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El sueño de un Egipto distinto

Ancianos, jóvenes, activistas de izquierda e islamistas; todos ellos participan en la marcha multitudinaria contra el régimen de Hosni Mubarak. Todos ellos sueñan con un Egipto sin Mubarak. Sin embargo, a la hora de plantearse cómo configurar el futuro una vez que el presidente egipcio deje el poder, la unidad llega a su fin.

Egipto se encuentra oficialmente desde casi 30 años bajo el estado de excepción. Se trata del mismo tiempo que Mubarak lleva en el poder. No obstante, en las últimas tres décadas el país nunca ha vivido una situación de excepción como la de ayer. Cientos de miles de personas acudían en masa a medio día a la plaza de Tahrir para gritar a los cuatro vientos el odio que le profesan al régimen de Mubarak. El ambiente estaba caldeado. La plaza estaba completamente abarrotada por la multitud.

Cada uno de los que se encontraban allí tiene un sueño distinto de un Egipto nuevo, mejor. Lo único que les une es su deseo de que se retire el presidente. Pero para el momento posterior cada cual tiene planes diferentes. Nadie quiere hablar todavía sobre ello.

"El régimen tiene que salir, después que llegue un gobierno de transición. Yo quiero liberar al país de la corrupción", dice Inas Said, que trabaja como directora de proyectos en una compañía de Tecnologías de la Información. Junto a ella se encuentra apoyado en un bastón Ahmed Abdelhalin, un veterano de guerra del conflicto contra Israel en 1973. Abdelhalin lleva la barba larga que caracteriza a los musulmanes extremistas. "Entonces liberamos la Península del Sinaí, hoy nos liberamos a nosotros mismos del dominio de un faraón injusto", aseguró.

Aunque Abdelhalin es profundamente religioso, al igual que la mayoría de manifestantes que se congregaron para asistir a la marcha del millón, no pertenece a ningún partido político. "De todos modos no tenemos verdaderos partidos en este país", comentó Inas. Los Hermanos Musulmanes, que abogan por una islamización del Estado, no son un partido oficial, ya que hasta ahora los grupos religiosos estaban prohibidos. Pero los Hermanos Musulmanes están al menos igual de bien organizados que el Partido Nacional Democrático de Mubarak.

Eiman Suleiman es miembro de los Hermanos Musulmanes. Tiene prisa por llegar a la manifestación. El abogado de 25 años de la provincia Sharkiya quiere hacer historia. Desea "estar ahí cuando caiga Mubarak". Por ello lleva en El Cairo una semana. Por eso ha sufrido los golpes que le propinó la Policía. "Todo eso no importa", dice. "Estamos dispuestos a morir como mártires", grita en la plaza de Talaat Harb. Suleiman saborea el momento de la libertad. Disfruta con que los tres hombres que tienen aspecto de policías vestidos de civiles le echen miradas de desaprobación.

Mientras las calles cercanas a la plaza de Tahrir se llenan de oponentes a Mubarak, cerca de la zona se forma una pequeña marcha de manifestantes leales al presidente. "Maldita sea", exclama uno de ellos. "No se puede cambiar a todo un Gobierno en un día, pero qué se cree esta gente", dice un segundo.

En otras partes de El Cairo la vida transcurre con relativa normalidad. Cerca de la Bolsa, que lleva cerrada desde hace algunos días, impera un silencio fantasmal. Dos calles más allá, tenderos ambulantes venden fruta y verdura. Apenas queda leche y yogures que puedan comprarse.

Al otro lado del Nilo, en el barrio burgués de Zamalek, un grupo de hombres jóvenes aprovecha que los soldados y la Policía están entretenidos con la manifestación. Roban ropa de una tienda. Tres de ellos están sobre el techo de un minibús. Los jóvenes no se sienten responsables del comienzo de una nueva era que se está fraguando en Egipto.

Finalmente el minibús está lleno y en las maletas no cabe nada más. Los hombres regresan a sus barrios pobres. Las manifestaciones prefieren dejárselas a los Hermanos Musulmanes, a los funcionarios decepcionados y a los jóvenes idealistas de la clase media.

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