Cultura

Bailar en la oscuridad

En la noche todos los gatos son pardos, y sin embargo, es el momento de la clarividencia, de la inspiración y de la magia. De este momento en que el sol deja de cegarnos, Eva Yerbabuena elige el silencio como punto de partida, para con nocturnidad y alevosía, irrumpir como una Electra a la que le sienta bien el luto, transformada en diosa flamenca en un retablo de hombres. Ella baila sola, con un cante a cuatro voces que, iniciando con la profundidad de la siguiriya, sorprenden en cualquier punto del teatro. En el baile interviene cada músculo por pequeño que sea, conformando una coreografía de raíces 'jondas' que liban de la esencia más pura del flamenco, pero llegan hasta las ramas con estilización contemporánea.

El taconeo suena potente y diáfano como una catarata de agua pura y su cuerpo menudo se vuelve grande cuando se quiebra o abre una y otra vez para abrazar el cante. Todo el espectáculo está marcado por una depurada sobriedad, donde sólo se permite un momento de explosión de color y barroco andaluz, en esa 'alegría larga' del mirabrás con bata de cola y mantón de seda que la convierten en llamarada. Los solos de Eva se intercalan con las intervenciones del cuerpo -masculino- de baile, cuyos componentes evolucionan como palomas blancas, con aleteos que buscan un clasicismo vanguardista. Y así cada momento, nos conduce en un viaje hacia la luz, adonde la protagonista llega ataviada en marfil y oro, tras revelarnos todas sus contraseñas.

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