Festival de locarno 'La vida sublime' de Daniel V. Villamediana es la única película española a concurso

Castilla corre hacia los mares

  • La segunda película del cineasta vallisoletano Daniel V. Villamediana, 'La vida sublime', está rodada parcialmente en Sevilla y en Cádiz y concursa en Locarno

En esta edición del Festival de Locarno, que tiene lugar entre el 4 y el 14 del presente mes de agosto en dicha ciudad suiza, se proyectarán imágenes de todo Cádiz, en la bella fantasmagoría que produce la cámara oscura de la Torre Tavira, o el interior de uno de sus más abigarrados establecimientos, la fundamental Casa Manteca; también de Sevilla y de los Jardines de Murillo, la calle Betis vista desde el río o la Velá de Santa Ana. Todos ellos son los escenarios de la segunda mitad de La vida sublime, la película que Daniel V. Villamediana sí ha podido rodar en el Sur, aquel punto cardinal y anclaje emocional que Víctor Erice tuvo que dejar ciego en su largometraje de 1983. El segundo filme que rueda el cineasta vallisoletano, antecedido por El Brau Blau -su ascética mirada a la estética del toreo-, no cuenta con carreras de motos ni Sanfermines improvisados, tampoco con atajos fantásticos para unir Sevilla con Cádiz, y menos aún dejará en ambas ciudades tantos millones de euros como las autoridades dicen que va a dejar Noche y Día, inyección económica con la que seguro saldremos todos de la crisis, cantando, posiblemente We are the World o Imagine, y cogidos de la mano. La vida sublime, único filme español a concurso en la prestigiosa cita de Locarno, es otra cosa, cine placentero para alimentar cuerpo y espíritu, sueños que el dinero nunca ha podido comprar.

"Daniel es lo que podríamos llamar un iberista estético de mirada castellana. Un patriota cultural de la península como lo fue Miguel Torga, Camoes, Unamuno o lo es el propio Manoel de Oliveira." Así es como define a Villamediana su primo en la realidad y el protagonista en la ficción de La vida sublime, Víctor J. Vázquez, vallisoletano, taurófilo, trianero, actor ocasional y profesor de Derecho Constitucional en la facultad de Sevilla. Víctor, que fue el único cuerpo de El Brau Blau, vuelve a ser aquí el protagonista, el motor del filme, quien dirige su parte de "acción", el viaje de Norte a Sur por las vértebras de España, y quien provoca, en sus encuentros con hombres notables, sus apartes dialogados (y en La vida sublime el diálogo no hace referencia a las codificadas réplicas del guión cerrado, sino a un ejercicio de opinión y libertad intelectual que entronca con el género literario que cultivaron clásicos y renacentistas). Víctor es, además, el agente que densifica la propuesta fílmica, añadiendo su propia biografía -en la que ya tuvo lugar, en su caso por la más justificada de las razones, el amor, una drástica mudanza existencial de Valladolid a Sevilla- a aquella vida real que inspiró a los primos la película, la del abuelo de ambos, el Cuco, quien después de la guerra civil realizó un misterioso viaje a Cádiz, ciudad a la que en teoría iba a mudarse poco después junto a su esposa. El Cuco, sin embargo, regresó a Valladolid sin dar demasiadas explicaciones y nunca más habló de la traumática experiencia andaluza. La vida sublime se articula, entonces, como ensayo de respuesta y réplica contemporánea a ese silencio del abuelo común, un viaje que sigue sus pasos, actualiza y varía sus hazañas y, finalmente, apuesta por un print the legend de raigambre fordiana que conforma el mito a la vez que mira a la espalda del tiempo, imaginando al Cuco en Nueva York, a partir de un emotivo poema original de Víctor J. Vázquez que sirve para trascender el homenaje individual e implicar a toda una generación con sueños truncados, la que a duras penas sobrevivía tras la guerra.

De Castilla a Andalucía, del verano blanco al coloreado, La vida sublime habla más estética que políticamente de España, país donde, bien lo sabemos, falta esa disposición al diálogo que es central en el filme -"lamentablemente, hoy por hoy lo que nos hace más parecidos a todos los españoles es la capacidad de pensar que uno puede llevar toda la razón y el otro nada", asegura Vázquez-, y su recurrencia a superar el realismo a partir del mito hermana a Villamediana con una constelación de compatriotas (Buñuel, Borau, Erice…) que, lejos del improductivo ensimismamiento cinéfilo, siempre supieron abrir sus películas a la cultura y tradiciones hispanas (pictóricas, poéticas, literarias...) que a todos los distintos nos reúnen bajo un mismo techo. Daniel y Víctor -quien presumiblemente seguirá, ya vestido de sacerdote, compaginando leyes y actuación en la ópera prima que ultima el crítico Álvaro Arroba-, castellanos generosos, son muy buenos saltando de lo cotidiano a lo cósmico, y los andaluces se lo debemos agradecer.

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