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Paul Vecchiali, el cine en diagonal

  • El versátil cineasta y productor francés visita el SEFF, donde se programa una selección de su obra.

Con, en teoría, no demasiado que ver, se podría comprender a Vecchiali acercándolo a Godard: la pasión por el cine (la crítica, la producción, la escritura, la dirección, la interpretación), el trabajo con los géneros, la necesidad de la política, el problema de lo real y la imagen. Como él, Vecchiali ha estado en todos lados y en ninguno: se dijo que tenía la cabeza en la Nouvelle Vague (a su órbita corresponden sus primeras películas; de entre ellas las magistrales Les roses de la vie y Les ruses du diable) y el corazón en el cine francés de los años treinta, un cine popular, de actores y récit; es decir, un hombre entre tensiones, dentro y fuera al mismo tiempo. Esto sin embargo no lo habría convertido en alguien exclusivo: baste pensar en Jacques Demy, auténtica alma gemela -la misma valentía, parecida fidelidad-; baste pensar en Robert Bresson, quizás la gran influencia tapada: todo cuadra si, como es menester, se atiende al lado grave de Vecchiali tanto como al lado bromista de Bresson.

Sea como fuere, Vecchiali había aclarado su postura llamando a su productora Diagonale, y haciéndola responsable de un cine en huida, demasiado atrevido para ser pensado como una tercera vía entre el de autor y el comercial. No ha habido nada parecido en Francia, pues la Nouvelle Vague fue una agrupación mucho más artificial que la que llegaron a formar Vecchiali, Biette, Simsolo, Davila, Delahaye, Frot-Coutaz, Treilhou o Guiguet… y que aún resuena en hijos putativos como Léon, Bozon, Bodet o Ropert… representantes todos de un cine de uniones impensables donde los contrarios se armonizan y lo más real y cotidiano convive naturalmente con el artificio y la maniera. Es desde esta tierra movediza, culterana e inocente, calculada e improvisada, desde donde Vecchiali ha podido componer una filmografía tan desafiante, ya sea en el huis clos de Femmes, Femmes (1974) o al aire libre de C'est la vie! (1981), en el puzle urbano de La machine (1977) o en la elegancia de chambre de Once More (1988), siempre buscando la forma más sincera de ser fiel a las necesidades particulares de cada película concreta. Y es Vecchiali tan reconocible en su apasionante variedad, que debemos recurrir a su colaborador y cómplice Noël Simsolo para pulsar mejor la clave que explica su caso: "El cine ama a Paul Vecchiali". Inefabilidad huidiza, pero que se siente, pues se muestra en su manera de desencadenar la cámara, de acompañar a un personaje que canta como si recordara, de escribir frases desarmantes o atacar, impúdico, la realidad con el deseo que inflama la mayor de las libertades, la de contarlo todo. 

De mujeres atrapadas

Uno de los filmes más famosos e influyentes de Vecchiali podrá verse durante el festival. Hablamos de Femmes, femmes (1974), una depurada decantación de buena parte de sus obesiones: la actriz-mujer en su vejez, la alianza entre la decrepitud física y el vuelo de la memoria y el ensueño; las formas populares (el teatro de bulevard, la canción ligera, la foto-novela) como compañeros de la vida y espejo de las pasiones; o la convivencia de la tragedia oscura y desgarrada con inocentes brotes de puro humor y optimismo. Como supo ver Pasolini, Hélène Surgère y Sonia Saviange ejecutan aquí algo milagroso.

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