Provincia de Cádiz

"El negocio de la uva ya dejó de ser rentable en Chiclana"

  • Los viticultores se muestran desanimados ante la peor crisis del sector, ya que a los excedentes y la bajada de los precios se unen otros problemas como las plagas que afectan a las viñas

Bajando una de las cañadas del Marquesado encontramos un paisaje que ofrece ese tono tan característico del campo y donde, salteadas por todo el territorio, existen aún algunas zonas destinadas al cultivo de la vid. En otra época la situación era bien distinta porque las viñas se expandían por todas las lomas y ocupaban una superficie equivalente a numerosas hectáreas.

Los hermanos Domínguez, Pedro y Andrés, nos reciben en su hectárea y media dedicada a las viñas. El sudor y el polvo se escurren, en un reguero negruzco, por la camisa a cuadros de Andrés que nos relata, con todo lujo de detalles, los pormenores de su ardua jornada en el campo, que comienza a las ocho de la mañana y se extiende hasta la hora de comer.

Llevan toda su vida dedicada a esta actividad y aunque siguen invirtiendo su tiempo y dinero en la recogida de la uva, recuerdan con añoranza aquellos tiempos en los que, llegada esta época, los camiones repletos de uva tomaban la ciudad.

Este año, además de la crisis, estos viticultores han tenido que hacer frente a una virulenta plaga de hongos que ha afectado a una buena porción de los cultivos. Se trata del mildiú, una enfermedad que perjudica a algunas plantas atacando el interior de las hojas, el tallo y los frutos. Los viticultores muestran desanimados las conocidas como 'manchas de aceite' de la hoja, unas zonas de aspecto amarillento, síntoma inequívoco de una enfermedad que hace perder dinero a los viñistas, aunque el mildiú este año ha respetado su uva palomino, que ofrece un sabor inmejorable.

También la familia Segrelle se dedica a la vid. José Antonio, el padre, aún conserva "la esperanza de que algún día el negocio vuelva a ser rentable", porque, en sus propias palabras, "si todo el mundo arranca la uva, los pocos que quedemos podremos vivir de esto". No obstante, en este momento la realidad está muy alejada de sus previsiones. El hecho es que en los años 90 cobraban 90 pesetas por la uva y hoy día tan sólo recaudan el valor equivalente a 30 pesetas, es decir, el fruto ha reducido su valor a una tercera parte, lo que hace peligrar gravemente la continuidad de esta forma de vida.

Por eso los Segrelle, padre, hijos, primos y tíos, no pueden pagar el jornal a trabajadores para la recogida y tienen que levantar todo el negocio ellos mismos. Han reducido su terreno hasta quedarse con una porción pequeña que puedan gestionar sin ayuda externa. Si bien antes, su familia, de extirpe vitivinícola, vivía exclusivamente por y para la viña, hoy día José Antonio nos confiesa que sigue recogiendo la uva cada año para mantener la tradición de su linaje. Con la puntualidad exacta de un reloj suizo, a las once y media llama a los niños y se sientan en el campo a disfrutar de su mejor momento del día: la hora del bocadillo de butifarra.

Cruzando el camino, al otro lado de la parcela, se encuentra Manuel, quien, boina a la cabeza, recoge la uva que puede de su parcela. El mildiú también ha atacado con especial virulencia sus terrenos y ha dañado una buena porción de la cantidad total de uva. Nos cuenta que si el año pasado recogió 10.000 kilos de fruto, este año tan sólo llegará a 1.500. También su familia recoge la uva con él porque no puede pagarle el jornal a ningún trabajador externo. Si así lo hiciera, perdería dinero en vez de ganarlo. Además, debe dedicarse a otros trabajos para poder sacar su familia adelante porque el negocio de la uva "hace mucho tiempo que dejó de ser rentable", asegura.

El clima de este año se ha cebado con sus cultivos, aunque la situación lleva ya mucho tiempo siendo extremadamente delicada. Manuel nos confiesa desanimado que las cosechas de 2007 y 2008 reportaron unas ganancias tan pobres que únicamente sufragaron los gastos de uno de los dos años. Según nos dice él mismo, "entre las dos cosechas tan sólo cobramos una".

Atrás quedaron los tiempos en que todos comían de la viña y conocer el arte de la vendimia suponía unas ganancias anuales muy importantes. Hoy día para Manuel y su familia no sólo no es rentable el negocio, sino que tiene una parcela en la que ya no sabe qué plantar. "El campo, día a día, se va desangrando", lamenta.

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