Crítica 'Recoletos (arriba y abajo)'

El mundo que fue y el que es

Recoletos (arriba y abajo). Director: Pablo Llorca. País: España. Año: 2012. Duración: 75 mins. Intérpretes: Jaime Pujol, Zay Nuba, Cesáreo Estébanez, Beatriz Pecker.

La importancia de una película como Recoletos (arriba y abajo) es inversamente proporcional a la austeridad de su cartel, a su breve duración, a su reparto de segunda o a su aspecto amateur (la película está rodada en vídeo digital) y aparentemente poco trabajado, nada nuevo por otra parte en el último Pablo Llorca, sobre todo desde que abandonara drásticamente los modos de producción tradicionales que alumbraron sus primeros filmes (Venecias, Jardines colgantes), hoy títulos de culto, para enrocarse en una auténtica independencia autofinanciada y de principios estéticos insobornables que sigue dando sus frutos (La cicatriz, El mundo que fue y el que es) lejos de toda visibilidad.

Recoletos es una película importante porque se atreve a hablar de lo que no habla ya nadie en el cine español, a saber, se atreve a hablar de España, del aquí y ahora, pero también del franquismo y su herencia oculta (o no tanto), de la Transición, de las castas y las clases dirigentes, de las traiciones de la izquierda a su ideario progresista después de llegar al poder. Y todo ello desde la más elocuente y sobria sencillez, a través de un preciso cuento moral sobre el fracaso de la alta burguesía y sus juegos de poder (que incluyen, como no, un cierto aire de superioridad) encarnado en un empresario de mediana edad cuya estabilidad de adúltero consentido y profesional de éxito será zarandeada por la aparición en su vida familiar de un siniestro personaje del pasado.

Llorca hace de la limitación virtud asumiendo un esencialismo bressoniano en la puesta en escena que evita engorrosos planos de conjunto con un repertorio de encuadres con el aire justo para hacer respirar al drama. De igual forma, su narración clásica funciona como un engrasado mecanismo de relojería, tan precisa en lo estrictamente visual (muerte del suegro) como efectiva en su montaje o en sus escenas dialogadas, a mitad de camino entre el costumbrismo y la desafección.

Un filme importante, en fin, porque desafía la inteligencia y la memoria de su espectador más allá de toda estética, de toda moda cinéfila o todo discurso sobre la Historia. Lenguaje cinematográfico depurado funcionando a su máximo potencial con unos elementos mínimos. Extraterritorial e insumiso, político y radical en el sentido más literal, Pablo Llorca ha hecho la mejor película española del año y tal vez sólo tengan esta oportunidad de verla.

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