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El KO de un luchador testarudo

  • Tras capear la peor crisis económica en los últimos 60 años, llegar a primer ministro sin haber ganado unas eleciones y sobrevivir a los embates de la falta de popularidad, Brown decide tirar la toalla

Gordon Brown presentó ayer su renuncia como primer ministro y líder del Partido Laborista, cargo en el que sucedió a Tony Blair en junio de 2007.

La decisión se hizo pública apenas 24 horas después de que Brown hubiera ofrecido su cabeza en un intento desesperado de evitar un acuerdo entre conservadores y liberal-demócratas, plan que acabó en fracaso.

Fue el penúltimo acto político de un dirigente que se había ganado en los últimos años el apelativo del ave Fénix tras capear la peor crisis económica en 60 años y sobrevivir a tres golpes de Estado dentro del laborismo por su discutido liderazgo.

Gordon Brown (20 de febrero de 1951) abandona la primera línea política tras una trayectoria de luces y sombras en la que acumuló sus días dorados durante sus diez años al frente del Tesoro, en los que nunca perdió de vista la vista la casa de al lado. Sin embargo, cuando en junio de 2007 cumplió su sueño de mudarse al número 10 de Downing Street, Brown vivió los días más oscuros de su carrera.

Asaltos al poder, cuestionamientos de autoridad y derrotas electorales que culminaron el pasado día 6 con la pérdida de una mayoría absoluta constituyen una parte irremediable de su legado. La primera vez que se enfrentaba a las urnas como candidato se jugaba su futuro político y perdió.

Durante la campaña electoral, Brown había sufrido ya un severo desgaste frente al empuje de sus dos jóvenes rivales, una diferencia evidenciada especialmente en los debates televisados. Sin embargo, la estrategia del hasta ayer premier era, precisamente, reivindicar su veteranía para apelar a la confianza en esta era poscrisis.

Diputado desde 1983, Brown ha visto finalmente cómo el cansancio más de una década ininterrumpida en lo máximo de la jerarquía del Gobierno y una personalidad sin carisma reconocida por él mismo afectaban a la actuación de su partido en las urnas. El laborismo no sufrió la debacle temida pero tampoco pudo lograr el hito del cuarto mandato.

Escocés, de fuerte personalidad y uno de los arquitectos del Nuevo Laborismo, dos momentos marcaron su carrera tanto como su trayectoria personal. Uno, la famosa comida en un restaurante del barrio londinense de Islington en la que Tony Blair y él sellaron sus destinos y, con ellos, el del partido. El actual enviado especial del Cuarteto de Madrid para Oriente Próximo asumiría inicialmente el timón para cederle posteriormente el testigo a su entonces más estrecho colaborador.

El segundo punto de inflexión fue poco después de asumir el ansiado poder. A pesar de haber disfrutado de una leve luna de miel con los votantes cuando en verano de 2007 recibió las llaves del número 10, su popularidad cayó en picado a partir de que cometiese el, para muchos, peor error de su carrera política: jugar con la duda de si convocaría elecciones para, en otoño, descartarlas.

Desde entonces, tuvo que hacer frente a la peor crisis económica desde la Gran Depresión, un revés que, no obstante, permitió sacar lo mejor de Brown. Su reacción al colapso financiero fue imitado por gran parte de los dirigentes mundiales, que reconocieron, además, su liderazgo en la organización de la clave reunión del G-20 del 2 de abril de 2009 en Londres.

Sin embargo, en este período también ha quedado como la cara de la peor derrota electoral de los laboristas desde mediados del siglo pasado, cuando en junio quedó como tercera fuerza en las locales, y han sido varios los conatos de asalto al poder que ha tenido que ir sofocando. Finalmente, el Laborismo decidió cerrar filas en torno a él ante la posibilidad de que un descabezamiento prematuro fuese incluso más dañino para sus posibilidades electorales.

El partido se enfrenta ahora a un proceso de sucesión. Serán los parlamentarios nacionales y europeos, los militantes de base y las organizaciones sindicales próximas a los laboristas quienes tendrán en su mano la elección.

Las normas del Partido Laborista, que no se ve en la situación de elegir a un líder desde 1995 -cuando Tony Blair fue designado para suceder al fallecido John Smith-, establecen que "un colegio electoral" formado por tres grupos es el encargado de la elección.

Estos grupos serán los que votarán para nombrar al nuevo máximo responsable del partido, que será ratificado en el Congreso que se celebrará en Manchester a finales de septiembre.

Para ser candidato, hay que ser parlamentario y contar al menos con el respaldo del 12,5% de los compañeros, lo que tras las elecciones del pasado jueves supone tener el apoyo de otros 33 diputados.

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