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La odisea de desplazarse en autobús

  • Los billetes son de los más caros del continente

Cualquier visitante que se suba a un autobús de la mayoría de las ciudades de Brasil entenderá el enfado de las miles de personas que han salido a las calles en las últimas semanas, inicialmente para rechazar el pagar más por un servicio que es insuficiente, malo e inseguro. Las autoridades de Sao Paulo, donde se originaron las protestas, de Río de Janeiro y de multitud de otras localidades se echaron atrás el miércoles sobre esa subida, que fue la gota que colmó el vaso para millones de brasileños que ven pasar la vida por la ventana del transporte colectivo.

Lo puede constatar, por ejemplo, Rubens Rugani, de 24 años, que tarda por lo menos una hora en recorrer tan sólo 11 kilómetros hasta su trabajo en el centro de Sao Paulo, eso con tráfico normal, es decir, sin accidentes o sin la lluvia que en el verano llega prácticamente todas las tardes.

Rugani, que gasta un 30% de su sueldo sólo en ir a trabajar, vive en el Barrio Freguesía do O, que pese a ser uno de los más antiguos de la ciudad carece de línea de metro.

El propio alcalde de Sao Paulo, Fernando Haddad, ha reconocido que la velocidad media de los autobuses de la ciudad ha caído a la mitad en los últimos años por la falta de inversión por parte de sus antecesores en carriles exclusivos.

La urbe tiene uno de los tránsitos más caóticos del mundo, por lo que es corriente que muchas personas tarden dos horas en llegar a sus casas en autobús, pese a que al mismo tiempo el precio del transporte está entre los más altos del continente.

Los billetes cuestan 3 reales (unos 1,03 euros), mientras que el salario mínimo es de 678 reales (unos 256 euros).

La red de metro, con poco más de 74 kilómetros, es considerada insuficiente para atender la demanda de una población de más de 11 millones, más los municipios adyacentes.

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