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XIX bienal de flamenco

Brillante fin de fiesta

ANTOLOGÍA DEL CANTE FLAMENCO. Cante: José Mercé. Guitarra: Pepe Habichuela, Tomatito, Alfredo Lagos. Palmas: Mercedes García, Chicharito de Jerez, El Macano, Manuel Cantarote. Lugar: Teatro de la Maestranza. Fecha: Domingo 2 de octubre. Aforo: Lleno.

El domingo por la noche echó el cierre una de las bienales de perfil más tradicional de los últimos tiempos con un recital de cante clásico. El responsable del mismo es uno de los grandes cantaores tradicionales de hoy, aunque alcanzó la popularidad con sus canciones aflamencadas. Pero ayer no hubo nada de Aire ni de Pilas alcalinas en el Teatro de la Maestranza. Ni siquiera en el fin de fiesta por bulerías echó mano el cantaor del cuplé. Lo que cantó fueron los estilos que acuñaron en el penúltimo cambio de siglo Antonio Chacón, El Rojo el Alpargatero, Enrique el Mellizo, Manuel Torre, El Niño Gloria, La Niña de los Peines, etcétera.

"Era la pena misma cantando detrás de una sonrisa". Lo escribió Lorca a propósito de uno de esos configuradores de lo que hoy consideramos cante clásico, Juan Breva. Los versos son aplicables al cante de Mercé. Es un cantaor social, de timbre bellísimo, seductor, pleno de colores. Pero lo que hay detrás es rabia, dolor. Así lo percibimos en las seguiriyas, sin duda el culmen del recital: una rebelión civilizada, una estilización del agravio. Con la guitarra de Pepe Habichuela: enjuta, serena, reconcentrada. También en las malagueñas de Chacón y El Mellizo se mostró el de Jerez enjundioso y visceral. O en los cantes sin guitarra con los que abrió el recital, martinete, toná y debla, pura posguerra desolada. Porque a veces el clasicismo en el flamenco tiene cuatro días: estos cantes apenas se cantaban antes de la guerra civil pero hicieron furor tras la contienda. La granaína no es un estilo de repertorio de Mercé pero el cantaor la hizo con gusto y sencillez. En esta misma línea de estilos levantinos Tomatito le ofreció un acompañamiento ideal para tarantas, cantes de Manuel Torre y cartageneras. Fueron muchos los estados de ánimo del recital porque pasamos de la serenidad austera de los cantes mineros al prodigio rítmico de la bulería por soleá, estilo jerezano al cien por cien que el cantaor hace con la naturalidad del que respira.

Y es que los estilos rítmicos son parte del ADN de José Mercé, como comprobamos en la soleá, los tangos y la bulería con la que se cerró el recital. Fueron los tangos el cante, ya en la recta final del concierto, en el que Mercé perdió algo de fuelle pero lo recuperó con creces en la bulería. Al fin y al cabo, estuvo 90 minutos cantando. Por alegrías hizo los estilos de Aurelio Sellés introduciendo algunos fragmentos de cantiñas como el mirabrás. Fue otro de los momentos destacados de la noche por naturalidad e inmediatez y porque el cantaor se identifica con la emoción básica de este cante que es una celebración vital, del paisaje y del amor.

Por fandangos se volvió a acordar de su paisano Manuel Torre, así como del Gloria. Es decir, visceralidad y brillantez. Fue una hora y media de cante sin concesiones con 14 estilos distintos de cante flamenco que configurarán una grabación, un antología que anuncia el cantaor desde hace años. Esta faceta de cantaor clásico es en la que Mercé se encuentra más cómodo, como vimos en la noche del domingo. Con algún pasaje forzado, como en la granaína, que no obstante, resolvió echando mano de la emoción flamenca que palpita en su cuerpo, resultando un cante muy bello, aunque fuese cogido con alfileres. Hay que agradecerle al cantaor, que normalmente va sobrado, el esfuerzo de ampliar su repertorio. El de Jerez es un superdotado con una musicalidad enorme que, como digo, no pasará a la historia por su repertorio pop sino por su manera de entender el legado clásico de lo que dio ayer buena cuenta.

Para este desafío José Mercé contó con tres guitarristas enormes, con personalidades musicales muy distintas y pertenecientes a tres generaciones. Pepe Habichuela es sobriedad y fantasía, naturalidad y contundencia. Tomatito es el color y un compás pétreo, mineral. Y Alfredo Lagos la lujuria del ritmo y la melodía.

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