Cuarteto Cosmos | Crítica

El mundo en sus manos

El Cuarteto Cosmos durante su actuación en el Patio de los Arrayanes

El Cuarteto Cosmos durante su actuación en el Patio de los Arrayanes / Festival de Granada / Fermín Rodríguez

Desde que el Cuarteto Casals irrumpiera hace justo un cuarto de siglo, la formación del cuarteto de cuerda, tan fundamental en la tradición clásica y tan ajena desde hacía mucho tiempo a la realidad de los intérpretes españoles, empezó a normalizarse en nuestro país. De repente, ya no se veía como algo extraño, como algo que había que importar de Centroeuropa o de los países anglosajones, y las iniciativas se multiplicaron. Sin duda pasó también que la mejora de la educación en los conservatorios y el desarrollo de algunos centros de formación superiores (la Esmuc de Barcelona, muy singularmente) empezaron a dar frutos, y al Casals le han seguido el Quiroga, el Gerhard o el Cosmos como conjuntos implantados ya no sólo en toda España sino con trascendencia fuera de nuestras fronteras.

Creado en 2014, el Cosmos Quartet se presentó en el Festival de Granada dejando sensación de algo verdaderamente importante, de conjunto ya firmemente asentado, pero con un potencial aún enorme de crecimiento. Si ya en el propio nombre que han escogido, estos cuatro jóvenes parecen alentar la ambición cosmopolita, en sus prestaciones la confirman y parecen preparados para cualquier empeño. La relevancia de la forma cuartetística en la tradición occidental y la competencia extrema que hoy se mueve en su torno, exige a quienes quieran dedicarse a ella un trabajo casi monacal de años, de retiro y disciplina para concentrarse en la creación de un sonido propio. El Cosmos parece haber llevado esto hasta sus límites, pues incluso tocan con instrumentos fabricados ex profeso para sonar en conjunto por un mismo lutier, David Bagué.

Bastaron los primeros compases del Cuarteto de Debussy para darse cuenta del enorme trabajo por el empaste y la homogeneidad de sonido que hay detrás del grupo: la igualdad en los movimientos de arco, en los ataques, en la presión sobre las cuerdas, en la articulación de cada frase impulsaron una sonoridad cálida y envolvente que en el entorno de los Arrayanes y con una música como la del compositor francés se hizo verdaderamente mágica. Compuesto en 1893, el único cuarteto que a la postre escribiera Debussy resulta una obra de transición entre el mundo de Cesar Franck (la aparición de un motivo cíclico que se mueve por toda la obra como si fuera el personaje de una novela hace la referencia inevitable) y la ruptura modernista que al año siguiente iba a suponer el Preludio a la siesta de un fauno.

En la obra hay ya por supuesto intuiciones de ese mundo algo vaporoso e iridiscente del Debussy más tardío, que se materializa especialmente en el Andantino, en el que la sordina juega un papel relevante, un movimiento que Debussy dejó repleto de indicaciones dinámicas, en las que el Cosmos explotó hasta el límite sus virtudes: es casi imposible imaginar un trabajo más concienzudo y detallista en las progresiones entre el mezzopiano y el pianissimo para lograr una atmósfera absolutamente cautivadora. Pero en realidad en toda la obra el cuarteto barcelonés dejó impronta de grandeza: los rubatos del primer movimiento, el ostinato del segundo, con esos pasajes ornamentados para el primer violín que Helena Satué integró de forma magistral en la gran línea del cuarteto o ese final que casi se hace romántico de tan triunfal. Una interpretación irreprochable de principio a fin.

Tras una pausa inesperada, ocasionada por un problema de salud (en apariencia, leve) de una espectadora, el Cosmos continuó su recital con el Cuarteto nº3 de Mauricio Sotelo, compositor residente este año del Festival, una obra que representa a la perfección el ideario del músico: bebe de lo jondo, lo que se transparenta en su carácter rítmico, en las raíces del material melódico o en el uso (breve) de técnicas extendidas para simular el rasgueo de guitarras, pero se sustenta en un trabajo sutilísimo de texturas y en una estructura sólida articulada en un solo movimiento repleto de contrastes que se alarga hasta casi el cuarto de hora de duración. Minucioso trabajo del Cosmos en la dosificación de pesos e intensidades, que recorren el cuarteto con sus cambios texturales, en las dinámicas y en los acentos, mucho más afilados que en la obra de Debussy.

Cabría pensar en una cierta continuidad con el Cuarteto de Ravel, al menos porque también en el Scherzo los pizzicati parecen insinuar la presencia de las guitarras flamencas, pero en realidad son obras muy diferentes. A pesar de que a menudo se destacan sus coincidencias (como la presencia de un motivo cíclico o ciertas reminiscencias entre los dos Scherzos), la de Ravel también es obra muy distante de la de Debussy, más física, por decirlo de alguna manera, menos ambiental, más anclada en las formas de la tradición (la forma sonata como alfa y omega de la composición) y en la búsqueda de los diálogos más variados posibles entre los cuatro instrumentos. Explotó tanto las posibilidades del género que parece normal que Ravel no fuera capaz de escribir otro cuarteto en su vida. Y aquí emergió otro Cosmos: frente a la igualdad del sonido, a la homogeneidad absoluta del grupo en la obra de Debussy, ahora una mayor independencia entre las voces, respondiendo a ese mundo más dialéctico de la obra raveliana, con sus preguntas y respuestas, sus contrastes a menudo bruscos y sus discontinuidades. El sonido del grupo siguió siendo de extraordinaria belleza y la cohesión estuvo desde luego asegurada, pero las voces parecieron individualizarse, ganar en personalidad, sin que ello afectara a un concepto unitario (todos se mostraron perfectamente dotados en lo técnico) de la expresión. Acaso quepa afinar aún más en esa integración de las grandes líneas con los detalles, del empaste global con la marca particular de cada uno de los instrumentistas, pero al fin y al cabo el Cosmos es un proyecto aún de corta trayectoria. Todo llegará.

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