Pasarela

De rosa y de historia

  • Es un personaje de las revistas del corazón que tiene su sitio en los libros de Historia · Tiene muchos títulos pero ha dado aún más titulares a la prensa desde que naciera en el idus de marzo de 1926, hace 85 años

Hay muchas biografías sobre ella, vidas como la suya ninguna. Cayetana Fitz-James Stuart es tan políglota como sus apellidos, aunque de los cinco idiomas que domina se queda con el habla de Sevilla que según Manuel Alvar es el que propició la implantación del español por América. Tiene títulos, dicen que casi medio centenar, pero ha dado muchos más titulares. Su hijo Jacobo, el más bibliófilo, el creador de la editorial Siruela, el que trajo a Borges a Sevilla en 1985, creó la revista El Paseante. Su madre pasea con garbo por ese filo de la curiosidad que separa la prensa rosa de los libros de Historia. Se merecía un Stendhal y se topó con un ejército de Patiños y Mariñas.

A Cayetana de Alba le encantan los toros y el sur de Francia, como a Eugenia de Montijo, esa granadina que enamoró a Francia y cuyo carisma cruzó el océano para asombrar al mismísimo Lincoln. Como Antonio Machado, hijo de este palacio de Dueñas, esta coleccionista de síquieros también conoció los rigores del exilio. Estaba predestinada cuando su padrino de bautizo fue el rey Alfonso XIII, el monarca que tuvo que dejar España cuando se proclama la II República. Le duele a Cayetana la lealtad de tan ilustre padrino, que se fue "para evitar un baño de sangre", lo que suena a ingenuo propósito con lo que vino después. Cayetana acaba de cumplir cinco años cuando llega la República y tiene diez cuando comienza la guerra civil, la que echará de Sevilla y de España al poeta de Dueñas. El Madrid que retrata Muñoz Molina en su última novela (La noche de los tiempos) es el que abandona la familia de la duquesa.

El ducado de Alba se remonta a 1472. Veinte años antes del descubrimiento de América. Cayetana descubre el mundo todos los días. La noche que nació, idus de marzo de 1926, estaban cenando en el palacio de Liria Ortega y Gasset y Gregorio Marañón. Un año después, los poetas del 27, veinteañeros en el sentido más literal de la palabra, se reunían en Sevilla convocados por Ignacio Sánchez Mejías para homenajear a Góngora. Nunca le gustó la palabra intelectual, que prefería dejar para su segundo marido, Jesús Aguirre Ortiz de Zárate, el cura que había conocido a Adorno en Francfort y que causaba el arrobo de quienes oían sus homilías en la Ciudad Universitaria. Se conocieron y tras dos meses de noviazgo se casaron. El novio era director general de Música de la UCD, partido que lideró la transición y ya forma parte del jurásico de la política.

Cayetana es rebelde y transgresora. No lo entendieron así los jornaleros que quisieron boicotearla en febrero de 2006 cuando la Junta de Andalucía la nombró hija predilecta. En las Atarazanas, de donde antaño salían los barcos para Indias, contó con un inestimable aliado: el gaditano Carlos Edmundo de Ory, fundador del postismo, un poeta exquisito, pregonero del Carnaval de Cádiz de 1983, otro andaluz que como Machado murió en tierra francesa. El poeta, arropado por amigos como Luis Eduardo Aute o Andrés Sorel, ácratas con currículum, validó el certificado de nobleza de esta mujer culta, divertida, atrevida, contenida, continente, dilecta y predilecta.

Ha tenido muchas vidas, enviudó dos veces y remontó muchos vuelos, incluido el toro astifino de una operación que dejó sin aliento y con el corazón encogido a esa España procaz y verdulera que necesita de iconos de usar y tirar. También a ese toro le sobrevivió. Un toro de los aguafuertes de Goya, el pintor que retrató a su antepasada en un verano de Sanlúcar. Cayetana no se pierde una goyesca, esas corridas de Ronda que recuperó su consuegro Antonio Ordóñez. A unos minutos de su tercera boda, separada 63 años y medio de la primera, esta mujer no cree en el prefijo ex, latinismo que se convirtió en logotipo de un país de pasiones eternas y amores fugaces, milenario y efímero, atávico y chaquetero. Cayetana no se separó de Francisco Rivera Ordóñez. Se separan los esposos, pero esta suegra es de acero y tiene en el hijo de Paquirri a uno de sus incondicionales. Tampoco se separó de Genoveva Casanova, ex esposa de su hijo Cayetano, la mexicana que la hizo doblemente abuela y un día decidió que su sangre azteca debía unirse con los incas de Vargas Llosa.

