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Orden de marcha al infierno

  • Crece el escándalo en Francia ante los testimonios de que se utilizaron 'cobayas humanas' para estudiar los efectos de una explosión nuclear en los seres humanos

En realidad, el test nuclear fue un fracaso: cuando los franceses activaron el explosivo en una torre de 50 metros de altura en Reggane, en el Sahara argelino, liberó sólo la fuerza de un kilotón, cuando se esperaban hasta 18 kilotoneladas. La detonación "a medias" del 25 de abril de 1961 podría haber salvado muchas vidas, pues los militares no sólo probaron entonces el explosivo en sí mismo, sino su efecto en las personas. Ingenuos reclutas fueron expuestos a la radiación, para investigar en qué medida se vería reducida la fuerza de combate de las tropas en una guerra atómica.

Gerboise verte fue la cuarta bomba atómica francesa. William Kob prestaba entonces servicios militares en Alemania. Junto con otros 300 compañeros fue de destinado al Sahara, entonces aún territorio francés, como cobaya.

"Estuve a 3,5 kilómetros de Gerboise verte", contó al diario Le Parisien. Seis meses después, tuvo problemas de salud. "El médico dijo: calla si quieres tener un futuro en la vida civil". Pero ahora, Kob no puede seguir manteniendo silencio. Quiere hablar "por los muertos, por las viudas".

Sus compañeros marcharon hacia la explosión nuclear y estuvieron a sólo 700 metros de la zona cero. Otros se acercaron en todoterrenos a hasta 275 metros o fueron en sus carros de combate directamente al lugar de la explosión. Los militares sacaron de ello valiosos descubrimientos: las máscaras de gas ralentizan el avance y hay que sustituirlas por máscaras simples. La moral de la tropa no se ve fuertemente golpeada, por lo que un ataque nuclear debe golpear siempre en pleno corazón. Y los oficiales deben mantenerse apartados del lugar de la detonación, pues es demasiado peligrosa.

A los soldados expuestos se les ordenó silencio. Al fin y al cabo, lo importante es la nación.

"Hurra por Francia", dijo el entonces jefe de Estado, el general Charles de Gaulle, al ver la detonación. "Vergüenza para Francia", opinan hoy en día muchos franceses. Y cada vez más indignados se deciden a hablar los supervivientes y víctimas de la serie de pruebas. "Me cortaron la nariz, pero no la lengua", dice Lucien Parfait, a quien tuvieron que amputar parte de su rostro. "Francia nos dejó caer. Muchos de nosotros estamos en el lecho de muerte. ¡Mi amigo Gaston fue operado 47 veces!".

Con cada vez más enfado, los "conejos de laboratorio" acusan a su Grande Nation de dejarlos durante años en la estacada. "Pagamos nuestro tributo de sangre". Pero a la hora de indemnizar, Francia fue tacaña. Todo el que enfermó debía probar antes que la prueba atómica fue la causa de su enfermedad, pues un cáncer podía tener otras causas. Estadísticamente se midió el efecto de la radiación, pero por el grupo de militares no pudo hacerse menos de lo que se hizo.

Sólo ahora, medio siglo después, Francia puso a disposición diez millones de euros para las víctimas. Pero siguió regateando con tenacidad el número de enfermedades a reconocer como consecuencia de la radiación. Al final salió una lista una tercera parte más corta que la que existe en Estados Unidos.

El ministro de Defensa, Hervé Morin, prometió sacar a la luz lo relativo a la radiación de los 150.000 participantes de la serie de test. "Abriremos el armario", dijo el político.

El test Gerboise verte se desarrolló de forma febril: entonces, los generales de la Argelia francesa se rebelaron y De Gaulle temió que la bomba cayera en sus manos. Las pruebas continuaron bajo tierra. Tras la pérdida de Argelia, Francia trasladó los tests nucleares al Pacífico, concretamente a los "paraísos del sur" Fangataufa y Mururoa, en la Polinesia Francesa.

En 1996, el entonces presidente Jacques Chirac permitió que se detonara la última bomba. Ahora, París hace sólo simulaciones por computadora y aboga por la proscripción total de las pruebas nucleares.

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