Nunca los inicios fueron fáciles, pero los de Teófila Martínez al frente de la Alcaldía de Cádiz tuvieron todos los ingredientes para convertir el reto municipal en una hazaña. El ascenso de la alcaldesa del PP al Ayuntamiento marcó 1995 y, a la postre, también un antes y un después en la vida de la capital. Martínez llegó en plena escabechina laboral en la provincia, que durante varios trimestres superó el 40% de paro, escalofriante y más propio de un territorio tercermundista que de uno en vías de desarrollo, como era la España de entonces tras la entrada en la CEE en 1986.
El año 1995 se recordará como el de mayor conflictividad de la historia de Cádiz. Sólo unos días después del ascenso de Teófila, el Instituto Nacional de Industria (INI) dictaba formalmente el acta de defunción del astillero de Cádiz y la pérdida de 1.300 empleos en la Bahía. Cádiz prendió fuego. El 27 de julio, 100.000 gaditanos incendiaban las calles de la capital en defensa de la factoría y comenzaba una ola de violencia callejera de la que no escaparon entidades bancarias, oficinas públicas y hasta la sede del PSOE en San Antonio.
La convulsión social era total y el nivel de paro por encima del 40% suponía un caldo de cultivo idóneo para la revolución ciudadana. Había mucho que perder, pero también mucho que ganar, como se demostraría unas semanas después. La reconversión se cobró sólo 500 empleos y el compromiso de la incorporación de jóvenes.
La desprotección social se agravó por las bajas rentas y el escaso tiempo de cotización de los trabajadores gaditanos. El deterioro era visible, tanto en la vida urbana, como en la rural. El hambre retornaba a los hogares y a las calles, donde se repetían las protestas individuales y colectivas en demanda de un empleo. Las necesidades eran primarias y las colas en las oficinas del INEM reflejaban el rápido empobrecimiento que había engullido de nuevo a la sociedad. El 95 fue el año de la conflictiva llegada de Puleva a Jerez, y también de la sequía, de los cortes de aguas de hasta diez horas diarias, del conflicto por el trasvase del Guadalcacín y del transporte de agua en barcazas desde Huelva. Ni siquiera en lo cultural hubo alegrías: la provincia y Jerez lloraron la muerte de Lola Flores.
Pero a grandes males, grandes remedios y la depresión se convirtió en el revulsivo de una transformación radical de la provincia. La unidad plena de los agentes económicos y la voluntad política a los máximos niveles permitieron que Cádiz empezara a mirar al futuro con esperanza. El pacto entre la patronal, con Santiago Cobo a la cabeza, y los sindicatos CCOO (Juan Pérez) y UGT (Carlos Dorante) sentó las bases de la época de mayor desarrollo de la provincia.
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