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Frágil contundencia

  • El tercer disco en solitario de José Luis Montón, grabado en directo y sin otro instrumento que la guitarra, es una obra íntima con grandes composiciones.

Solo guitarra. José Luis Montón. Producido por Manfred Eicher. ECM Records.

La guitarra está sola. No hay pretexto argumental, ni descriptivo. Casi no hay pretexto estético, desbrozada la melodía de los arreglos tópicos de radiofórmula que inundan hoy los discos de guitarra: ningún estribillo, ningún bajo eléctrico, ninguna percusión, ninguna voz. Sólo la emoción, la destreza técnica, la inteligencia compositiva. Los títulos, descriptivos, casi paisajísticos, quedan desmentidos por lo esquemático y abstracto de las melodías, pese a que Montón es uno de los tocaores más melódicos del panorama flamenco actual. Tampoco la adscripción a determinado estilo flamenco aporta mucha información, que no sea la del compás flamenco utilizado, ya que la visión de la guitarra de Montón está bastante alejada del clasicismo académico estricto. El fuerte de este guitarrista catalán es la melodía y sus piezas brillan más en los arpegios y los trémolos, como evidencia la pieza, sobria y solemne, por farrucas, que abre la entrega. Un toque pulcro, etéreo, aunque no liviano.

Enraizado en la emoción. Toque de serenidad, contenido en lo que se refiere a la explosión sentimental, pero intrincado de profundo intimismo. De manera que no resulta contradictorio que la segunda de las piezas del disco sea otra farruca. En este caso menos rítmica, más recogida aún, camerística y privada, estilizada hasta la trasparencia y algo más arrojada en lo que se refiere a indagación armónica. Frágil contundencia. Absoluto dominio técnico, que permite a la música fluir sin obstáculo. El virtuosismo aquí tiene que ver con la trasparencia, es decir, está alejado del exhibicionismo o de autocomplacencia alguna. La bulería surge con toda naturalidad, alejada de tópicos sociales: ni Jerez ni Lebrija ni Utrera sino una mera clave rítmica, estricta eso sí, para que la guitarra se crezca y se adorne con algún golpe en la caja, convirtiéndose, sólo por una milésima de segundo, en un instrumento percusivo.

En este claro transcurrir surge sin estridencia alguna el Aria de la Suite en Re de Bach, que se detiene, contempla el paisaje flamenco, y sigue con su tranquilo caminar como si nada. La opción de Montón es siempre el intimismo, la sensibilidad a flor de piel, el individuo, el músico, como espejo de una multitud, la humanidad toda. Montón no dice, ni quiere decir, lo que otros le han dicho. No es que se posicione de forma confrontativa con la tradición. El pasado jondo está asumido. Pero expuesto, enfrentado, a las realidades y a las respiraciones de hoy. La guitarra, el flamenco, se hace cada día más individualista, como la sociedad. Las identidades colectivas se difuminan para contener, el individuo, a la humanidad toda. Desde la melancolía, la contemplación del pasado, de lo pasado. Un turbión de pasado es la música de Montón que en cada pieza nos remite a lo que ocurrió, no a la tradición colectiva sino a la memoria individual que, sobre el pentagrama, se convierte en la memoria de todo hombre y de cada hombre. El arpegio es su lugar natural, que hace del tango una fórmula casi irreconocible, una vaga referencia a un ritmo binario: ni el Perchel, ni Santa María, ni Triana. Montón. El guitarrista es impresionista, etéreo. Casi nunca metálico, cibernético. Escasamente momificador.

La taranta se aleja de la mina para abrirse al espacio abierto, a las largas llanuras de la meseta. Eso sí, vistas desde la altura, desde el mullido asiento de un avión que sobrevuela un poco más tarde el océano. En la taranta escuchamos la respiración de Montón justo antes de hacer un guiño a Montoya para dibujar una línea estilística que en seguida se difumina, una vez más, hacia lo de adentro. A ello contribuye la ausencia de palmas, de jaleos, de ciertos tópicos jondos de los que Montón ha decido prescindir para adentrarse en un universo nuevo conforme lo va creando. Del modalismo y el tono mayor tradicional de la pieza al intimismo en menor. Sin complejos, sin miedos. Nos reconocemos afablemente en el rasgueo, casi nostálgico, de las alegrías.

Da igual el pretexto estilísico, este disco es una larga suite en trece partes que evocan un mismo estado del ánimo. Sin duda el mejor disco de Montón y una de la obras del año. Su calidad compositiva está por encima del concreto evento que constituye la salida al convulso mercado actual de un nuevo disco de flamenco.

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