"Yo he visto vender bolsas de pescado en el mismo mercado delante de nuestras narices y de la Policía Local, que no hace nada por evitarlo. Si esto sigue así tendré que cerrar". El indignado es un pescadero de Barbate a punto de echar para siempre la baraja de su negocio. Como más de un compañero. Prefiere permanecer en el anonimato. No quiere más problemas. Bastante tiene con sacar adelante su puesto a diario. Pero no duda en llamar al periódico para alertar de la red de venta de pescado que se despliega todos los días en una localidad asfixiada por el paro, donde pululan centenares de doctores honoris causa en el arte de buscarse la vida. Con lo que sea.

Como en Cádiz, Puerto Real, San Fernando o El Puerto, en la calle predominan los boquerones, las sardinas y las pescadillas a precios irrisorios, imposible de igualar para quien tiene que hacer frente al alquiler, al iva y a los gastos corrientes propios de un puesto de pescado. Pero a los restaurantes también llegan impunemente pargos, borriquetes y meros a bordo de furgonetas frigoríficas. De las lonjas de Barbate o Conil o directamente de botes y embarcaciones de supuesto uso recreativo. Al horno, a la plancha o a la espalda, terminarán en los platos de los comensales sin que estos sepan nunca de su procedencia, de su clandestina trazabilidad.

"El de la calle es pescado ilegal que está fuera de talla mínima o fuera de veda y muchas veces conservado en malas condiciones. Sin embargo, no podemos competir contra ellos; a nosotros nos inspecciona la Junta y el Seprona nos sanciona a la mínima; a mi me han puesto una multa por 400 gramos de un artículo; sobre ellos no hay control ninguno", lamenta.

Pese a lo delicado de la situación, este pescadero a punto de cesar en su negocio asegura que los dueños de los catorce puestos del mercado de Barbate y de los tres de Zahara de los Atunes ni siquiera se plantean ya denunciar, "porque hemos llegado a la conclusión de que no sirve de nada".