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Cultura

La Catedral vibra con la voz de una diva

  • El último concierto de la gira Adagio Tour, protagonizado por Mónica Naranjo, cautivó al público presente a través de un gran espectáculo que fusiona imagen, color y música con un torrente incomparable

La Catedral fue anoche testigo del último concierto, patrocinado por Diario de Cádiz, de la gira Adagio Tour de Mónica Naranjo. Más que música, espectáculo, más que una voz, un don y más que un concierto, una experiencia estremecedora que pone en juego todos los sentimientos.

Los últimos rayos de sol se desvanecían tras los muros, mientras el público iba tomando posiciones frente a un escenario en el que predominaban el negro, el rojo y el dorado. Una inquietante mirada, proyectada en la pantalla gigante ubicada en el centro, aportaba, los instantes previos al inicio del concierto, toda la incertidumbre y expectación que se puede esperar de una actuación de esta artista.

Los focos se apagaron y una neblina rojiza dominó las tablas sobre las que apareció, con un vestido del mismo tono, la protagonista. Los aplausos desatados ante  su presencia fueron menguando frente a una potente voz que se engrandecía, más si cabe, gracias al espacio único de la Catedral. Esta permanecía callada e iluminada por efectos visuales que se fusionaban  con la proyección de cortos tétricos y los impactantes momentos provenientes de la unión de la Symphonic Film Orchestra de Madrid, el coro Nur y la desgarradora y elegante presencia de Mónica Naranjo.

Tras la primera canción el público se puso en pie, aclamando a su ídolo, y esto se convirtió en un ritual que no cesó en toda la noche, incluso en mitad de sus interpretaciones.

La primera frase del single por el que es más conocida mantuvo el aliento entrecortado de sus fans, durante sus primeras y tímidas estrofas, para dejar, segundos después, con la boca abierta al grito de sobreviviré que inundó toda la plaza, haciendo lo propio el gran aplauso que recibió al concluir. Baño de multitudes que no creyó merecer en exclusiva al brindar parte de su éxito a los músicos  que la acompañaban.

Los leitmotive, es decir, los paréntesis en los que la orquesta se adueñaba del escenario eran acompañados por vídeos al más puro estilo Tim Burton. Puesta en escena cuidada que permitía gozar de unos segundos de inspiradora melancolía, antes de seguir disfrutando de una garganta y una presencia que dejaban sin aliento.

El esperado momento en el que Mónica se dirigiera a los presentes llego exactamente cuando el reloj marcaba las 23:45 y las campanas la acompañaron en un discurso en el que confesó estar feliz y triste a la vez por una etapa que acababa, a la vez que sentenció: “Hoy todo el mundo cree que puede ser artista y para cantar además de buena voz hay que tener un par”. También aprovechó la oportunidad para dedicar el concierto a  todo el equipo que la acompañaba.

Un cumpleaños feliz sonó para hacer honor a Pepe Herrero, el director de la orquesta, al que el público obligó botar. La artista lo acompañó e incluso se animó, en otro momento del evento, a dar varios pasos flamencos al compás de las palmas de los presentes.

Sutiles melodías, mecidas por tonos agudos y graves casi imposibles, con imágenes evocadoras de fondo y una iluminación, caracterizada por luces y  sombras, dominaron un espectáculo sólo definible con la expresión “los vellos de punta”.

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