. Un joven médico que prometía llegar lejos en su especialidad. Viajaba a Madrid en lo que sería su primer congreso.

Llegó ya tarde, casi anochecido. Fue directamente al hotel, en el centro de la ciudad. Estaba demasiado cansado para salir, así que se acostó pronto. Al día siguiente tenía algo de tiempo antes de que se inaugurara el congreso. El conserje le indicó en el plano cómo moverse por la zona y los lugares de interés. También le comentó donde podía comprar una corbata.

Las puertas de cristal se abrieron dejando paso a César. Acababa de entrar en El Corte Inglés.

César pasó las siguientes horas deambulando, escaleras arriba, escaleras abajo, por todos los rincones de las seis plantas plagadas de anaqueles repletos de todo tipo de artículos que le llamaban por doquier, como las sirenas que tentaron a Ulises. Le maravilló la sección de artículos de cocina: esa variedad casi infinita de artilugios eléctricos cuyo uso era incapaz de adivinar. Los electrodomésticos casi le sumen en la locura. Abrió las puertas de todos los frigoríficos, le sorprendieron los aparatos de aire acondicionado y se quedó prendado de los televisores de pantalla plana.

Pero donde pasó la mayor parte del tiempo fue en el inmenso supermercado. No podía entender que un mismo producto fuera presentado de manera tan variada y que tuviera precios tan diferentes. Se preguntaba qué haría que alguien adquiriese la botella de agua por la que había que pagar el doble que por otra similar. ¡Al fin y al cabo el agua es siempre agua!

¡Nunca le había embargado una emoción tan intensa! ¡Nunca había sentido la plenitud que estaba experimentando en esos momentos! Cuando miró el reloj se dio cuenta de que hacía ya un buen rato que el congreso había sido inaugurado.

César se levantó. Tenía que vestirse ya. Le había gustado rememorar el que fue su primer encuentro con el mundo capitalista. ¡Fue una emoción superior a cualquier otra, incluso a la del nacimiento de su hijo!

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