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Eduardo Casanova. Director de cine

"Nadie, por fuerte que sea, se libra de caer en la dependencia emocional"

  • El cineasta presenta en el Festival de Sevilla 'La piedad', un filme de terror sobre la intensidad de los lazos familiares en el que reflexiona sobre la "dictadura" de las relaciones

Eduardo Casanova, el viernes en el Teatro Lope de Vega.

Eduardo Casanova, el viernes en el Teatro Lope de Vega. / Lolo Vasco

Eduardo Casanova (Madrid, 1991) ha confirmado con La piedad, su segundo largometraje como director, esa mirada singular y poco amiga de las convenciones que ya exhibía en su anterior filme, Pieles, en el que mostraba la sensibilidad  de un esteta y la fiereza de un boxeador dispuesto a noquear, donde convivían la extraña belleza  de lo que no responde a los cánones y la violencia de los sentimientos extremos. El creador se atreve ahora con una pirueta tan inesperada como estimulante, y traza un paralelismo entre la dependencia en la que viven una madre y un hijo (unos entregados Ángela Molina y Manel Llunell) y la falta de libertad del régimen de Corea del Norte.  Tras ganar el Premio del Jurado en Karlovy Vary, y visitar también Bucheon, en Corea del Sur, y Sitges, Casanova compartió con el público del Festival de Sevilla su nuevo trabajo, producido por Álex de la Iglesia y Carolina Bang y el andaluz Antonio Pérez.

–Su película viene a decir que la relación de una madre y un hijo puede ser una dictadura.

–Todas las relaciones pueden ser una dictadura, de una manera u otra, no sólo la que se da entre una madre y un hijo, también se generan lazos tóxicos con la pareja, con algún amigo... Creo que nadie, por fuerte que sea, se libra de caer en la dependencia emocional. Todos podemos reconocernos un poco en lo que cuento, aunque yo lleve el vínculo entre los protagonistas al extremo. El cine que yo hago puede pasarse de vueltas y fastidiarlo todo, y a veces se pasa de vueltas, efectivamente, y lo fastidia todo. Pero es algo positivo cuando estás hablando del exceso, del paroxismo de las emociones. Me parece que hay mucha magia en la incorrección, en la formal, en la política, a la hora de hacer las cosas. Aunque sea una incorrección muy pensada, que lo es.

–Hay otra lectura en La piedad: que nos aterra estar solos, nos duele lo insignificantes que somos para los demás.

–Sí. A mí siempre me ha dado pánico estar solo, aunque sea una persona más bien solitaria, no tengo una pandilla muy grande como puede tener otra gente. Y supongo que ese miedo a la soledad se debe a que siempre he estado muy protegido por mi madre. La película acaba mostrando la angustia que te puede provocar el no tener a nadie a tu lado.

–Es revelador que el personaje de Ángela Molina se llame Libertad, que es una palabra muy devaluada últimamente.

–Ha llegado a ser extraña, ¿no?, esa palabra, porque hoy no sabríamos decir qué es la libertad exactamente, quién es libre. Mi trabajo  utiliza elementos poéticos, simbólicos, para contar cosas, aunque también recurra a la ironía. Cuando hablábamos antes de los excesos de mi trabajo, ahí entra eso, este guiño explícito, un poco infantiloide, de que una mujer que coarta se llame precisamente Libertad.    

"Hay algo mágico en la incorrección, ya sea formal o política; magia en el exceso, en las cosas imperfectas"

–Resulta interesante cómo se complementan la veteranía de Ángela Molina y la frescura de Manel Llunell.

