Crítica de Cine

Anderson sueña que vuelve a Manderley

Veo tres Paul Thomas Anderson, cosa no frecuente en un autor y este lo es con a mayúscula. El primero me gusta (Sidney, Boogie Nights), el segundo me entusiasma (Magnolia y Pozos de ambición) y el tercero me interesa solo a ratos (The Master y Puro vicio). Dejo fuera Embriagado de amor, para mí su peor obra. A veces el manierismo efectista del tercero irrumpe en una obra del segundo dañándola, como sucede con el final de su obra maestra Pozos de ambición con la irrupción del personaje de Paul Dano. El hilo invisible participa, según esta clasificación, de las tres categorías. Me interesa casi siempre y me arrebata a veces, pero en su último tramo me deja fuera de sus retorcidos y forzados juegos.

Mi Anderson es el de la emoción del personaje de John C. Reilly en Sidney, el de la compasión que se filtra -la muerte de la desdichada actriz porno de quinta fila- a través de Boogie Nights, el de la desolación de Jeremy Blackman, William H. Macy, Philip Baker Hall o John C. Reilly en Magnolia -más la Juliane Moore de la escena de la farmacia-, el de la épica trágica del David Plainview tan prodigiosamente interpretado por Daniel Day-Lewis en Pozos de ambición, para mí el más grande personaje épico-trágico americano desde el Ethan Edwards de Centauros del desierto. He reconocido a este Anderson que admiro en El hilo invisible, pero también al de The Master.

Me sorprende que se aleje de los Estados Unidos, empeñado hasta ahora en retratarlos subjetiva y radicalmente abarcando todo el siglo XX. Me sorprende que ambiente la película en el universo de la alta costura, habiendo tratado hasta ahora de pornógrafos, estafadores, aventureros o humillados y ofendidos. Y me sorprende que haya adoptado un tono que se desliza de lo gótico hasta casi rozar lo fantasmal , porque mucho de Rebeca tiene esta película en su atmósfera, el peso que una muerta tiene en ella, el personaje de la hermana y la irrupción de una inocente (¿o no tanto?) joven en un mundo suntuoso, cerrado y cargado de secretos (impresión confirmada por Anderson: "Hace tiempo que esperaba un argumento que me permitiera poner en escena una relación triangular al estilo de Rebeca, en una atmósfera exageradamente refinada que se prestara a un romanticismo macabro") para acabar como un melodrama de pasiones destructivas y autodestructivas que me ha recordado los amores fatales de Thomas Hardy (¿no hay un eco del William Bolwood de Lejos del mundanal ruido en el protagonista?) o las retorcidas historias de amor, dominación y cambio de roles del dúo Sternberg-Dietrich.

Dicen que se ha inspirado en el ascético Balenciaga el tenebroso retrato de este triunfador modisto de alta costura, elegante, meticuloso, perfeccionista, frío, distante, obsesionado por el recuerdo de su madre, incapaz de amar, manipulador a la vez que manipulado por su dominante hermana, que encuentra en una camarera de hotel una musa y una amante con la que inicia una tortuosa relación que podría haber sido escrita por Barbey d'Aurevilly o por Schnitzler. Las interpretaciones de Vicky Krieps y sobre todo Lesley Manville son extraordinarias. Anderson es uno de los pocos directores que hace suyos y transfigura los actores con los que trabaja. La de Daniel Day-Lewis es sencillamente asombrosa en su dificilísima contención, su increíble capacidad para representar el dolor y la pasión tras una máscara de distante indiferencia que puede estallar en un instante para apagarse al siguiente.

Es difícil definir este raro ejercicio rodado con una perfección tan minuciosa como gélida, obra absoluta escrita, fotografiada y dirigida por un Anderson con los apetitos de dominio expresivo de un Welles o un Kubrick y el gusto por la construcción del plano y el movimiento de cámara de un Ophüls. Puesta en música (y silencios) con extrema inteligencia por Johnny Greenwood. Una posible obra maestra perfecta o quizás una gran película con un desarrollo fallido. El tiempo dirá.

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