La colmena

Magdalena Trillo

mtrillo@grupojoly.com

Operación sálvese quien pueda

Cuando es la supervivencia lo que está en juego, poco importan los pactos de antitransfuguismo y las acusaciones de traición Lo que está ocurriendo en Ciudadanos, lo que pasará en la Plaza del Carmen, no tiene nada que ver con la épica: ¿serían capaces de adivinar quién saldrá vivo?

Fran Hervías y Luis Salvador, en una imagen en 2019 cuando tenían buena relación.

Fran Hervías y Luis Salvador, en una imagen en 2019 cuando tenían buena relación.

Hay tres tipos de personas: las de arriba, las de abajo y las que caen". Con esta (no tan obvia) reflexión empieza el guion de una de las películas más salvajes y provocadoras que he visto en años: El Hoyo. Es una cárcel en un futuro distópico. O no tanto. La película con que debuta Galder Gaztelu-Urrutia propone un viaje macabro y de angustia por la crueldad humana.

El joven cineasta bilbaíno renueva el tópico de la lucha de clases con la frialdad de unos inhóspitos cubículos y unas paredes desnudas de hormigón: "¿Eres de los que piensan demasiado cuando están arriba? ¿O de los que no tienen agallas cuando están abajo? Porque, si lo descubres demasiado tarde, no saldrás vivo".

La historia empieza en el nivel 48 del pozo existencial. Goreng parece comunista, llega con un Quijote bajo el brazo dispuesto a desmontar la injusticia y encontrar una salida; su compañero de planta Trimagasi, en el papel de pragmático superviviente, se aferra a un cuchillo samurái. Solo se permite una pertenencia en esta particular isla sin más tentaciones que la subsistencia. Biológica y mental. El azar entra en juego y, como en la vida misma, cada mes te despiertas en un nivel distinto del hoyo. Es en esa tensión de ascensos y caídas donde se pone a prueba tu fortaleza y tu propia responsabilidad. Porque no todas las decisiones son derivadas de los demás; no todo podemos justificarlo criminalizando al sistema.

No se preocupen que no les voy a desvelar nada más de la película. No terminé de verla. Tuve suficiente con las primeras escenas de canibalismo… Quise compensar yéndome a la cama con la última novela de Javier Cercas pero no funcionó: pesadillas y ansiedad. La película me ha dejado tocada. El viernes, además de la festividad de San José, era el Día Mundial del Sueño. Doy fe de todos los estudios con que nos han bombardeado con la excusa de la efeméride.

Un informe encargado por el Club Malasmadres revela que la mitad de las mujeres sufren estrés y ansiedad por la crisis del Covid y que siete de cada diez "se sienten tristes, apáticas o desmotivadas". El 50% de las encuestadas en otro estudio sobre salud mental reconocen que han empeorado en el último año, un 40% advierten que han sufrido insomnio durante estos meses y otro 17% reconocen que sus problemas mentales se han traducido en pérdidas de cabello o erupciones en la piel. Siete de cada diez niños y adolescentes han sufrido episodios de ansiedad por el confinamiento y tres de cada diez españoles, constata también la Sociedad de Neurología, se despiertan sintiendo que no han tenido un sueño reparador o terminan el día extremadamente cansados.

El Hoyo se filmó antes de la pandemia pero es premonitorio respecto a la angustia, el estrés y el bloqueo en que nos está sumiendo la crisis del Covid… A todos. No es una cuestión de género ni de edad; hay estudios al gusto del consumidor...

El terremoto político de las últimas semanas -de la moción de censura fallida en Murcia a las elecciones anticipadas en Madrid y el órdago en Castilla y León- ha sido un balón de oxígeno para desintoxicarnos del coronavirus pero demasiado frugal. Casi un espejismo. Ahí está la cuarta ola azotando ya a media Europa y llamando a nuestras puertas. En Andalucía no habrá movilidad provincial en Semana Santa pero sí bares abiertos hasta las 22:30 y toque de queda hasta las 23:00.

No queríamos repetir el 'salvemos la Navidad' que disparó las cifras de la pandemia en enero pero la vacunación va demasiado lenta y la desesperación demasiado rápida. Que irrumpa con tanta fuerza la primavera no es bueno para los alérgicos, tampoco para las nuevas variantes del virus -que se están expandiendo mucho más contagiosas- y mucho menos para cumplir con disciplina aquello de 'quédate en casa' cuando en la calle acaricia el sol y ya huele a incienso y azahar.

Hay quienes huyen de la ficción pensando que nos distrae de lo que realmente importa en la vida. Yo estoy convencida, sin embargo, de que son justo los quiebros inesperados de la vida los que nos arrojan a las distopías como forma más certera de comprensión. Vuelvan a la frase inicial del artículo: "Hay tres tipos de personas: las de arriba, las de abajo y las que caen".

Olvídense de la película. Pregúntense qué están haciendo, por ejemplo, en Ciudadanos si no es bailar entre las plataformas del pozo intentado esquivar el abismo y, en esas circunstancias, qué poco importan los pactos antitransfuguismo y las acusaciones de traición. Quedémonos en la Plaza del Carmen: adivinemos quién saldría vivo del Hoyo... ¿Que no es ético ni moral? La supervivencia, desde lo más insignificante hasta lo más crucial, tiene poco de épica. Y los sobresaltos de la política no son más que un reflejo de nosotros mismos.

Voy a darle la vuelta al guion. La crisis política de los últimos días tal vez sea lo mejor que nos ha pasado en España en mucho tiempo: que se den portazos y nos recuerden que hay vida más allá del postureo y del argumentario del partido de turno. Aunque corramos el riesgo de parecernos a una serie de Netflix, como lamentaba Mónica García, cuando le espetó a Pablo Iglesias que ya está bien de "testosterona". Sólo imaginar a ciertos personajes en una planta de El Hoyo bien vale una película. Luis Salvador y Sebastián Pérez; Susana Díaz y María Jesús Montero; Fran Hervías y García Egea; Elías Bendodo y... ¡Pongan sus protagonistas!

Voy a tener que terminar de ver la paranoia de El Hoyo; aunque me cueste otra noche de insomnio. Me puede la curiosidad por saber quién se mantiene arriba, quién termina hundido en el pozo, quién cae... y a qué precio. El Covid nos ha cambiado el contexto del juego pero no la esencia: sálvese quien pueda; no hay más.

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