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Pablo Ferrández | Violonchelista

"Un Stradivarius empieza haciéndote la vida muy difícil"

  • En pleno parón de su ascendente carrera internacional, el violonchelista madrileño Pablo Ferrández debuta en Sony con un álbum en el que combina Rajmáninov con música española

Pablo Ferrández (Madrid, 1991) debuta en Sony con este álbum.

Pablo Ferrández (Madrid, 1991) debuta en Sony con este álbum. / Kristian Schuller

Desde que en 2015 obtuviera un Cuarto Premio del Concurso Chaikovski (era el primer español que llegaba a la fase final de la prestigiosa competencia moscovita), Pablo Ferrández (Madrid, 1991) se había convertido en uno de los solistas nacionales más requeridos por auditorios, directores y orquestas de todo el mundo. La pandemia le ha impuesto un parón en sus actividades de concierto, tiempo aprovechado para la grabación de Reflections, su primer disco para la multinacional Sony Classical.

–¿Por qué ha decidido empezar con Rajmáninov?

–Era mi debut con Sony, un momento importante para mí, así que quise grabar algo que me gustase mucho y con lo que tuviera mucha relación. La Sonata de Rajmáninov es una de mis obras favoritas, y llevo muchos años tocándola. Tenía claro que el disco iría en torno a la Sonata. Estábamos pensando qué construir alrededor de ella, no era fácil. La idea primera era todo Rajmáninov o todo música rusa, pero yo quise meter también algo de música española, para mostrar mis dos grandes influencias, la de la música rusa, al estudiar con Natalia Shajovskaya en la Escuela Reina Sofía y la música española, porque soy español. A partir de esa idea, nos planteamos el programa y al final nos decidimos por Falla, Granados y Rajmáninov, contemporáneos, junto a Casals, gran maestro del violonchelo y uno de mis grandes ídolos. Me parece que queda muy bonito y muy orgánico. Es como ver una foto de esa época, pero vista desde Rusia y desde España.

–A Rajmáninov se lo relaciona sobre todo con el piano, instrumento del que fue un gran virtuoso. ¿Es esta Sonata idiomática para el cello?

–Sí, absolutamente, se toca con mucho placer. Seguramente el pianista no diga lo mismo: tiene mil notas, mientras yo tengo una línea melódica maravillosa, con frases muy largas. Me encanta tocar este tipo de obras. Desde que la toqué por primera vez, me dije, esto es un placer enorme, y luego me di la vuelta y vi al pobre pianista sudando… [risas]

–Me habla de su vinculación a lo ruso. ¿Siguen existiendo las escuelas? ¿Tienen vigencia?

–Hoy día está todo muy mezclado. Hay muchísima información, todo el mundo estudia con todo el mundo. La globalización afecta en todos los sentidos. Gente como mi profesora ya queda poca. Pero ellos sí que venían de una escuela muy definida, que era la rusa. Ahora está todo mucho más diluido. Y eso no es ni para bien ni para mal. Es normal, cambian las cosas con los tiempos.

Reflections - Ferrández y Kozhukhin Reflections - Ferrández y Kozhukhin

Reflections - Ferrández y Kozhukhin

–¿Cuando se fue a Alemania notó el cambio de escuela?

–Noté muchísimo cambio y eso que mi profesor, Frans Helmerson, también había estudiado, como Shajovskaya, con Rostropóvich. Pero era sueco y tenía una visión distinta de las cosas. Al principio fue difícil la adaptación, pero acabó siendo maravilloso, porque yo necesitaba ese cambio también. Tenía entonces 19 años. Había pasado siete años con Shajovskaya y pasé seis con Helmerson, y los dos profesores fueron extraordinarios. Fue estupendo estudiar con los dos, y en ese orden además.

–El Premio en el Concurso Chaikovski de 2015 supuso el impulso definitivo para su carrera. ¿Cómo vivió aquello?

–El Concurso fue definitivo. Fue un momento muy bonito. Nunca imaginé que podría llegar a la final. Los concursos de música son muy difíciles. No dependen sólo de ti, sino del jurado. Depende de cómo sea el jurado te puede ir muy bien o fatal. Me sentí muy honrado de poder llegar a la final, tocar y que a la gente le gustase mucho cómo toqué. El Concurso me dio mucha exposición. Fue cuando firmé con mi agente en Nueva York y a partir de ahí me empezaron a llamar muchas orquestas y directores. Ahí empezó un poco todo.

–Le cambió radicalmente la vida...

–Pues sí, porque hice la transición entre ser un estudiante y convertirme en un solista y empezar a vivir ya profesionalmente de eso. Pero como en la profesión todo se programa con tanta antelación tuve tiempo. No gano el miércoles y el jueves ya tengo 100 conciertos. El concurso acabó en junio… Al año siguiente ya tenía 40 conciertos, al siguiente 70, fue algo progresivo. Tienes como dos años para ir acostumbrándote. Ahora que por la pandemia prácticamente no viajo me pregunto cómo pude hacerlo el año antes, que tuve 80 conciertos, cogí más de 120 aviones, cada tres días estaba en una ciudad diferente. Pero lo cierto es que uno se acostumbra a eso, y cuando pasas cinco días en un mismo sitio, estás rarísimo, no sabes qué hacer. Uno se acostumbra a ese ritmo tan fuerte, y cuando vino el parón al principio lo noté muchísimo. Ya me he acostumbrado a pasar largas temporadas en casa, y tampoco se está mal.

–Lo acompaña el pianista Denis Kozhukhin. ¿De dónde viene su relación?

