Pasarela

Este Justin también enamora

  • El carisma y la personalidad del primer ministro canadiense lo convierten en uno de los políticos más seguidos

  • Además es cercano, deportista y romántico

Hasta ahora el único Justin canadiense que enamoraba a medio mundo era Justin Bieber. Pero el cantante tiene un tocayo que está dando casi más que hablar que él, que ya es decir. Y lo bueno es que este Justin no se ha convertido en noticia por sus excesos, ni por sus salidas de tono, sino justo por lo contrario. Se trata de Justin Trudeau, el primer ministro canadiense y posiblemente uno de los políticos mejor valorados de la actualidad. Por cómo se ha comportado Trudeau en su primer año de mandato, está llamado a ser el 'sucesor' del buen rollo de Obama ahora que éste está a punto de salir de la Casa Blanca.

Los canadienses ven en este joven atractivo y sonriente, en este padre de familia ejemplar y en este esposo complaciente a su particular John John Kennedy o su príncipe Guillermo. No en vano lo han visto crecer junto a su padre, Pierre Truseau, uno de los políticos que más hondo han calado en varias generaciones de canadienses. Cuando Justin tenía sólo cuatro meses, Richard Nixon elevó su copa en una visita oficial a Canadá y brindó por él refiriéndose al pequeño como "el futuro primer ministro de los canadienses". Pero aquel presagio quedaba entonces demasiado lejos.

El pequeño Truseau, el mayor de tres hermanos, veía la política como una de las razones que había dinamitado la relación entre su padre y su madre (la siempre polémica Margaret Trudeau), sin prestar atención al trastorno bipolar que sufría ésta. Por eso, aunque en sus primeros años conoció a fondo los entresijos de la política acompañando a su padre en más de 50 viajes oficiales y correteando por el despacho del primer ministro, el joven Justin se mostró más interesado por otras disciplinas que por el arte de gobernar. Este niño bien, que llegó a hacer sus pinitos interpretativos en una miniserie de la CBC y triunfaba como monitor de esquí, se licenció primero en Bellas Artes y con posterioridad terminó sus estudios de Magisterio, ejerciendo como profesor durante casi dos décadas en un centro privado de Vancouver. Pero la vida de Justin dio un giro de 180 grados el día que su padre murió. El discurso que aquel joven ofreció para alabar a su progenitor sirvió para que los demás vieran en él al sucesor del primer ministro más querido. No obstante, tuvieron que pasar ocho años hasta que Justin decidió dar el paso. Y lo hizo desde abajo, con una circunscripción por Montreal. Sus intereses políticos fueron avanzando a medida que los conservadores se afianzaban en el poder, hasta que en 2013 Justin se convirtió en la imagen del partido liberal. A pesar de su pobre carrera política, Justin fue capaz de convencer a los canadienses de que sería el mejor para continuar la senda que inició su padre.

Pero Justin no sólo enamora por su carisma político - no ha dudado a la hora de elevar la voz en defensa de las mujeres maltratadas, la igualdad de género o los derechos de los transgéneros- sino también y sobre todo por su cercanía y complicidad con sus seres queridos, ya sea su esposa, Sophie Gregoire (a la que considera su "mayor socia" en su actual proyecto y a la que no duda a la hora de mostrar su afecto en público) o cualquiera de sus tres hijos: Xavier, de nueve años; Ella Grace, de 7 y Hadien, de 3. En las redes encuentra sus mayores apoyos, sobre todo se ha ganado la confianza de los milennials, pero también cierto grado de sorna cuando los comentarios se dirigen a la exposición mediática de su familia, a los que muchos llaman 'Trudashian' en referencia al reality de las Kardashian.

A sus 44 años, su cercanía, su carácter abierto y su capacidad para ponerse en el lugar del otro (esta misma semana no ha podido reprimir las lágrimas al ver una entrevista a un refugiado sirio) le han hecho ganar enteros en la política mundial. Y si encima Vogue lo incluye en su lista de las "Diez alternativas no convencionales a los hombres vivos más sexys del planeta", su atractivo no hace más que seguir creciendo.

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