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Xavier Torres Cuenca. Pianista

"Con Bach sólo hay que dejar que la música tome la atmósfera"

  • El músico registra para el sello granadino IBS Classical las 'Variaciones Goldberg' de Johann Sebastian Bach, obra casi inédita entre los intérpretes españoles.

BACH: VARIACIONES GOLDBERG. Xavier Torres Cuenca, piano. IBS Classical.

Empezó sus estudios musicales con 11 años, algo tardíamente para lo que suele ser habitual, pero sus profesores detectaron pronto sus excepcionales aptitudes para el piano, el instrumento que se habría de convertir en su pasión y en la base de su profesión. Xavier Torres (Alberic, 1982) estudió luego en el Conservatorio Superior de Castellón con Brenno Ambrosini y amplió su formación en Polonia. No había grabado ningún disco en estudio hasta este proyecto con las Variaciones Goldberg, que empezó de forma anecdótica: "Me rompí una pierna haciendo senderismo y tuve que estar unos meses sin apenas moverme. Un amigo pianista me dijo que así tendría tiempo para estudiarme las Goldberg. Le hice caso. Me puse a leer y cuando llegué a la mitad, me dije que tenía que acabarlo. Las hice por primera vez en concierto en el Festival de Música de Bach de Elche, y luego hubo muchos amigos que me las escucharon y dijeron que tenía que grabarlas".

-¿Era Bach ya un compositor cercano para usted?

-No. No era de mis compositores preferidos. Y no por dos razones al menos. Primero porque creo que su música requiere una madurez intelectual que yo tardé en alcanzar. Segundo, porque cuando tienes entre 16 y 25 años no tienes más remedio que hacer concursos, y eso te limita mucho estudiar Bach, que no es fácil de meter en un concurso. Y es una pena, porque cuando logras esa madurez aprecias mucho esta música más elaborada, más intelectual.

-¿Y qué le ha aportado Bach a su forma de entender la música?

-Siento que en Bach no hay, por así decirlo, "exageraciones del ánimo". Su música me parece siempre serena, reflexiva y madura, incluso en los pasajes de mayor dramatismo programático, como en ciertos momentos de las Pasiones. Cuando toco a Bach, y esto me ocurre también con Schubert, a quien adoro, no tengo la sensación de que el compositor pretenda agarrar al oyente de las solapas y darle un revolcón de sentimientos, de carga emocional. Esto, que es algo que pasa especialmente con Chopin, Schumann y Liszt, aleja a la música de la pura emoción sonora, y también intelectual, y convierte la composición en un medio para expresar pasiones y no en un fin en sí mismo. Con los románticos a veces uno tiene la sensación de que tiene que provocar un orgasmo o una emoción desatada en el oyente, y ahí influyen factores externos a la música propiamente dicha, como por ejemplo la teatralidad del intérprete o hasta los rimbombantes títulos de ciertas composiciones. Con Bach, simplemente dejo que la música se adueñe de la atmósfera... Es un compositor que no necesita nada más para conectar con el público. El propio hecho interpretativo de centrarse en la polifonía, el contrapunto o la articulación, requiere ya un esfuerzo intelectual y musical agotador en sí mismo. Pero al mismo tiempo, es un esfuerzo tremendamente placentero y sereno. Y el público, de algún modo, lo capta, y lo disfruta muchísimo.

-¿Cuáles son los principales escollos interpretativos de las Goldberg?

-Yo diría que hay tres aspectos fundamentales. Primero, la dificultad técnica derivada del hecho de que la obra está escrita para un instrumento de dos teclados. Si ya para dos teclados es difícil, al hacerlo en uno es aún más difícil, las manos se entrelazan continuamente, como peleando entre ellas. Nunca es cómodo. Segundo, la memoria: no se trata de una simple melodía con un acompañamiento. Son líneas independientes y tienes que aprenderte todas las notas, todas las voces.

-Es que ustedes los pianistas se obsesionan con tocar de memoria...

-Sí, es verdad. Pero si no toco de memoria, no lo puedo hacer igual. Si miro la partitura no sé qué hacen mis manos. Necesito abstraerme de la partitura. Es cosa de los pianistas, sí.

-Y tercero...

-La resistencia durante el concierto, mantener la concentración en una obra tan extensa.

-A usted le dura casi 80 minutos: hace todas las repeticiones, incluso las del aria de apertura...

-Lo hago así porque creo que da más posibilidades a la hora de jugar con la interpretación. Pero además me parece que el público necesita escucharlo todo dos veces, porque es una obra que ofrece mucha información en muy poco tiempo. De todos modos también hay veces que las toco sin repeticiones.

-¿Esa libertad de jugar con la interpretación tiene que ver con el aspecto ornamental? Hay muchos detalles de ornamentación en su versión.

-Para mí la ornamentación tiene que ver con el estudio de lo que hacían los clavecinistas antiguos, por supuesto, pero también y sobre todo con la intuición. En los tratados de la época no aparecen unas reglas básicas para ornamentar, sino que se limitan a recoger lo que los intérpretes hacían por intuición. Es decir, primero estaba la interpretación y luego el tratado, y no al revés. Creo que no tenemos que perder esa libertad. Yo voy un poco por libre. Sin hacer cosas alejadas de la tradición por otro lado, pero no me planteo seguir un tratado antiguo como si fuera una guía rigurosa que hay que seguir a la fuerza.

-¿Reconoce influencias en su forma de abordar la obra?

-Son inevitables. Quisiera o no, es una obra que he escuchado tantas veces que hay detalles que se te quedan. Está por supuesto Glenn Gould, aunque la suya no sea mi versión favorita. En cambio, hay dos pianistas que me gustan mucho, y eso que no tienen nada que ver con lo que yo hago y que son muy distintos entre sí; me refiero a András Schiff y Grigori Sokolov, que combinan una extraordinaria personalidad con un gran respeto por la tradición. Y escuchar a algunos grandes clavecinistas, gente como Gustav Leonhardt o Pierre Hantaï, te da también una perspectiva muy interesante para incorporar a tus propias ideas.

-Apenas hay pianistas españoles que hayan grabado las Goldberg. Sólo recuerdo un registro de Isidro Barrio en los años 90. ¿Demasiado respeto?

-No lo sé. Es curioso, siendo una obra tan importante y famosa. En cualquier caso, para mí es un honor ser de los pocos que lo ha hecho.

-¿Cómo llegó al sello granadino IBS Classical?

-Tuve varias opciones, pero me gustó mucho la estética del sello. Sus diseños me parecen muy atractivos. Y eso acabó por decidirme. Desde el primer momento, el proyecto les encantó, y yo he quedado muy satisfecho con el resultado. Grabamos en el Palau de la Música de Valencia durante un fin de semana; fue agotador, pero muy didáctico.

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