–Denis es un pianista increíble. Nos conocimos en la Reina Sofía de Madrid. Él habla español perfecto. Habíamos tocado la Sonata varias veces durante los dos o tres últimos años, y yo estaba maravillado de cómo la tocaba. Y él me dijo que todos los violonchelistas con quienes la había tocado le pedían grabarla y siempre les decía que no. No sé muy bien cuál era el motivo. Pero yo tenía miedo de que a mí me dijera lo mismo, pero después de tocarla muchas veces se lo propuse y me dijo que sí, que pensaba que teníamos el mismo concepto musical de la obra. Fue muy sencillo. Aprendí muchísimo en la grabación. Además era una forma más de fundir esa idea de lo ruso y lo español: él es ruso pero estudió en España, yo soy español, pero estudié en Rusia, por decirlo así; fue como una conexión más para el disco.

–Desde 2015 toca un Stradivarius, el Lord Aylesford, uno de los más antiguos conservados. ¿Cómo es su relación con este instrumento?

–Adoro este cello. Lo toco ya desde hace seis años. No tiene límites. Todos los colores y las cosas que puedas hacer el cello las tiene, pero tienes que encontrarlas, el instrumento no te ayuda nada. Cuando coges un buen instrumento moderno, el cello te perdona cosas, pequeños errores, pequeños ruidos por determinados contactos con la cuerda; siempre te va a dar un sonido bueno con relativamente poco esfuerzo. El Stradivarius en cambio al principio va a sonar mal. Empieza haciéndote la vida muy difícil, porque necesitas encontrar lo que el instrumento quiere y te está pidiendo. Pero cuando lo encuentras, es espectacular.

–Hay que domarlo...

–Exactamente, y hay muchos instrumentistas que no quieren hacer eso. Hay solistas que prefieren no tocar con un Stradivarius, porque no están dispuestos a hacer ese trato con el cello, no quieren que el instrumento influya en su manera de tocar. Yo pasé casi tres años hasta sentirme completamente cómodo, para hacer equipo con el instrumento, tener nuestro sonido, que es de los dos, por decirlo de alguna forma. Ahora estoy contentísimo con él.

–Déjeme que le diga que el sonido de la grabación es espectacular...

–Era una de mis prioridades. Quería encontrar el sonido que yo escucho en mis oídos. Estábamos grabando con ocho micrófonos, todos increíbles, pero cada uno suena un poquito diferente. Encontrar el sonido que luego darán los altavoces ajustado al que tú escuchas a diez centímetros del cello es difícil. Le pedí al ingeniero que me dejara sentarme en la mesa de mezclas para encontrar ese sonido.

–La pandemia lo cogió en medio de una gira muy importante con Anne-Sophie Mutter y Khatia Buniatishvili. ¿Qué pasó exactamente?

–Fue surrealista. Estaba en efecto en una gira de diez conciertos por toda Europa con Mutter, Buniatishvili y la London Philharmonic. Empezamos el concierto en Londres con normalidad, y después teníamos que coger un avión para Luxemburgo. Nada más acabar nos dijeron que se cancelaba ese concierto, que a ver si podíamos hacer Múnich y Viena, pero enseguida llegó otra llamada de teléfono para decirnos que no, que todo se cancelaba, que se cerraban los países y que cada cual se fuera para su casa. Así que pasé de estar cada tres días en una ciudad distinta a tener seis meses todo cancelado. Me fui a mi casa de Berlín. Me costó un poco adaptarme al hecho de no viajar. Pero traté de centrarme en la grabación del disco. Estuve estudiando varios meses la grabación.

Pablo Ferrández. Pablo Ferrández.

Pablo Ferrández. / Kristian Schuller

–Hábleme de su relación con Anne-Sophie Mutter...

–Ella es increíble. La admiro infinitamente. Se ha convertido en una mentora para mí. Cada vez que tengo alguna duda, algún problema lo hablo con ella. Tiene una sabiduría increíble, sus consejos son siempre geniales. La conocí hace cinco años. Le pedí una audición en Múnich y enseguida me invitó a tocar con ella en los Mutter Virtuosi. Hicimos un par de giras así y luego me invitó a tocar el Doble de Brahms, que hicimos en Madrid y el Reino Unido. Empezamos a trabajar juntos, a tener una relación cercana. Aprendo muchísimo con ella. Es la solista ideal. Se cuida. Tiene todo controlado, qué come, cuánto duerme, cuánto estudia, qué estudia, con quién toca… Pero además es muy cariñosa, muy generosa, a mí me ha ayudado mucho

–Se recuperan poco a poco los conciertos. ¿Qué repertorio está tocando ahora?

–Sobre todo en España, somos el único sitio de Europa en el que ha habido durante meses conciertos con público. Hago mucho el de Haydn en do, las Variaciones Rococó de Chaikosvki, el de Schumann, conciertos que necesitan orquestas más pequeñas...

–Su actividad se centra sobre todo en tocar con orquesta, ¿no?

–Sí, hubo una época en que hacía más recitales, pero ahora el 90 o el 95% de mi trabajo es tocar con orquesta.

–Eso exige tener un gran repertorio de conciertos. ¿Le falta alguno por incorporar?

–Estoy preparando el de Lutoslawski. También me falta el de Dutilleux, y alguna obra moderna más que me interesa, pero del resto tengo todos los que normalmente te piden.

–Su segundo disco para Sony será entonces con orquesta.

–Será con orquesta, y está ya decidido, pero no se lo puedo contar.

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