Quisieron convertirla en duquesa Rosa como contrapunto ideológico de la duquesa Roja que convirtió Sanlúcar de Barrameda en un Versalles del Sur. Dos nobles retratadas por el mismo pincel de la alemana Uta Geub, hermanadas en el color de la marisma frente al falso binomio de esa confrontación alentada por los griteríos televisivos. Como la rosa púrpura de El Cairo, Cayetana se salió del papel cuché y se hizo de carne y hueso, o sea, bética y currista. Un doble manque pierda, una buena armadura para contrarrestar tanto fatalismo. La terrateniente tiene su trozo de cielo, que visualiza cada vez que ve al Cristo de los Gitanos pasar por la puerta del palacio de Dueñas, devota de Frascuelo y de María, machadiana, tal vez más de Manuel que de Antonio, que era la preferencia de Borges.

Futurista con pasado, Cayetana siempre rompió clichés. De su tiempo, de su clase, de su familia, más moderna que sus hijos. Una revolucionaria con clase que como ese soldado de Balzac (Los chuanes) que llevaba París en el bolsillo siempre tiene Sevilla al alcance de su mano. Manuel del Valle, alcalde con avenida, nombró a Jesús Aguirre comisario del pabellón de Sevilla en la Exposición Universal de 1992, vulgo la Expo, aunque el académico de la Lengua no era amigo de los apócopes, esos amigos de los indolentes que guillotinan el idioma. Fue Cayetana la que pensó que ese cargo facilitaría la integración de su marido en una ciudad que siempre le resultó indescifrable. El único cántabro que no se hizo foramontano o jándalo, como llaman a los santanderinos que bajaron a Sevilla y Cádiz para ganarse la vida. Una legión de trashumantes de norte a sur, que cantaba Silvio, entre los que figuraban no pocos políticos: Felipe González, Alejandro Rojas-Marcos o Teófila Martínez. Si a Felipe lo tiene en un pedestal, Cayetana nunca le perdonó a Rojas-Marcos las continuas trabas que siendo alcalde le puso al duque.

La última vez que salió una novia de Dueñas fue en 1997. María Eugenia Martínez de Irujo se iba a casar en la Esperanza de Triana con Francisco Rivera Ordóñez, porque el abuelo del novio, Antonio Ordóñez, había sido hermano mayor en la capilla de los Marineros. Los paparazzi habían alquilado balcones en las calles Pureza y Pelay Correa y al final la boda se celebró en la Catedral. La única hija de la duquesa salió del Palacio no sin antes hacerse una foto de familia. Posiblemente, la única vez que posaron juntos Jesús Aguirre y Kiko Rivera, Paquirrín en las televisiones, las islas de los tiburones y los títulos de crédito del último Torrente.

Un siglo más tarde, los paparazzi hacen guardia en la puerta de Dueñas, junto a la placa que recuerda que allí nació el autor de Campos de Castilla. Cayetana preside el Patronato de Santa Teresa de Jesús y fue en Alba de Tormes donde conoció a Juan Pablo II. El cardenal polaco nombrado Papa el mismo año 1978 que Cayetana se casó con Aguirre. Igual que la mística, la duquesa quedó embrujada por el hechizo de la ciudad. "En Sevilla con no pecar basta", dicen que dijo la santa de Ávila. Cayetana le tiene mucha gratitud a las monjas (hay tres conventos en su entorno, incluido el de las hermanas de la Cruz), pero se lleva mejor con el calor que Teresa de Cepeda. La madrileña del 26 aprendió a bailar sevillanas con el mejor maestro, Enrique el Cojo, que tenía su academia muy cerca de Dueñas, en la calle Espíritu Santo. Hoy las bailará en la intimidad, quizás con Curro Romero. Dos amigos del alma unidos por el cincel del escultor Sebastián Santos, que los inmortalizó en sendas estatuas, el torero junto a la Maestranza, la duquesa en los Jardines Cristina, a dos pasos del palacio donde nació Vicente Aleixandre, el poeta del 27 que medio siglo después consiguió el Nobel.

La realidad y el deseo. La novia ha fundido los dos mundos de Cernuda, otro poeta de esa generación, otro sevillano del exilio, que nació en la calle Acetres, donde está el restaurante El Caserío que le gusta frecuentar de incógnito a esta novia entre Alfonsos.

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