Escribir en el agua | Cartas de John Cage

John Cage frente al mundo

  • La editorial bonaerense Caja Negra edita una importante selección del legado epistolar de John Cage, uno de los nombres esenciales del arte moderno

John Cage en París en 1981

John Cage en París en 1981 / D. S.

Pocos aspectos de la existencia se escapaban de las sensibles antenas que John Cage (Los Ángeles, 1912 - Nueva York, 1992) tenía conectadas con el mundo. El orden y el control que siempre mantuvo de su correspondencia es una fuente más que fiable para comprobarlo.

Para muchos, John Cage no pasa de ser el extravagante tipo que escribió una obra con cuatro minutos y treinta tres segundos de silencio, pero en realidad el artista fue mucho más que eso. Se debe a Schoenberg, el más relevante de sus maestros, aquella idea de que "quizás no fuera compositor, pero sí un inventor genial". A Cage se adjudica, en efecto, la invención del piano preparado y otros artilugios de percusión, incluido el uso de plantas, pero desde su punto de vista la invención era mucho más poderosa: "He inventado la música", dijo una vez a un periodista. Más allá de la impresión de arrogancia que pueda dar esta frase a lo que apuntaba Cage era ciertamente a una visión radicalmente diferente de la música, en la que el sujeto creador pierde por completo su posición en la típica dialéctica artística, porque la obra se crea sola.

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Escribir en el agua - John Cage

Cage dejó una producción extensísima de música en la que el azar y la indeterminación, pero también los ruidos cotidianos y electrónicos, juegan un papel básico. En el escenario rompedor de las vanguardias mundiales de la segunda posguerra, Cage no estuvo sólo, pero fue un agitador de primerísimo orden. Además era de natural grafómano, y por eso junto a su música, nos quedan sus libros y sus procedimientos para usar textos ajenos mediante el empleo también del azar, con otra invención a mitad de camino entre la música, la poesía fonética y la performance: la del mesóstico. Más aún: Cage dejó obra gráfica, fue un experto en setas y acreditado jugador de ajedrez.

De todo ello dejó buena muestra en su abundante correspondencia, que puede analizarse como un auténtico paseo por la historia cultural del mundo. La editorial argentina Caja Negra ha vertido al español una selección de las carta de Cage que hizo Laura Kuhn en 2016 para su publicación en Wesleyan University Press.

Gerardo Jorge ha prologado y anotado la edición española, que se ha dividido en cinco periodos: 1930-49, 1950-61; 1962-71; 1972-82, 1983-92. Jorge destaca también cinco puntos sobre los que gravita la atención de Cage: “el problema América-Europa”, las relaciones entre Oriente y Occidente, la invención y la técnica, las relaciones entre arte y política, la amplia discusión cultural. A todo esto, que está bien diagnosticado, habría que añadir las relaciones personales del músico: sus padres; Xenia Andreyevna Kashevaroff, escultora surrealista que sería su esposa entre 1935 y 1945; por supuesto Merce Cunningham, el bailarín que sería su pareja sentimental desde principios de los 40 y hasta el fin de sus días; David Tudor, el pianista del que sin duda llegó a enamorarse; y otros muchos amigos y conocidos. Por estas cartas pasan sus pasiones, sus obsesiones y algunos desencuentros. En muchos casos, el interés artístico se une al personal: así Cunningham y Tudor fueron colaboradores habituales. Pero además Cage mostró un aprecio enorme por dos artistas singulares y esenciales del siglo con los que tuvo una estrecha amistad: Marcel Duchamp y Bucky Fuller. Compleja fue su relación con Pierre Boulez, pues tras un primer periodo de mutua admiración (que en el caso de Cage llegó casi a la idolatría), la relación se enfría y desde la segunda mitad de los 50 el francés casi desaparece de su correspondencia y de sus referencias. Pero están desde luego otros grandes músicos del siglo, de los cercanos Morton Feldman, Earl Brown y Christian Wolff a Lou Harrison, Luigi Nono, Luciano Berio, Henry Cowell, Murray Schaffer, Alvin Lucier e incluso Leonard Bernstein, y no faltan otras grandes personalidades de la cultura y la sociedad del tiempo, como Marshall MacLuhan, Joseph Beuys o la mismísima Yoko Ono, a la que atribuye su cambio de dieta y la mejora de su salud.

Las cartas pueden leerse también en la busca de las ideas estéticas de Cage conectadas directamente con su producción artística, pues abundan las referencias sobre muchas de sus obras antes, durante y después de sus puestas en escena. Siendo tan abrumador el volumen de nombres, datos e ideas sólo algo se echa en falta en este volumen de edición muy agradable y manejable para el lector: un aparato de índices (onomástico, temático, de obras del protagonista), herramienta documental que elevaría la presente edición de la categoría del aporte valioso a la del auténtico acontecimiento en la divulgación de una figura esencial del arte contemporáneo.

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