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Jerez

Un hombre consciente de que lo único que sabe hacer es torear

  • Desde la retirada de los ruedos de Paula en el año 2000 se han alternado los homenajes al torero y los episodios conflictivos

Me lo decía el invierno pasado en su casa de Jerez, solo, entre recuerdos, el humo del tabaco rubio y la evocación del capotillo de paseo de Joselito el Gallo que conservó su suegro Bernardo Muñoz y fue suyo: "yo lo único que sé hacer es torear".

Rafael de Paula se consume entre la esperanza de volver a coger de nuevo un capote y pegar unos lances, y un mundo en el que se resiste a encajar. El hombre no puede vivir sin el toreo, y el toreo quedó muy atrás, el último año del Siglo XX, cuando en la plaza de Jerez se quitó la castañeta y la tiró a la arena. Entonces Rafael de Paula era grande hasta en el fracaso.

Cómo explicar lo que pasa con Rafael de Paula cuando se baja del escenario, cuando deja de ser el torero, la figura histórica, el genio capaz de hacer lo que los demás sueñan. Cuando se convierte en Rafael Soto Moreno, el hombre sin oropeles, con sus problemas y esas 24 horas por delante que todos tenemos que remontar cuando suena el despertador.

En las redes sociales se comenta que Rafael de Paula siempre ha sido así. Un periodista taurino aseveraba en la red que lo conocía desde hace cincuenta años y siempre se ha portado igual. Que en su vida se alternan y suceden los brillos profesionales y los fracasos humanos.

El torero que firmó la faena de Vistalegre no puede ser el mismo condenado por inducción al allanamiento de morada y falta de lesiones por el turbio asunto que motivo su detención, vestido de luces, en la plaza de toros de El Puerto, en 1985.

El maestro que nunca faltó al homenaje a un compañero, el que ha toreado tantos festivales en beneficio de causas sociales y otros toreros, de aquí a Pamplona, no puede ser el mismo que en su propio homenaje, ante un Paraninfo de la Universidad de Cádiz en el Campus de Jerez poblado de corbatas, deja plantada a la alcaldesa Pilar Sánchez y se marcha del acto.

El creador inefable, quien inspiró a Bergamín la partitura de una música callada del toreo, el que sobrecogió al público de Madrid cruzando la arena muy despacio, entre vítores y lágrimas, en el homenaje que le brindaron Joselito y Morante, no puede ser la misma persona que ante las cámaras de Canal Sur se destempló con el alcalde de Jerez, entonces Pedro Pacheco.

El mismo torero que hizo que las principales figuras del toreo y ganaderos de primera fila del planeta del toro acudieran al Hotel Jerez cuando el movimiento ciudadano "Una firma para el arte", fue el mismo que con su conducta televisiva abortó aquel ilusionado homenaje jerezano.

El espada que presume con legítimo orgullo de sus tres hijos, herederos y continuadores del talento de la familia en el mundo del toro, el caballo y la creación artística, y que sin embargo se enfada en Ronda y echa por tierra a voces en un hotel de cuyo nombre no quiero acordarme, en una intervención desafortunada, lo que tenía que haber bendecido con ese soplo que alguna vez deja asomar entre clamores y espantadas.

El hombre afectuoso, el conversador amante de evocar y narrar recuerdos con minuciosa exactitud, la persona ordenada y pulcra que anota y ordena papeles para sostener reivindicaciones, y que sin embargo es capaz de acudir fuera de sí al despacho de su propio abogado, viviendo tan bochornoso episodio.

Quién sabe lo que le pasa a Rafael de Paula. Mucho menos a Rafael Soto Moreno. Tal vez el propio torero esconde las claves, de un hombre insatisfecho con su situación. El pasado invierno su ilusión era operarse una vez más sus maltratadas rodillas, cuyas vicisitudes relataba con detalle. Ahora estaba en lista de espera, en el Hospital de Jerez, a la espera de acudir al quirófano.

La diezmada guardia pretoriana que aún escolta a Rafael de Paula anhela que tras la operación pueda tener mejor calidad de vida, más movilidad. Que podría volver a caminar resuelto, y tal vez vivir más en torero sin ese bastón con el que se ayuda y amenaza hoy. Que el genio iba a perder el mal genio y no iba a pagar con ningún arranque esas 24 horas a las que tiene que enfrentarse cada día, sin poder hacer lo que mejor sabe hacer, convencido de que todavía puede ir al campo y sobrecoger meciendo el capote al templar una becerra.

Los que lloramos aquella tarde en Las Ventas, en ese último paseíllo por delante de Joselito y Morante, Madrid en pie, queremos creer que el hombre puede estar alguna vez a la altura del torero, sin vivir estos episodios. Que siga siendo aquel que estaba subido al escenario, no aquella tarde de Jerez cuando tiró el añadido, sino poco antes de ser detenido, vestido de luces en la plaza de El Puerto.

Nos lo debe maestro.

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