–Yo estoy impresionado con que alguien como Manel, que está empezando en el cine, aguante una lucha, entre comillas lo de lucha, de plano contra plano con Ángela Molina, no es nada fácil eso. Era complicado interpretar este guión para los dos actores, pero para mí sin embargo fue increíblemente llevadero el dirigirlos. Los dos entraron de una manera muy loca, pusieron sus sentimientos a merced de lo que la historia necesitaba, con una entrega muy valiente, total, casi temeraria. En el rodaje me preocupaba que sufrieran daños, y de hecho los han sufrido. La escena del parto, una de las más comentadas de la película, y yo buscaba que fuera una secuencia impactante, requería un esfuerzo físico por parte de Ángela y por parte de Manel, y además la rodamos en invierno y con mucho frío. La escena de ese hijo saliendo de la vagina de su madre nos removió a todos, y no es que nos sintiéramos culpables, pero sí nos preguntábamos si estábamos traspasando algún límite. Creo que el espectador se revuelve al ver esa situación porque nosotros también sentimos esa sacudida al rodarla. Lo han dado todo, y en el caso de Manel, que es joven, es lógico que se lance a la piscina, lo asombroso es que una mujer de la trayectoria de Ángela se arroje con más energía. No le tiene miedo a nada. A mí me maravilla lo que ha hecho y no puedo estarle más agradecido.

–Define La piedad como una película de terror, aunque no responda a las convenciones del género.

–Yo siempre quiero hacer una película de terror, pero es que luego me sale una mariconada... [ríe] Yo soy un amante del género, pero las películas que me gustan son aquellas que trascienden esa idea de tener que dar un susto, que no se quedan en eso, las que cuentan una historia. Hay que tener esa ambición, para que el cine de terror deje de ser considerado como algo de rango inferior.

–Han comparado su filmografía con la de John Waters, y en esta película podrían detectarse ecos de Douglas Sirk, pero usted asegura que plantea sus proyectos sin referencias en la cabeza.

–Sí. Mira que quiero a John Waters, personalmente, y admiro su trabajo, pero estoy un poco hasta el coño ya de John Waters. No de que lo mencionen, sino de esa estela, digamos, que ha dejado... Lo amo, pero nuestro cine no tiene nada que ver. Yo no soy quién para decirlo, eso es el público o la prensa quienes deben valorarlo, pero me parece que en este trabajo me hago preguntas que me inquietan, he volcado muchos sentimientos propios, y yo diría por todo eso que se trata de un universo muy personal, muy mío. Y aquí hago dos precisiones: una, que el exponerte así en una obra no garantiza que ésta sea buena, no tiene por qué, y que por muy personal que sea tu mundo los creadores acabamos haciendo concesiones de algún tipo, por mantener tu privacidad o por convicciones políticas. Pero entiendo que me comparen con Waters, a ambos nos gusta la mierda.    

"Me interesa el terror que no se limita a dar un susto, que va más allá y que te cuenta una historia"

–Hablando de mierda, su cine combina un exquisito cuidado formal con los fluidos, el vómito, la sangre, el meado... Ese contraste le da fuerza.

–Ay, por un momento pensé que iba a preguntar: Hablando de mierda, su cine es un mojón. ¡Habría sido maravilloso! [ríe]. Cuando yo estaba escribiendo pensaba en sangre, en semen, en pis, y he de decir a quien esté leyendo la entrevista que todos esos fluidos los tenemos dentro de nuestro cuerpo. Y creo que en la película hablan, metafóricamente, de todo lo que está dentro de nosotros y de los personajes.

–En el Teatro Lope de Vega, el pasado viernes, dijo que le pareció muy curioso mostrar su película en Corea del Sur, pero que le imponía más presentarla en Sevilla.

–Sí, es que mi vida está muy vinculada a esta tierra. Mi padre es de Cazalla de la Sierra, mis mejores amigos son de Sevilla. Antonio Abeledo [su representante]  es como mi hermano, y tampoco entendería mi mundo sin Paco y María [León] y sin Carmina [Barrios]. Nací en Madrid, pero Sevilla es mi segunda casa. Y cuando presentas a tu hijo en un sitio así lo haces con ilusión, pero también con miedo. Porque en tu casa te conocen, y te hablan con la verdad, y te pueden decir que te ha salido un hijo feo...

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