Festival de Cine de Sevilla | Joao Nicolau

"No me interesa un cine que sólo retrate lo que vivimos, necesito que sea también lúdico"

  • El director portugués presenta en la Sección Oficial del SEFF 'Technoboss', una divertida historia de amor llena de viajes en coche y canciones que ofrece también, a su modo, una reflexión sobre nuestra forma de vida

Joao Nicolau, retratado este jueves en el Paseo Marqués del Contadero.

Joao Nicolau, retratado este jueves en el Paseo Marqués del Contadero. / Juan Carlos Vázquez

Un hombre en coche, de un lado para otro, sin parar, siempre arriba y abajo. Lleva años divorciado, vive con un gato, discute de mentira con sus compañeros por divertirse, de noche se queda mirando por la ventana de su pisito. Está a punto de jubilarse en una empresa de instalación de cámaras de seguridad. Y un día, en un hotel al que va por trabajo –por qué, si no–, se encuentra con una amante de 30 años atrás. El portugués Joao Nicolau (Lisboa, 1975) compone con estos materiales –modestos, como casi todas las vidas– una historia luminosa, ligera y llena de energía que no es exactamente una road movie, ni tampoco un musical, aunque se parece a veces a las dos cosas. Technoboss, que así se llama esta sensacional y divertida película, se ha presentado este jueves en la Sección Oficial del festival, donde –encuentre premio o no en el palmarés– sentó cátedra sobre cómo hacer cine con una libertad radiante.

–Odia usted los coches, como ha reconocido alguna vez, y sin embargo coge a este hombre, lo mete en uno y lo lanza a la carretera. ¿Por qué quiso rodar una película en estas situaciones?

–Lo que me interesó verdaderamente de la película era observar a un personaje cuando está solo, sin interacción social alguna. Ese personaje es muy listo, rápido, muy tranquilo y siempre tiene la palabra adecuada; un vendedor, ¿no? Yo quería ver el lado más íntimo de alguien así, pero como por pudor no lo iba a filmar en la ducha me interesó el coche como una cápsula de intimidad, un lugar que es privado y público al mismo tiempo. Me gusta ese abandono al que nos entregamos cuando hacemos un viaje largo en coche. Esa fue la premisa, el primer ladrillo de la película, luego ya le asignamos esa profesión para que hiciera kilómetros.

–Es impresionante cómo Miguel Lobo Antunes, que no es actor profesional, y que de hecho debuta con esta película en el cine, lleva todo el peso de la película...

–En mis anteriores largos los protagonistas eran también actores no profesionales, aunque siempre los rodeo de profesionales. Me gusta mucho el contraste, la energía que se crea entre ellos. Sin embargo, con Technoboss, a medida que trabajaba en el proyecto, se me iba haciendo cada vez mas evidente que debía hacerlo un profesional porque había muchas demandas técnicas, tenía que cantar, sostener tomas muy largas… Hice un cásting muy grande entre actores y cantantes, pero había algo que yo no me acababa de creer. Ninguna me enamoraba lo suficiente para saltar a lo oscuro con ellos, que es lo que para mí supone hacer una película. Estaba rumiando esto cuando una noche vi a Miguel en una fiesta, sabía quién era porque es padre de un amigo mío, pero sólo nos habíamos cruzado una vez y ni nos acordábamos ya, y además es una persona conocida, es el programador de un importante centro cultural de Lisboa. Lo vi bailando, hablando con la gente... y se me quedó esa imagen suya. Cuando lo invité a comer y hablamos, se reía, me decía que estaba loco, pero ahora sé que tuve una suerte muy grande al hacer caso a esa intuición porque trajo inmediatamente cosas al personaje que yo no había visto. Vino con una curiosidad enorme, con mucha capacidad de trabajo y sobre todo con una actitud muy libre. Y moldeó toda la película. Luego yo me centré en un trabajo de observación para capturar esas clase de gestos que son tan conscientes.

El director con Miguel Lobo Antunes, actor debutante que ofrece un auténtico 'tour de force'. El director con Miguel Lobo Antunes, actor debutante que ofrece un auténtico 'tour de force'.

