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Asad se aferra al poder

  • El presidente sirio mantiene su feroz represión hacia los movimientos de protesta pese a los insistentes llamamientos de la comunidad internacional para que ceda

Occidente contempla escandalizado cómo en Siria se producen detenciones masivas, torturas y los francotiradores disparan a bocajarro contra manifestantes. Las personas en ciudades sitiadas están desesperadas.

Los servicios secretos en Siria son tan omnipresentes que muchos opositores al régimen suben el volumen de la música en sus salones antes de pronunciar una palabra crítica sobre el régimen.

Aun así, el Gobierno quiere hacer creer a la población y a la opinión pública que en varias ciudades se han formado células terroristas que repentinamente están atacando a efectivos de las fuerzas de seguridad que velan por la protección de la población. Al menos ésa es la versión oficial de los sangrientos incidentes que, de acuerdo con defensores de los derechos humanos, han dejado ya más de 700 muertos.

Las reacciones de los gobiernos occidentales ponen de manifiesto que no dan credibilidad a esa versión. Los embajadores en Siria fueron retirados. Además, algunos países y la UE amenazan con imponer sanciones.

Sin embargo, a las personas en Daraa, Duma y otras ciudades sitiadas en las que fueron detenidos médicos y manifestantes asesinados a tiros, de poco les sirve. "Las sanciones no nos ayudan", escribió un activista en un foro de internet del movimiento de protesta. "Queremos que vengan aquí las organizaciones de ayuda humanitaria y observadores extranjeros".

El Gobierno sirio, presidido por Bashar al Asad, que ha salido por los pelos airoso de una condena del Consejo de Seguridad de Naciones Unidas, no piensa ceder. El régimen sirio no está reaccionando a los llamamientos y los consejos de Estados amigos. Una delegación del gobierno turco, que viajó ayer jueves a Siria para presentar propuestas de reformas, volvió a marcharse sin decir palabra y, de acuerdo con observadores, sin lograr éxitos.

Ribal al Asad, primo del presidente, que vive desde su infancia en el exilio y aboga por llevar a cabo reformas en Siria, plantea entre tanto la pregunta de si Bashar al Asad lleva todavía las riendas de la situación.

El familiar exhortó a Asad, en una entrevista con el diario argelino Al Jabar, a que ponga fin a la corrupción. A ese grupo pertenecen también, entre otros, el empresario Rami Majluf y el ex ministro de Defensa Mustafa Tlas. "Ya sólo le queda una opción. Que diga: 'He hecho lo que he podido, pero ese grupo (corrupto) que me rodea es más fuerte que yo, ahora me tiene que ayudar el pueblo".

Mientras, el régimen sigue negando que algunos oficiales del Ejército de Asad hayan desertado y que algunos soldados de la convulsa provincia de Daraa tuvieran que deponer las armas, según afirman los opositores.

Informaciones acerca de la salida del partido de 230 de sus miembros de la región de Hauran y de la de Banias también han sido ignoradas por completo hasta ahora por parte de los medios estatales. También en el ámbito de los consejos provinciales y en medios estatales hubo supuestamente dimisiones.

Acerca de los soldados, que fueron enterrados en los últimos días como "mártires" y "víctimas de grupos terroristas armados", la oposición afirma que fueron asesinados por la guardia republicana leal al régimen por negarse a disparar contra los manifestantes.

El número de miembros del partido y de oficiales que le dan la espalda al régimen es todavía bajo. Aún así, muchos observadores árabes se plantean ya qué efectos tendría un cambio de régimen en Siria sobre la situación de la región.

El gran perdedor de una caída del régimen sirio sería posiblemente el movimiento chií proiraní Hezbola y sus aliados en el Líbano, que hasta ahora recibía armas y apoyo político de Damasco. Hezbola y el régimen de los ayatolás iraníes son actualmente los únicos actores en la región que todavía mantienen su fidelidad a Bashar al Asad sin proferir una sola crítica.

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