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Flamenco

Enrique el Cojo de viva voz

  • Ortiz Nuevo revisa las memorias del bailaor, maestro fundamental de la Escuela Sevillana.

Enrique el Cojo con una de sus alumnas, la duquesa de Alba.

Enrique el Cojo con una de sus alumnas, la duquesa de Alba.

Hay dos elementos recurrentes en De las danzas y andanzas de Enrique el Cojo: la supervivencia y la risa. La preocupación económica, propia del que nació en una casa humilde. Y la necesidad de reírse, de pasarlo bien. Enrique el Cojo nació en Cáceres en 1912 y con 3 años su familia se instaló en un patio de vecinos del entorno de la Alameda, un barrio que jamás abandonaría. Cuenta el bailaor sus inicios en las academias de Pericet y Frasquillo a escondidas de sus padres, que no querían que se dedicara al baile. De hecho, trabajó como asistente de un fotógrafo hasta que obtuvo un premio en un concurso que convocó un local de la Alameda, Zapico, patrocinado por Fernando el de Triana y en el que tuvieron que darle el premio por aclamación popular. De ahí a su debut en el Kursaal, junto a la Macarrona, La Malena, La Pompi y La Gamba. Y su trabajo en las fiestas privadas, la feria, el Rocío, etcétera. Enrique el Cojo es un flamenco singular, como todos. No sólo por su físico. Manifiesta su fobia a la juerga, de ahí su dedicación mayoritaria a la enseñanza. No obstante, esta dedicación tuvo unos orígenes bastante casuales, ya que fue fruto de la demanda del público, mayoritariamente de clase alta, de Sevilla. Primero en la casa de sus padres y luego en sus propios locales, siempre en el entorno de la Alameda, por sus clases pasaron aristócratas de Sevilla y España además de artistas como Gracia de Triana, Luisa Ortega, Juanita Reina, Marisol, Cristina Hoyos, Yoko Komatsubara y un largo etcétera. También los extranjeros o, por mejor decir, extranjeras: italianas, norteamericanas, francesas, venezolanas, etc. Reconoce Enrique el Cojo el dudoso honor de ser el primer maestro en abusar económicamente de sus alumnos foráneos. En honor a la verdad hay que decir que también abusó, siempre que se lo permitieron, de los nativos. Muchas de estas extranjeras lo llevaron a sus tierras recorriendo así Europa y América. También de la mano de Manuela Vargas para cuya compañía trabajó en los principales escenarios del mundo.

Y en los locales sevillanos de la época: el hotel Cristina, el Guajiro, la Trocha, los Gallos. Hasta Japón llegó El Cojo con su arte. También trabajó en El Corral de la Morería de Madrid y obtuvo, entre otros reconocimientos, la Medalla al Mérito Turístico y la Medalla de Oro de las Bellas Artes.

El libro posee interés como testimonio flamenco, pero también como obra literaria

Enrique el Cojo fue el nombre artístico de Enrique Jiménez Mendoza, que falleció al año siguiente de la primera edición de este libro, en 1985. En esta segunda edición encontramos un prólogo a cargo de Cristina Hoyos que, como decimos, fue alumna de El Cojo, un nuevo prólogo de su autor y un amplio apéndice en el que Ángeles Cruzado da cuenta del reflejo que en la prensa de la época tuvieron el arte y los viajes del bailaor.

Se trata de un libro desternillante, con mucho interés como testimonio flamenco pero también como obra literaria. Enrique el Cojo era un hombre con un verbo hilarante y Ortiz Nuevo ha conseguido, como en los casos de otros libros suyos de memorias jondas, atrapar la vitalidad y el ritmo de la narración oral original. Además, el bailaor no sólo era divertido contando sino que en su existencia toda era francamente ingenioso. Lo sería aunque sólo fueran ciertas la mitad de las anécdotas que nos cuenta en esta obra. Enrique el Cojo de viva voz. Ésa es, una vez más, la enorme virtud narrativa de esa obra. Basta un ejemplo de este carácter excepcional: Enrique el Cojo recuerda el comienzo de la guerra por el olor. Al estallar el conflicto los milicianos asaltaron una perfumería y el olor de los frascos derramados inundó todo el barrio. Hay lirismo, como ven, hay humor y drama en una única y conmovedora imagen. También Enrique el Cojo nos habla de sus amores. En el libro late lo cotidiano con gran belleza. Enrique el Cojo fue un maestro en el arte flamenco, tanto femenino como masculino. Un verdadero predecesor de muchas de las corrientes jondas que hoy se presentan como vanguardia.

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