El director con Miguel Lobo Antunes, actor debutante que ofrece un auténtico 'tour de force'. / Juan Carlos Vázquez

–Hacer una película es saltar a lo oscuro, dice. ¿Cuánto pesa en su manera de sentir y hacer el cine la irrupción de lo imprevisto?

–Las películas se pueden hacer de mil maneras diferentes, pero a mí me gusta mucho ensayar en una sala vacía, como si fuera teatro, esos momentos me dan mucho placer porque no hay limitaciones de tiempo ni de espacio, podemos fallar y tener malas ideas. Luego en el rodaje todo eso es difícil. Aunque paradójicamente el hecho de trabajar mucho previamente nos permite improvisar con más seguridad, adaptarnos a las cosas que sólo acontecen en el rodaje, porque aunque sea la cosa más controlada del mundo, el momento en que la cámara está rodando es siempre único, distinto. A medida que uno va haciendo películas voy aprende un poco lo que puede dejar entrar de fuera y lo que tiene que garantizar al final del día de rodaje, porque dirigir implica una sucesión de toma de decisiones que puede llegar a ser agotadora. En esta película hubo un equilibro, Miguel se preparó tan bien que me garantizó a mí la posibilidad de cambiar cosas. El salto a lo oscuro, para mí, es en concreto poder decidir en el mismo momento, eso es casi lo único cosa que yo no trabajo antes porque es un poquito de placer que me guardo para mí mismo en el rodaje. 

–¿Qué le interesaba de ese juego tan personal con los códigos de un género como el musical?

–Una cosa muy importante en el reto que me puse de hacer una película con 12 canciones originales era acercar la música a la narrativa, que la película no se suspendiera cuando hay un momento musical sino que avanzase con las canciones y que éstas, al mismo tiempo, aportaran un enfoque nuevo sobre el personaje. Después, claro, hay todo un juego con la memoria del musical clásico. Dado que la relación del espectador con el cine no es la de hace 60 o 70 años, quería preguntarme de qué manera hoy puede seguir siendo verdad una canción. Si una canción puede ser más verdad, desde el punto de vista de la construcción de un un personaje, que por ejemplo acariciar un gato. No me interesaba aislar la música ni darle un valor excepcional frente a otras cosas que suceden en la película, ese era el experimento. 

Una imagen de la película. Una imagen de la película.

Una imagen de la película. / D. S.

–Esta historia de amor tardío…

–[Interrumpe] Bueno, no sé si es tardía. Lo dices tú y lo podría decir yo, porque no estamos ahí. Pero para mí es una historia de amor cuando sucede. Claro que el personaje no es inconsciente y sabe que tiene más de 60 años, no veintitantos, pero está viviendo el presente, igual que un adolescente, igual que todos. Yo no quería hacer una película sobre la vejez, de la misma forma que la anterior, John From, no era una película sobre la adolescencia aunque los personajes estuviesen en esa fase vital. Technoboss acaba de estrenarse en Portugal y con las entrevistas estoy reparando en que es raro que en el cine, cuando hay un personaje mayor, el tema sea el amor, no su edad. Eso ocurre, supongo, porque el cine es aún muy conservador.

–Cuando el cine aborda el amor en la vejez suele haber una mirada solemne, más quirúrgica y trágica, todas esas cosas que se dicen de la escuela Haneke, por ejemplo...

–Sí, o de conmiseración, pero a mí eso no me interesa. Ya no aplicado sólo a la vejez, es que esa no es mi mirada. No me interesa explorar el sufrimiento, aunque no tengo problemas en integrarlo en mis películas, pero desde luego la vejez no tiene por qué equivaler a sufrimiento. Ahora bien, me parece interesante cómo un cuerpo ya cuenta una historia, y eso es lo interesante de contar con un actor como Miguel. Aunque no lo pensemos racionalmente, siempre nos intriga un poco de dónde viene este tipo, qué le ha pasado, cómo ha sido su vida... El cine es un arte que nos permite ver esa clase de cosas, sentirlas más que hablarlas o analizarlas. 

Miguel Lobo Antunes en la escena del baile del 'Aserejé' de Las Ketchup. Miguel Lobo Antunes en la escena del baile del 'Aserejé' de Las Ketchup.

Miguel Lobo Antunes en la escena del baile del 'Aserejé' de Las Ketchup. / D. S.

