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Y Sudáfrica volvió a los mapas

  • Mandela instrumentalizó los remanentes del 'apartheid' en las relaciones internacionales de Sudáfrica para diseñar una política exterior que le convirtió en un hombre de estatura mundial.

El ex presidente Nelson Mandela, que murió este jueves a los 95 años, instrumentalizó los remanentes del apartheid en las relaciones de Sudáfrica con el mundo para diseñar una política exterior coherente, aunque muchas veces contradictoria, que le convirtió en un hombre de estatura internacional. Inmediatamente después de su puesta en libertad tras 27 años en prisión, Mandela anunció que la Sudáfrica "post-apartheid" iría por su propio camino.

A principios de la década de los 90, Mandela combinó una visita a Washington con escalas en Libia y Cuba, dos países que habían apoyado enérgicamente la lucha contra el apartheid, pero que también recibían duras críticas de los países de mercado libe por violaciones de los derechos humanos. En 1993, antes de ser elegido presidente, Mandela escribió en un ensayo para la revista estadounidense Foreign Affaires: "Los derechos humanos serán las luz que guiará nuestra política exterior".

Sin embargo, una luz aún más fuerte guiaría la política internacional del futuro presidente: un enfoque multilateral y una expansión de las relaciones Sur-Sur. Mandela aseguró que Sudáfrica "no sería influenciada" por diferencias "entre la política interna de un determinado país y nosotros". Mandela hizo notar que varios países con un historial de violaciones de los derechos humanos habían sido aceptados en el seno de la Organización de las Naciones Unidas y otras instituciones internacionales. "¿Por qué nos tenemos que desviar de lo que están haciendo las organizaciones internacionales?", argumentó. De esta manera, Mandela se reveló como un maestro de la Realpolitik, siguiendo la política que mejor servía para la defensa de los intereses nacionales.

Preguntado por sus relaciones con Libia ante una audiencia universitaria en Nueva York durante una de sus primeras visitas a Estados Unidos, Mandela contestó: "Ellos son mis amigos", según relató el ex diplomático estadounidense Hank Cohen, que estuvo involucrado en las negociaciones con Angola y Namibia que sentaron las bases para la salida del gobierno del apartheid en Sudáfrica.

Los críticos reprocharon a Mandela el haber complacido al régimen militar de Myanmar al abstenerse de defender públicamente a la activista por la democracia Aung San Suu Kyi, también premio Nobel de la Paz, a pesar de que ella había estado bajo arresto domiciliario por razones políticas durante muchos años. Asimismo, los detractores de Mandela denunciaron las ventas de armas sudafricanas a Indonesia, su reticencia a intervenir en Zimbabwe y la prolongada amistad con la Libia del coronel Gaddafi.

Aziz Pahad, quien fue nombrado viceministro de Relaciones Exteriores tras la elección de Mandela y durante mucho tiempo fue un hombre de confianza del héroe de la lucha contra el apartheid, dijo que existía la expectativa "mítica" de que Sudáfrica basaría su política exterior exclusivamente en la defensa de los derechos humanos, algo que no hubiese sido "práctico".

Después de que Mandela asumiera la presidencia, su gobierno rápidamente pasó a reconocer a Cuba y rompió los vínculos con Taiwan para desarrollar relaciones plenas con China. Mandela había evitado un sangriento conflicto racial y étnico transmitiendo al mundo "nuestra firme posición a favor del diálogo para resolver las diferencias", explicó Pahad. "Nosotros demostramos que el mundo no termina cuando se crea la democracia", dijo Pahad, sino que es posible la transición a la democracia "sin una guerra civil catastrófica".

La apuesta de Mandela por el diálogo convirtió a Sudáfrica en un faro para otros países en conflicto. Delegaciones de las fuerzas beligerantes de países como Irlanda y Bosnia peregrinaron a Sudáfrica para buscar asesoramiento. Mandela también se implicó en otros dos conflictos internacionales: el enfrentamiento de Libia con Occidente por el atentado a un avión de PanAm sobre la localidad escocesa de Lockerbie en 1988 y el conflicto de Indonesia con Timor Oriental. "Nos criticaban por nuestras relaciones con Indonesia", recuerda Pahad, pero el hecho de que el gobierno indonesio autorizó a Mandela a visitar en prisión al líder independentista timorense, Xanana Gusmao, "abrió el camino a una solución" que culminó con la independencia del territorio ocupado por Indonesia.

Por encima de todo, sin embargo, Mandela se dio cuenta de la necesidad de promover el desarrollo y la reconciliación en el continente africano. El primer presidente negro de Sudáfrica se implicó personalmente en las gestiones para resolver conflictos desde Angola hasta Burundi, pasando por Mozambique y la antigua Zaire, la actual República Democrática del Congo. "Dimos prioridad a África", explicó Pahad. "Sabíamos que sin la solución de los conflictos, no podríamos vivir como una isla de prosperidad en un mar de pobreza. Tuvimos que reescribir nuestro guión".

Sin embargo, Mandela tuvo que obrar con mucho tacto. No quería que otros países influyentes en el continente, como Nigeria, miraran a Sudáfrica con desconfianza por el posible temor a que este país se convirtiese en una "nueva potencia colonial", de acuerdo con Pahad. Mandela se puso en una situación arriesgada al salir en defensa del activista y escritor nigeriano Ken Saro-Wiwa y creyó que el dictador de Nigeria, Sani Abacha, se había comprometido a no ejecutar al activista, escribió Princeton Lyman, ex embajador de Estados Unidos en Nigeria y Sudáfrica. Cuando Abacha mandó ejecutar a Saro-Wiwa, Mandela llamó a imponer un embargo de petróleo a Nigeria. Sin embargo, el resto de África le dio la espalda ante la perspectiva de que un país africano criticara a otro en adelante. Desde entonces, Sudáfrica ha "bloqueado los esfuerzos para poner orden en la casa" de África, señaló Southwick.

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