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La invención del sonido

  • Estos días se celebran los 40 años del lanzamiento de 'The dark side of the moon' de Pink Floyd, una obra que cambió para siempre las bases del rock y del disco como concepto.

En marzo de 1973 (el día 1 en EEUU, el 24 en el Reino Unido) Pink Floyd lanzó su octavo disco de estudio. El primero, The piper at the gates of dawn, se había publicado sólo seis años antes, pero el grupo había logrado sobreponerse a todos los obstáculos (el más importante, la necesaria salida de la formación en 1968 de su principal inspirador, un Syd Barret que había sido derrotado por la enfermedad mental pero que, como veremos, siguió influyendo de manera decisiva en sus compañeros) hasta demostrar una capacidad creativa que lo había elevado hasta la primera línea del panorama musical post-Beatles. En tan breve plazo, el cuarteto había desarrollado una carrera fecunda que a otras bandas de la época les costaría aún algunas décadas completar: tras el periplo psicodélico de discos como A saucerful of secrets (1968) y Ummagumma (1969), el visionario Atom heart mother (1970) abrió de par en par las puertas del rock sinfónico, cimentado, aunque con una lectura distinta, en Meddle (1971). El mundo había caído rendido a tan poderosa magia: otros grupos dentro y fuera del Reino Unido se prestaban a imitar sus larguísimos desvaríos instrumentales, compositores del calibre de György Ligety aplaudían sus envites y cineastas de la talla de Michelangelo Antonioni y Stanley Kubrick (el primero llevó Careful with that axe, Eugene a Zabriskie Point; el segundo quiso insertar algunas partes de Atom heart mother en La naranja mecánica, sin éxito) caían rendidos a sus pies. Pero nadie podía imaginar que este disco iría mucho más lejos. Tanto como para cambiar lo que el rock había significado hasta entonces y modificar el mismo concepto de disco. De un plumazo.

Un primer entremés ofrecido en directo a un grupo de periodistas un año antes, en febrero de 1972, había bastado para despertar el entusiasmo de los críticos. La gira que prosiguió a aquel concierto fue dando gira al nuevo material hasta las maratonianas sesiones que confluyeron en los estudios londinenses de Abbey Road desde el verano de aquel año hasta enero de 1973. Durante todo este tiempo, Roger Waters (bajo y voz), David Gilmour (guitarra y voz), Richard Wright (teclados y voz) y Nick Mason (batería) indagaron en temas que, con Waters confirmado ya como letrista y cauce mayor en la toma de decisiones, abordaban los aspectos más tenebrosos de la personalidad humana, en una prolongación de las preocupaciones psicológicas de la psicodelia que adquirieron, sin embargo, una proyección musical luminosa. El mismo Waters admitió muchos años después que, más allá de todo esto, lo que el grupo quería una vez obtenido el prestigio era ganar mucho dinero. Y el objetivo se alcanzó plenamente: The dark side of the moon es uno de los álbumes más vendidos de todos los tiempos. En 1998 le fueron reconocidos quince discos de platino sólo en Estados Unidos. En 2010 contabilizaba 940 semanas seguidas en el Billboard, y cada reedición (la más completa llegó en 2011 dentro del proyecto de remasterizaciones Why Pink Floyd?) ha escalado invariablemente los puestos más altos de las listas de éxitos. Se estima que una de cada catorce personas menores de 50 años en todo el mundo tiene una copia en su casa. El volumen total de ventas es incalculable. De modo que David Gilmour pudo hacerse su mansión en la isla griega de Castellorizon y Nick Mason emprender su colección de coches antiguos.

En lo estrictamente musical, The dark side of the moon presentaba notables diferencias respecto a los trabajos previos del grupo. A la crítica le sorprendió la ausencia de temas largos como Echoes, del álbum Meddle, que con sus 24 minutos había levantado las iras de las emisoras de radio. Saltaba al oído una influencia decisiva de la música negra: Money presentaba una estructura de blues sazonada con el saxofón de Dick Parry, que volvía a sonar en la hermosísima Us & them. Richard Wright compuso The great gig in the sky (donde la cantante Clare Torry daba buena cuenta de su poderío vocal tras una encerrona: pidió al grupo avergonzada que deshiciera la grabación que finalmente salió en el disco) a partir de una inversión de acordes del Kind of blue de Miles Davis. Pero fue el trabajo de Alan Parsons como ingeniero de sonido lo que cautivó al público: ahí estaban la caja registradora encajada en el compás de 7 por 4 de Money (la cinta fue cortada y recompuesta como un puzzle), el efluvio electrónico de On the run, los relojes de Time, la voz de Peter Watts (padre de la actriz Naomi Watts) en el Brain damage que rendía homenaje al maltrecho Barrett... Una invención del sonido que, 40 años después, late intacta.

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