–Lo que le iba a decir antes es que el amor llega, por fin, cuando el protagonista para. Porque cae malo, pero cuando para. También hay otro momento muy hermoso: cuando el personaje canta en el peaje de la autopista, porque antes trabajaba allí una chica y ahora hay una máquina. ¿Tiene esta película la voluntad de plantear una crítica o proponer una reflexión sobre el absurdo de nuestro modo de vida?

–Más bien lo segundo. Al menos idealmente, las películas deberían invitarnos a reflexionar, pero no es necesario, creo yo, que eso sea el centro de la película. A mí no me interesa un cine que sólo retrate lo que vivimos, o que sólo nos haga reconocer nuestros propios sentimientos en la película para poder decir "ah, así es, en efecto". A mí ese cine no me llega. Claro que algo de eso hay, claro, pero yo intento también que eso ocurra de una manera lúdica, que es algo que me interesa en el cine de manera particular. La película, para mí, es también una reflexión sobre lo que nos estamos haciendo a nosotros mismos y sobre las disculpas que intentamos encontrar. Con respecto a la escena del peaje, muchas veces ante la tecnología decimos "es que es así", y nos encogemos de hombros. Pero la tecnología la ha hecho el hombre. Y la controlan algunos hombres. Y se corre el peligro, con tanto ingenio y con tanta proliferación de tecnología, de que dimitamos de nosotros mismos. La película invita a pensar en estas cosas pero invita también a pensar, creo yo, por ejemplo, que la soledad, el hecho de estar solo, no es necesariamente una cosa mala.

–Ha dicho que su protagonista es más un hombre que resiste que un hombre que se adapta. ¿Esa postura sería la tuya también?

–Como supongo que me preguntas eso en relación con mi trabajo, diré que me parece una señal de inteligencia saber cuándo resistir y cuándo adaptarse. No soy fundamentalista en mi trabajo ni en mi vida, no creo que las posturas rígidas puedan hacer mi vida mejor. Ahora bien, sí que creo que hay límites que no podemos pasar, pero esto, claro, depende de los marcos morales de cada uno. En este aspecto sí me vería quizás más del lado de la resistencia. Pero son cosas más éticas, políticas, que de otro ámbito.

Desmadre 'punk' en el Hotel Almadrava: otra imagen de la película. Desmadre 'punk' en el Hotel Almadrava: otra imagen de la película.

Desmadre 'punk' en el Hotel Almadrava: otra imagen de la película. / D. S.

Cahiers du Cinéma publicó una selecta lista de las películas más esperadas de 2019 y entre ellas estaba Technoboss. El cine portugués ha dado mucho que hablar en los últimos años, hay toda una generación de directores más o menos de su edad que ha encontrado mucho eco en festivales, sin ir más lejos, como el de Sevilla. ¿Perciben ustedes ese renovado interés hacia lo que se hace en Portugal?

–Sí, y lo noté mucho ya con John From que fue muy bien recibida en todos los festivales en los que se presentó. Estamos hablando de un cine, digamos, independiente, por supuesto. Porque, en contra de lo que suele pensarse, el cine mainstream está diseñado para una realidad tan local que es raro que salga de sus fronteras. Creo, volviendo al principio, que ese interés tiene que ver mucho también con el dinamismo de una nueva generación de programadores quizás más atentos a lo que pasa en el presente. 

–Durante muchos años, el cine portugués se asoció casi exclusivamente al nombre de Manoel de Oliveira, al menos entre el público no particularmente cinéfilo. ¿Qué relación tiene con sus mayores? ¿Siente que de algún modo esta generación a la que usted pertenece está reescribiendo el canon del cine portugués?

–Esa generación de Oliveira y después la llamada generación del cinema novo de Fernando Lopes o Joao César Monteiro, con el que yo quizás me identifico más, lo que nos ha dicho a nosotros, creo yo, es que hay que filmar con libertad. Tenemos un sistema de financiación, que intentaremos proteger, que no está tan condicionado por el mercado, por lo que nos permite ser muy libres a la hora de filmar. Y eso es un privilegio pero también una responsabilidad grande. Hay muchas voces distintas, estéticamente las búsquedas son siempre diferentes, pero diría que lo común a todos es esa libertad cinematográfica que debemos a las generaciones anteriores.

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