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El asalto al centro Westgate destapa las carencias de seguridad en Nairobi

  • De momento el asalto ha causado 72 muertos, aunque podría haber más víctimas bajo los escombros.

El asalto al centro comercial Westgate de Nairobi, que durante más de tres días ha aterrorizado a los habitantes de la capital keniana, marcará un cambio en la vida de una ciudad que quizás no sopesó lo suficiente la amenaza que suponía la milicia salafista somalí Al Shabab, autora de la acción. De momento, el asalto del Westgate ha causado 72 muertos (61 civiles, seis soldados y cinco terrorista), cifras todavía provisionales pues todavía no han sido retirados los escombros y se desconoce si ocultas entre ellos puede haber más víctimas.

Cuando el martes se superaban las 72 horas del ataque de Al Shabab, pocos taxistas se atrevían a hacer carreras hasta el barrio del centro Westgate, donde seguían las explosiones y disparos entre los asaltantes y las fuerzas de seguridad, antes de anunciarse el fin oficial del asalto. Un día después , los vigilantes de seguridad del Sarit Center, otro de los recintos comerciales más exclusivos de la capital de Kenia, ubicado a pocos metros del Westgate, registran por primera vez las pertenencias de todos sus clientes antes de permitirles la entrada.

El despliegue de seguridad siempre ha sido llamativo en los lugares públicos de Nairobi, donde los empleados de Naciones Unidas y de las organizaciones internacionales tienen prohibido por contrato caminar por la calle al caer la noche. Urbanizaciones, supermercados, centros comerciales y restaurantes son custodiados todo el día por guardias armados, a menudo están cercados por vallas electrificadas y cuentan con aparcamientos interiores para poder acceder en coche sin necesidad de entrar caminando desde la calle. Entre los expatriados es común pensar que estas medidas de seguridad son más aparentes que reales, una forma de disuadir a los delincuentes y atracadores, el principal problema de la inseguridad ciudadana. Hasta ahora, para permanecer seguro, bastaba con evitar adentrarse en barrios de chabolas como Kibera y no caminar por ningún lugar de la ciudad cuando cayera el sol.

"¿Por qué ha pasado esto? ¿Está preparada Kenia para combatir a Al Shabab?", son preguntas que se repiten en los informativos kenianos y en las tertulias de cafetería. Al Shabab, que exige a Kenia que deje de combatirles en Somalia, donde trata de instaurar un Estado islámico de corte wahabí, se había cebado hasta ahora en Eastleigh, el barrio somalí de Nairobi, donde se registrado numerosos ataques con granadas en el último año. El pasado julio, la Policía interceptó en un autobús en Nairobi un cargamento de explosivos, al parecer con destino a Mombasa, el principal puerto de Kenia, donde se esperaba el próximo ataque de Al Shabab. Finalmente, el ataque se ha dirigido a un símbolo de la nueva economía africana: un oasis comercial para expatriados y kenianos de clase alta, los únicos que pueden pagar por una taza de café el dinero con el que una humilde familia keniana comería varios días.

Tras la matanza y el duelo, la consecuencia inmediata del asalto ha sido el miedo y el blindaje en una ciudad que, en algunos barrios, ya era una jaula de oro para extranjeros y clases pudientes. Los coches hacían cola a la entrada de edificios de oficinas, a la espera de que los askari -término suajili para los vigilantes- les revisaran los bajos, mientras que los empleados eran inspeccionados hasta los bolsillos.

La tragedia ha alimentado la solidaridad entre los kenianos, tradicionalmente divididos por rencillas tribales que explican acontecimientos violentos como los ocurridos tras las elecciones de 2007, por la que tanto el presidente de Kenia, Uhuru Keniatta, como su vicepresidente, William Ruto, deberán responder ante la Corte Penal Internacional. "We are one" ("Somos uno") es el lema más leído desde el inicio del asalto en las redes sociales, donde sirve para enlazar condolencias, muestras de apoyo y de orgullo nacional. Centenares de voluntarios kenianos e indios formaron un equipo que durante cuatro jornadas ha prestado ayuda logística, sanitaria y psicológica al contingente militar y de periodistas apostados en las cercanías del Westgate. Estos días han sido testigo del "mal indecible que existe en nuestro mundo", dijo hoy el embajador de Estados Unidos en Kenia, Robert Godec. También recuerdan al atentado de 1998 contra la Embajada de EEUU en Nairobi, que causó más de 200 muertos y se atribuyó Al Qaeda, la red terrorista con la que Al Shabab mantiene estrechos vínculos.

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