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Cultura

Redención en el cuadrilátero

  • '3 minutos', un documental que se estrenará en el inminente SEFF, narra la historia del Bigotes, un sevillano que lleva décadas enderezando en sus clases de boxeo a jóvenes perdidos y enfadados.

La película 3 minutos -lo que dura un asalto- tiene uno de esos subtítulos de dignidad fatalista y regusto noir que lo dice todo sobre la historia que se va a contar -Si luchas no hay derrota- y se proyectará además en la sección Resistencias, nombre que no disgustará a Antonio Fernández, alias El Bigotes. El relato de su vida -"porque esto es mi vida, no algo de lo que me vaya a jubilar"- como entrenador de boxeo y tutor espiritual de jóvenes tentados por la delincuencia y las drogas es lo que propone, en su primera incursión en el cine documental, Álvaro Torrellas, nacido en Santander en 1979 y residente en Sevilla.

"Se apuntó a hacer boxeo y empezó a oír hablar del Bigotes, el Bigotes, el Bigotes... Y me quiso conocer. Vino, hablamos y me propuso hacer la película. Yo vi que el chaval era bueno, y me equivoco poco, y pensé que merecía la pena", cuenta este sevillano de 66 años, bigote de mariscal prusiano y dedos amarilleados por los cigarrillos que creció en la Puerta Osario, y que nos recibe para hablar de la película en el gimnasio que acaba de abrir en Hytasa (lleva otros dos en Rochelambert y el Tiro de Línea). "Refleja el interior del boxeo y sobre todo su gente, sus problemas, y cómo los solucionan", dice con orgullo y repentina vocación de perro viejo de la promoción: "Comprenderás que spoilers de esos no te voy a dar...".

Tres casos, los del Kaka, El Mesías y El Torero, tres entre el millar de jóvenes que calcula él que han pasado por sus manos y por el aro de su código ético durante los últimos casi 30 años, constituyen los ejes del guión de 3 minutos, firmado por Torrellas. Historias de fracaso escolar, de violencia doméstica, de delincuencia callejera y degradación urbana, de bolsas sociales de exclusión donde se cuecen a fuego lento pero seguro toda clase de rabias y frustraciones. Pero también de segundas oportunidades y de personas dignas y valientes, como sabe sin duda cualquier aficionado al cine, que tantas veces ha retratado estos lugares como refugios cuando todos los demás han fallado. "Yo sé lo que es pasar muy malas rachas. Por eso nada más llegar un chaval, en la forma de mirar, en la forma de hablar o de moverse, se le ve rapidísimo al tío. Le hago una radiografía en el acto. Si tiene algo que temer, si desconfía, si es un solitario... lo que sea, yo lo veo todo cuando he terminado de gastarle la primera broma. Y otra cosa: el que es violento lo es por complejo de inferioridad. Pero como aquí todos somos amigos, si entran, la violencia se les va acabando. Yo lo único que exijo es respeto. Y si alguno no lo tiene, o se va él solito o le doy unas vacaciones de diez años", dice El Bigotes, que por cierto, de todas las películas que han explorado este universo, se queda con la de Clint Eastwood, Million Dollar Baby: "Me gusta mucho... aunque tiene el tema de cómo la chavala se accidenta con la banqueta, cuando todo el mundo sabe que hasta que uno no llega a la esquina la banqueta no se saca, así lo diga el ministro de Hacienda. Pero es bonita, hay que comprender que es una película".

Al boxeo, al club que tenía entonces el Betis, llegó con "12 ó 13 años". "Mi padre fue boxeador amateur, más bien cortito, la verdad. Entré porque mi madre me prohibía pelearme, pero llegó un momento en que me pegaba todo el barrio y estaba ya adobado. A los cuatro o cinco meses le puse las cosas muy claritas al matón del barrio, y ya no he vuelto a pelear más". Con los puños, se entiende: "Después de terminar el servicio militar conocí a mi mujer y nos acabamos yendo a Alemania. Quería dinero para un piso, porque teníamos ya un hijo y vivíamos en un dormitorio con humedad en la pared. Estuve tres años y pico en una fábrica en un pueblo al lado de Hannover. Entré con una pala y salí con un babi, siendo el maestro, porque era un buen fundidor y en la hora del bocadillo le fui demostrando al oficial que sabía hacer las cosas. Pasé de 4 marcos por hora a ganar 14, para vivir bien y hasta muy bien, pero era ver la Giralda en la televisión y tener las lágrimas saltadas. Y con 28 años ya estaba aquí otra vez".

Las cosas, más o menos, funcionaron hasta 1992, cuando su empresa se declaró en suspensión de pagos, "y puerta". "Tuve una depresión pero me la quité yo solito, sin una pastilla. Me iba a darle de comer a los pájaros, me llevaba un bollo al parque María Luisa y ya está: a pensar todo el rato. Luego, tal como había ido, me volvía a mi casa. Así cerca de dos años". Cuando se deshizo de tanta sombra en la cabeza, dice, supo con certeza que quería ayudar a los "chavalillos con problemas, porque los comprendía". "¿Cómo no va a darte satisfacción ver cómo le cambia la vida a la gente? Tíos que entran ladrando y que salen siendo hombres de verdad, niñas que no eran capaces ni de mirarte a la cara del complejo que tenían y ahora son lo más bonito que se pasea por Sevilla. Por eso me irrita que llamen violencia al boxeo. Vamos a ver: se pegan dos hombres en igualdad de condiciones, con unas reglas, con un árbitro, con jueces, con un médico. Mueren más futbolistas que boxeadores. Y alguien habrá muerto hasta jugando al ajedrez. Violencia son los programas del corazón, y de los bancos mejor no hablar, o el telediario: cuando no hay dos bombas hay una estafa y cuando no hay una estafa, una guerra, que dan ganas de ver sólo los anuncios. En el boxeo hay lo que hay: los golpes bajos, las puñaladas y arruinarle la vida a una familia está prohibido. Yo tengo aquí a ingenieros del Airbus, tengo arquitectos, abogados y hasta un subinspector de Policía. Y también tengo... mangantes, sí, pero es que llegaron antes y hace mucho que son buenas personas. Estoy muy orgulloso de lo que hacemos aquí".

Ahora, fuera del gimnasio, se ha aficionado a los billetes antiguos y a conducir el 1500 que localizó y compró, "nuevecito", hace diez años en Valladolid. "Era el coche que cuando yo era niño nada más que lo tenía un torero, un futbolista o un artista. Mi tiempo fuera del gimnasio es para eso y para mi familia. Y de vez en cuando una vueltecita por Sevilla, pero solo, siempre solo. Qué me gusta esta ciudad, me gusta tanto que es donde me quiero morir".

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